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El cuarto comensal

  • Por José Oswaldo
El cuarto comensal

Por Paúl Torres Terrazas

Se llama Manuela, pero su hermano mayor comenzó a decirle Emma desde que nació y la abreviatura se impuso con el tiempo. La infancia de ambos niños fue tranquila, hasta que comenzaron los trastornos de Emma. Primero fueron esporádicas alucinaciones que la niña intentaba ocultar: puntos blancos como luces que surgían de la nada. Sin embargo, Evelio se dio cuenta que algo andaba mal con su hermana y le contó a sus padres.

El matrimonio llevó a la niña con el psicólogo, pero junto con las alucinaciones comenzaron los ataques de esquizofrenia y cuando el psicólogo comprobó que no se trataba de síntomas emocionales les recomendó consultar a un psiquiatra.

En los ataques de esquizofrenia, Emma aseguraba ver a un hombre de piel oscura que la perseguía. Inclusive la niña podía hacer una descripción física de esta persona. El psiquiatra aseguró que el hombre de las alucinaciones es real, pero la mente de la niña lo había ficcionalizado. La asociación se debía a un episodio traumático sucedido en lo más temprano de su infancia; probablemente: ella fue testigo de un acto violento en la escuela o en la calle, quizá un pariente cercano o vecino intentó un abuso sexual no logrado o incluso simplemente un personaje de la televisión causó una fuerte impresión en la sensibilidad de la pequeña.

Sospecharon de un señor afroamericano que vende flores en un crucero cerca de la casa, pero nunca hubo alguna prueba.

Luego de muchas sesiones de terapia, el psiquiatra dictaminó que las alucinaciones y ataques esquizofrénicos de la niña se debían a ocasionales insuficiencias de oxígeno en el cerebro y le recetó medicamentos. Emma empezó a tomar calmantes y el problema se atenuó, pero las alucinaciones nunca desaparecieron.

En la capital de Chihuahua no existen hospitales psiquiátricos de inversión privada, así que los padres internaron a la joven en una institución particular en Texas. Emma recibió ayuda, terapia y medicamentos para controlar la esquizofrenia. Sus padres y su hermano acudían a visitarla durante los fines de semana y en periodos vacacionales. Hasta que finalmente salió al cumplir la mayoría de edad y regresó a vivir con sus padres a la capital de Chihuahua.

Emma ahora está estudiando la preparatoria abierta. Evelio terminó la universidad, se casó y vive junto con su esposa a una casa de interés social que sus padres le ayudan a pagar. A pesar de las complicaciones, sus vidas siguieron un curso natural, con triunfos y logros personales.

Una noche, Evelio y su esposa invitan a Emma a cenar con ellos. La familia completa se esfuerza por reintegrarla a la vida y hacerla sentir aceptada. Sin embargo, durante la velada, Emma les confiesa que aún tiene visiones y continúa sintiéndose perseguida. Evelio intenta tranquilizarla. Desde que Emma volvió, él tuvo la angustia de que su hermana siguiera enferma y sus sospechas resultaron ciertas.

Evelio y su esposa le aconsejan seguir tomando medicamentos, proseguir el tratamiento y alertar a su psiquiatra de cualquier incidente. Después siguen cenando.

-¿Por qué están servidas cuatro copas de vino? -pregunta Evelio confundido.

Emma dirige la vista hacia enfrente al escuchar la voz de Evelio.

-¡Esta aquí! -grita ella asustada y señala con la mano un sitio detrás de la silla en la cual permanece sentado su hermano, al mismo tiempo que se levanta del asiento y retrocede hacia la salida del comedor con pasos torpes, alejándose de la mesa con la respiración agitada, mientras pequeñas gotas de sudor frío se acumulan en su rostro.

Amanda gira preocupada hacia su esposo, mientras Emma permanece desde el otro lado del comedor, viendo fijamente al hombre de piel oscura detrás de Evelio.

El cristal de las cuatro copas en la mesa captura los haces de luz del candelabro y los proyecta sobre el mantel. Evelio abandona el tenedor en el borde del plato y voltea hacia atrás. Sin embargo, sólo observa su propia sombra reflejada sobre la superficie de la pared.