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El intruso

  • Por José Oswaldo
El intruso

Por Tomás Chacón Rivera

Fabián despertó en la cama pero se veía débil y mareado. Estaba convertido en un cuerpo inútil, en espera de que el aire lo hiciera sentir vivo; con la esperanza de recobrar aunque fuera un pedacito de existencia; algo que le permitiera distinguir un signo de vida. Y solo el viento seco del ambiente pudo lograrlo, fue así que respiró profundamente para cerciorarse de sí mismo y de todas las cosas que le rodeaban. Sin pensarlo tocó su rostro y descubrió que en él estaban las facciones de Ignacio perteneciéndole como propias. El viejo Ignacio se le había metido hasta los huesos y a Fabián solo le quedaba dejarse llevar por el intruso. En su mente rondaban imágenes de un Chihuahua tranquilo y lleno de cordialidad como cuando inició su vida con Gertrudis a la que amaba tanto. Ignoraba dónde se encontraba su mujer y estaba resuelto a enfrentar lo que en poco iba a suceder. Entonces apareció la imagen de doña Camila en su mente y algo le hizo creer que ella era la única culpable, el odio de Ignacio hacia ella y la ambición por poseer la casa por parte de él y su esposa Gertrudis. Fabián empezó a sentir que debía negar todo lo que le estaba sucediendo. Sin embargo ya era tarde porque entró en él una ira inexplicable que lo enervó.

Se dirigió a la casa principal decidido a todo porque la fuerza que lo invadía era superior a sus decisiones. Mientras subía la escalera él sintió que muchas espinas rasgaban su cara ardiente por la ansiedad de avanzar sin detenerse. Al llegar con la anciana reinaba la oscuridad y escuchó decirle:

-¿Qué le pasa a Gertrudis, Fabián? ¿Por qué ha gritado tanto hoy?

Entre tanto, la vieja tomó con fuerza su inseparable bolso, pero olvidó la cuerda. Él buscaba algo con que cubrirle la boca y solo le respondió:

-Vaya usted a saber, ya ve cómo es ella.

-¿Pero qué te pasa hijo? ¿Por qué estás tan inquieto? ¡Mira nomás! Parece que traes al diablo encima.

-¡Cállese ya! –Concluyó él.

Él encontró un pañuelo largo y resistente en uno de sus bolsillos.

-¿Qué pretendes hijito? ¿No pensarás hacer una locura verdad? ¡Vamos Fabián! Tú no estás para esas cosas. Eres, te pareces… ¿quién eres? Déjame ver bien tu cara. ¡Ay Dios mío! ¿Ignacio, qué has hecho de Fabián? ¿Por qué sigues acá, maldad en pena? Refúgiate en el sótano.

Y no dijo más. O al menos, quizá lo intentó pero él no le dio tiempo de seguir. La amordazó y ya solo las lágrimas de la vieja caían. Cuando la tomó en sus brazos, el cuerpo de ella estaba duro. A Fabián le pareció que la vieja estaba llena de resistencia desde los pies hasta la cabeza, pero eso importó poco, corrió a la escalera con el deseo persistente de acabar por fin. Se trataba de subir y bajar a prisa hasta destrozarle la presión a la anciana. Sin embargo, algo dentro de él se resistía a continuar con el plan. Sus ojos veían el cuerpo casi desfallecido de la anciana y a la vez sentían la presencia interna de Ignacio que parecía dominar por entero el cuerpo y las acciones de Fabián que ya había empezado a subir y bajar por la escalera sin parar.

Bajó y luego subió a toda prisa empujado por el alma hambrienta de venganza que existía en Ignacio. Repitió la misma acción y al estar arriba notó que varios cuerpos humanos y borrosos emitían un llanto en la sala de velación. Volvió abajo y de nuevo se dirigía a la planta alta, pero muy en el fondo de Fabián había algo que le permitía darse cuenta que estaba siendo manejado por la mala fe del intruso. Resolvió arrancar el pañuelo a la Centenaria y depositarla a ella en el suelo al llegar arriba, luego se arrojó escaleras abajo sin importarle las consecuencias. Mientras rodaba cuesta abajo sintió que el ser de Ignacio se desprendía de su cuerpo y él terminó golpeado y adolorido al pie de la escalera.