Noticias

Una muñeca de trapo

  • Por José Oswaldo
Una muñeca de trapo

 Paola Delgado Olivas

En este lugar no habita el temor, en este lugar Dios es el padre y salvador, en este lugar lo desconocido no existe.

María es una mujer común, con un nombre común, vive en una de esas casas que es igual a otras cien compartiendo casi el mismo espacio, apretujadas como si en Chihuahua hubiera más terreno para las vacas que para la gente. Seguro que no.

Si existe una mujer más preocupada por la apariencia y por lo que piensan los demás es María. Saluda cordialmente a sus vecinos, mantiene su jardín impecable, podado y con las más hermosas rosas de la colonia. Nadie que la conozca puede negar que es una mujer encantadora, esposa modelo.

Una mañana cualquiera, mientras regaba sus rosales, encontró en el suelo una muñeca de trapo, tenía dos botones disparejos como ojos, el cabello de estambre color café, el cuerpo era frágil con las piernas vendadas sostenidas por dos soportes de palitos de madera a un pedazo de cartón.

-¿Qué es eso? -preguntó Nidia su amiga, quien iba pasando por la banqueta.

-Es una muñeca de trapo, la acabo de encontrar en mi jardín -dijo mientras le mostraba lo que traía en la mano.

Nidia, al ver la muñeca, pegó un grito de asombro y con una mano en la boca comenzó a hablar atropelladamente.

-Eso… eso… eso no es cualquier cosa, brujería, alguien te quiere hacer brujería.

María, impactada por la reacción de su amiga soltó la muñeca y cayó al piso.

-¡Te quieren romper las piernas!, ¡esos palos son porque te quieren romper las piernas!

-¡Ave María purísima! -exclamó María- ¿Qué voy a hacer?, hay que quemarla.

-No, no la quemes, eso sólo lo puede empeorar.

María, la mujer perfecta de pronto encontró un enorme obstáculo en su camino, alguien la odiaba de seguro y su odio era tal que le quería hacer una brujería. Duró varias horas reflexionando y la única razón que encontraba era que alguien seguramente le tenía envidia, una envidia que sólo se debía a sus hermosas rosas, pues fue cerca de estas dónde encontró la muñeca.

Trató inútilmente de olvidarlo, le contó la historia a su esposo y éste solo le dijo que tuviera cuidado, que enojar a alguien que hace brujería le podría costar no sólo las piernas sino hasta la vida. María lentamente se volvía más temerosa de las personas, pasaba el tiempo en su jardín pero ya no cuidando sus flores sino observando atentamente a sus vecinos tratando de descubrir cuál de ellos era el que le quería hacer daño. “Luisa es costurera, ella pudo haber hecho la muñeca, pero no tiene flores así que seguro, seguro que envidia no me tiene”. “Lupita es bien rara, casi no sale de su casa, disque porque no tiene tiempo, seguro que se pasa todo el día haciendo bebidas raras y maldiciendo a todos. “Martha, Martha es la peor, solterona amargada, seguro que entre sus cochinadas tiene escondido un libro de hechizos o algo parecido, bruja”. María consideró varias veces enfrentar a sus vecinas, pero por temor a que le hicieran algo peor que romperle las piernas, supo que lo mejor era evitarlas.

Una tarde se propuso salir de compras, se dio un baño, se recogió el cabello y se pintó los labios. Como en un día de compras normal caminó hasta la parada de autobús, pero en el camino encontró un obstáculo. Debía cruzar una calle y se aterró, con cada auto que pasaba temía que éste la atropellara y le rompiera las piernas. Cuando se decidió a cruzar pensó que tal vez al tratar de subir el autobús éste arrancara y le atropellara con el mismo triste destino. Volvió a su casa caminando pausadamente, temiendo que al dar un mal paso sus zapatos de tacón la traicionaran y se rompiera ambos tobillos.

Nació entonces en María un miedo irracional, miedo que poco a poco fue cultivando desde el momento en el que su querida amiga Nidia le sugirió la idea. No había escapatoria para la brujería, nadie la entendía, nadie hablaba de ella, ¿Cómo escapar de algo que nadie conocía?

Una semana después del confinamiento en su hogar, Nidia llevó a casa de María una bruja buena que le aseguró que podía romper el maleficio de aquella muñeca de trapo. La bruja era una mujer robusta e intimidante, vestía un vestido colorido y desprendía un aroma a plantas medicinales. Examinó detenidamente a la muñeca pero parecía estar más asustada que la misma María. Le levantó un brazo, luego el otro, la volteaba hacia atrás, de cabeza y en cada movimiento su expresión se volvía más seria.

-Esto es algo que no había visto antes, está es magia negra pero bien hecha, no por nada estabas tan preocupada, los hilos de los botones cruzan hasta el otro lado de la cabeza, eso es lo que te ha hecho preocupar tanto.

-¿Y qué puede hacer para evitar que me pase eso?-dijo María apuntando hacia las piernas de la muñeca.

-Lo lamento mucho, pero en una situación tan delicada como la tuya no hay nada que hacer.

-¿Y si la lavamos con agua bendita?

-Eso haría que te ahogaras hasta tomando agua, no, ya no hay nada que hacer.

Habiendo empeorando las cosas Nidia no encontró consuelo para su pobre amiga. El miedo llevó a María a quedar en cama, con la creencia de que si no usaba sus piernas nada malo le podía pasar.

No había remedio para su malestar, lo desconocido, lo que ignoraba la había atrapado. Su jardín antes hermoso se estaba convirtiendo en maleza, su casa impecable estaba sucia y descuidada, su marido aunque se mantenía a su lado sabía que pronto la perdería.

Sus vecinos pronto se enteraron de la tragedia, aunque solo sabían que estaba muy enferma, por lo tanto no recibía visitas de ningún tipo. Eva, su vecina de al lado se preocupó enormemente y decidió visitarla, habló con el esposo de María y ésta al saber que su querida amiga Eva, incapaz de envidiarla o embrujarla quería visitarla se lo permitió.

-Amiga mía, pero mira en que pena y enfermedad te veo, pero ahora que la muerte está tan cerca no puedo evitar alegrarme por una visita tan lastimosa.

Eva estaba sorprendida, no imaginaba como estaba María, pero ciertamente no esperaba encontrarla en cama peinada, maquillada y perfumada.

-¿Pero qué enfermedad es la que tienes María?

-Oh, amiga, esta enfermedad es la peor, pues me aqueja no un dolor interno sino un temor y no sin justificación pues hace ya un tiempo que descubrí que entre nuestros vecinos hay un malévolo, el cual me tiene tanta envidia que ha creado una artimaña enferma para lastimarme.

-Pero mujer, tú te la pasas viendo novelas y chismes en la televisión, sólo así me explico no sólo tus ideas sino hasta tu lenguaje.

-No, no, Dios quisiera que fuera un invento, nada más lejano a la verdad. Me he encontrado amiga mía esta muñeca de trapo -dijo mientras sacaba la muñeca de un cajón a un lado de su cama. -Mira si no es verdad lo que te digo, pues me han atravesado la cabeza con miedos y me quieren romper las piernas para que me arrastre como un vil gusano.

Nadie hubiera esperado la reacción de Eva, quien reía y a la vez lloraba.

-¿No me digas que has sido tú? ¡Traicionera, eres una traicionera!

-Por supuesto que no, esto no es ninguna brujería, es la tarea de salud que le ayudé a hacer a mi hija, aprendió a vendar, pero como las piernas de la muñeca eran tan frágiles tuvimos que detenerlas a la maqueta con esos palos que ves.