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El abrigo del fantasma

  • Por José Oswaldo
El abrigo del fantasma

Por Paul Torres Terrazas

El abuelo de Rodolfo Álvarez le contó una vez que llevaba un fantasma guardado dentro del bolsillo de su abrigo. El niño se mostró incrédulo, pero comprendió que no se trataba de un fantasma cualquiera, sino el fantasma del mejor amigo de su abuelo.

-La verdad es que no puedo dar por perdido a Leopoldo. Su vida se ha detenido, sin embargo, para mí pertenece al presente, no al pasado. Siempre llevo su fantasma conmigo –es lo que dijo el abuelo.

El abrigo no tiene nada extraordinario, lo compró en Camargo, Chihuahua, su ciudad natal. El abrigo es largo y de color marrón, pero Rodolfo se sintió fascinado y a partir de ese momento imaginaba que cuando su abuelo se sentía abandonado, sólo revisaba el bolsillo de su abrigo y encontraba compañía. Siempre hay algo mágico en los recuerdos de la infancia.

El abuelo no compartió esa historia con ningún otro de sus sobrinos, fue una confesión que le confió sólo a Rodolfo y el niño guardó el secreto del fantasma.

Pasaron los años, Rodolfo se fue a estudiar a la capital de Chihuahua y su abuelo falleció; aunque había dejado de creer en la historia que le contó de niño, le pidió permiso a sus padres de conservar el abrigo de su abuelo por nostalgia, pero nunca se atrevió a ponérselo porque era un objeto personal y se sentía ajeno en él. Lo guardó dentro de una bolsa de plástico en su armario.

Al cumplir 65 años, Rodolfo Álvarez sufrió un paro cardiaco, lo llevaron al hospital en una ambulancia y se recuperó, pero permaneció veintiún minutos sin signos vitales. Los médicos lo declararon muerto.

La experiencia lo afectó demasiado: bajó de peso, sufría insomnio y se volvió un hombre angustiado, sin certezas. Mientras estuvo muerto, Rodolfo no tuvo ningún sueño, no vio alguna luz, ni se asomó al cielo o al infierno. Sólo sintió oscuridad y olvido absoluto.

-Quizá hubiese preferido morir –fue lo que Rodolfo le dijo a su esposa al salir del hospital-, porque estuve muerto y ahora sé que no hay nada del otro lado.

Ahora está seguro, nunca hubo ningún fantasma dentro del bolsillo del abrigo, fue una mentira de su abuelo.