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El hallazgo

  • Por José Oswaldo
El hallazgo

Por Tomás Chacón Rivera

Gertrudis salió de la recámara y su marido hacía incansables esfuerzos por recobrarse de la tremenda golpiza que le causó la caída de la escalera. Fabián pudo mirar la energía amarillenta de Ignacio que pasó cerca de él triunfante, el viejo se desplazaba volátil y con el bolso de la anciana en su poder. La masa gaseosa de Ignacio entró a la recámara de ellos y la puerta se cerró de golpe. Fabián logró ponerse en pie pero su pierna derecha estaba muy lesionada al grado que parecía que le colgaba como un objeto muerto. No pudo desplazarse y decidió arrastrarse hacia su mujer que se había convertido en un grito desmesurado. A rastras logró llegar a la puerta del cuarto, se esforzó por girar la perilla y de pronto él y Gertrudis fueron atropellados por el recuperado cuerpo viejo e iracundo de Ignacio que salió sin reparar en nada. Ella auxilió a su marido de inmediato.

Fabián se apoyó en ella y lograron llegar con múltiples esfuerzos al patio. Varios cuervos negros y ruidosos como esos que siempre abundan en la ciudad de Chihuahua volaban como desesperados y el viejo los espantaba mientras reía sintiéndose poderoso. Gertrudis dejó a Fabián en el suelo y se acercó a Ignacio que ya vaciaba el bolso y estaba ansioso por cerciorarse de su contenido. Luego empezó a chillar molesto ante la desilusión de no encontrar la piedra que el viejo quería encontrar entre los objetos. Saltó enfurecido y su cuello se hinchó emitiendo un sonido ronco y terrible que le hacía parecer un lobo enloquecido y hambriento de maldad. Entonces ella se lanzó hacia el viejo y de forma artera le dio un fuerte golpe al cuello del furioso. Ignacio, con el cuello torcido, cayó al suelo y empezó a expresar aullidos que hacían un gran eco en el patio entero. Ella se angustió y lloró aterrada por el sonido maligno que despedía el viejo. Fabián se arrastró hasta el árbol pequeño, tomó algunas cuerdas que sostuvo para después acercarse a Ignacio y se las lanzó sobre el cuerpo. Luego se alejó hacia una pared de la casa grande y su mujer fue a su lado para ayudarlo. Pero fueron interrumpidos por varios flujos de luz azul que invadieron la totalidad del patio.

-Ayúdame a llegar al árbol –Le dijo él a Gertrudis quien no dudó en obedecer.

En instantes, ambos se refugiaron cerca del árbol y fueron testigos de los efectos más extraordinarios de esas luces que ya se habían convertido en una sola asediando al viejo atrapado entre las cuerdas. Ignacio gritaba desesperado con su voz chillante y aterradora. La luz radiante parecía quemar el cuerpo del viejo que empezó a soltar gemidos ahogados por el efecto de los rayos luminosos, los cuales fueron desintegrando su cuerpo vuelto un gas amarillo al momento de ser pulverizado por la fuerza nocturna que ellos presenciaron. De nuevo, la formación de un cilindro refulgente condujo al viejo hecho añicos hasta el pozo y ahí fue depositado.

Ellos se abrazaron conmovidos de modo que no se dieron cuenta que una bandada de cuervos revoloteó cerca del pozo. La luz se ensanchó y las aves huyeron al tiempo que un par de lechuzas salieron de un gran árbol perdiéndose en las alturas. A lo lejos se escucharon gritos de la anciana que fueron oídos por Gertrudis y Fabián.

El dijo algo al oído de ella al momento en que la luz se mantenía alumbrando en el patio. Cuando ella llegó al pozo realizó un gran esfuerzo para tapar el orificio a toda prisa, luego descubrió que el reflejo de la luz se ampliaba como haciendo que en el patio se diera el día. Eso le permitió a ella ver que algo llamativo se iluminó en el rincón de la casita de criados. Se acercó y encontró un cofre extraño. Logró sentarse debido al exhausto esfuerzo que había realizado. Feliz lo tomó como suyo y fue hasta Fabián quien ya examinaba los objetos salidos del bolso de la vieja. Por un rato, ambos verificaron el misterio de la bolsa de doña Carmina. Él desató varios fajos de billetes antiguos, eran muchos billetes de cien y diez pesos. Gertrudis puso atención a esos papeles y le mostró a Fabián que estaban firmados por Pancho Villa. El descubrió que tres monedas de oro de veinte pesos tenían inscritas las palabras “Muera Huerta”. Y también él mostró una llave que le fue arrebatada por Gertrudis ansiosa de probarla en el cofre. Al ver ella que la llave pertenecía a la pequeña arca, la abrió y se asombraron los dos de la gran belleza de las monedas de oro. Gertrudis suspiró aliviada y le comentó en voz baja a su marido:

-Ya no vamos a matarla. Ya tenemos su riqueza.

Y ambos se miraron complacidos, pero Fabián aun se dolía. Entonces vació los objetos en el bolso de la vieja y le pidió a Gertrudis que fuera a auxiliarla en la sala de arriba. En cuanto entró a la casa ella distinguió a un jorobado deforme que hincado le rogaba clemencia. Lo ignoró y siguió su camino buscando a la vieja. Cuando ella se acercó a doña Camila la vio quejosa pero ansiosa de recibir ayuda. Le entregó el bolso, la tomó en sus brazos y la condujo a su habitación donde le sobó las piernas y los costados para ayudarla a sentir mejoría por los dolores que la aquejaban. Y en poco se quedaron platicando como dos viejas amigas.