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Fuerte como un árbol

  • Por José Oswaldo
Fuerte como un árbol

Por Paola Delgado Olivas

La abuelita Acacia era una mujer encantadora, pasaba sus mañanas limpiando su casa, las tardes cuidando su jardín y sus gallinas, por la noche siempre encendía una veladora por quince minutos antes de acostarse. Su nieta Acacia (llamada así por su abuela), la menor y por lo tanto su favorita, no la visitaba con mucha frecuencia, vivía en la ciudad de Chihuahua y ella en El Molino, Namiquipa.

Cada dos meses la pequeña Acacia junto con sus padres hacían un viaje de dos horas para poder visitar a su abuelita durante un fin de semana. El cambio de la ciudad a la ya creciente comunidad no era tan grande pero la casa de su abuela era de las más viejas.

El exterior era atractivo con muchas flores de distintas plantas, especialmente rosas. Las habitaciones de la casa estaban organizadas como una especie de cuadrícula en la que los cuartos tenían puertas en casi todas las paredes, por lo menos tres puertas (si incluían una ventana). Las paredes gruesas, de adobe, el techo alto. Una cocina pequeña con una estufa de leña que al igual que las otras casas cercanas tenía fuego aún en verano, había luz eléctrica pero sólo una televisión que lograba sintonizar un canal.

En el patio tenía gallinas de todos colores que Acacia se entretenía atrapando hasta que un día una de ellas intentó picarla y desde entonces no ha vuelto a molestarlas. Un perro grande también terminó por evitar que Acacia visitara el patio y aunque estaba amarrado a un poste para evitar que se comiera los huevos, cada vez que alguien que no fuera la abuelita salía, el perro ladraba desesperadamente tratando de soltar su cadena y a veces lastimando su cuello.

El único lugar en el que Acacia podía estar era el interior de la casa y para ella era lo más entretenido que podía encontrar ya que las habitaciones parecían nunca terminarse pues pasaba horas dando vueltas entre ellas.

No era que Acacia fuera miedosa, de hecho en su escuela era de las niñas más valientes, con frecuencia era quien mataba insectos que hacían gritar a todos los demás, era quien saltaba de lugares altos, más altos que ella, incluso una vez se cayó al piso abriéndose una herida y siguió corriendo con la pierna sangrando sólo por terminar la carrera. Pero había algo a lo que verdaderamente le temía, un miedo que ni la más valiente de la escuela podría enfrentar, el piso de madera.

En su casa todas las habitaciones tenían cerámica, en las casas de sus amigas también, pero su abuela mantenía dos habitaciones con piso de madera especialmente rechinante. La cocina y el cuarto más alejado de la casa, que era utilizado como bodega eran los únicos cuartos que mantenían el piso antiguo de la casa, su abuelo tenía la idea de cambiar todos los pisos pero falleció antes de terminar su cometido.

No había razón aparente para que Acacia temiera al piso de madera, o más bien había muchas posibles razones. Podría ser el hecho de que pensara que había una razón secreta para que su abuelo intentara cambiar el suelo, o que el rechinido le molestaba tanto que simplemente no lo soportaba, o tal vez era la inestabilidad del suelo que hacía que algunas tablas se bajaran levemente al pisarlas temiendo que cayera hacia una especie de vacío.

Una noche mientras Acacia estaba en casa de su abuela, cansada de las mismas aburridas habitaciones. Había recorrido cada parte de ellas incluyendo el viejo ropero de su mamá donde guardaba recortes de actores y músicos de su época que a los ojos de Acacia se veían especialmente feos comparados con su papá. Sabía que era hora de armarse de valor y entrar a la última habitación, la que tenía el piso de madera, ya casi se sentía a gusto en la cocina durante la mañana entera platicando con su abuelita y supo que era el momento para entrar en la bodega y terminar de una vez con ese temor que la había invadido por cinco de sus cortos ocho años. Se acercó a la puerta de la habitación, era de madera con una pequeña ventana de cristal, acercó su mano y cuando estaba a punto de tocar la manilla su miedo la hizo formar un puño con su mano.

-¿Qué haces aquí?

La pregunta hizo a Acacia dar un salto y voltear hacia atrás. Era su abuela, que estaba parada en una de las cuatro puertas de esa habitación.

-Nada, nada. -Contestó Acacia temblorosa.

-No entres ahí, no hay nada más que viejos muebles y mucho polvo, además el piso está tan descuidado que podría quebrarse con solo pisarlo.

Acacia sólo se quedó allí, de pie sin decir nada viendo cómo su abuela regresaba a la cocina, miró de nuevo hacia la puerta cerrada, dio media vuelta y se fue al cuarto en el que dormiría esa noche. Tuvo una pesadilla, no era normal que las tuviera, pero en la mayoría de ellas pasaban cosas irrelevantes que al despertar se daba cuenta que eran imposibles, pero en esta ocasión fue diferente. En su sueño estaba en una habitación vacía, dio un paso y el piso rechinó, como el de la cocina pero dos veces peor, dio un segundo paso y su pie se hundió convirtiendo la madera en gelatina, absorbiéndola hacia abajo hasta un tobogán retorcido que le pareció interminable y que cayó en un lugar cerrado en el que apenas y podía respirar, estaba completamente sola.

Despertó y seguía en la cama, se dio cuenta de lo absurdo de su sueño y decidió con todo el valor que le quedaba que era el momento de acabar con su miedo, el momento de entrar en la última habitación.

Gira la manilla, da un paso, luego otro, el piso rechina casi como en su sueño pero no se hunde, es firme. Escucha un ruido tras de ella, los pasos de su abuela, le había prohibido entrar en esa habitación así que se esconde. Pasa entre los muebles viejos cubiertos de polvo, su pijama se ensucia, no tiene tiempo para preocuparse por eso, escucha cómo la puerta se abre y se agacha recargándose en una esquina en posición fetal, la puerta vuelve a cerrarse dejándola sola. Da un suspiro de alivio, cierra sus ojos y de pronto siente cómo el suelo bajo su cuerpo se hunde, comienza a caer hacia atrás, en un abismo que parece nunca terminar hasta que toca el suelo.

Buscan a Acacia por todos lados, nunca la encuentran. Luego de una semana la abuela entra en la bodega para guardar un adorno quebrado y ve unas pisadas pequeñas que van hasta una esquina pero sin rastro del cuerpo de la niña.