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Reunión de exalumnos

  • Por José Oswaldo
Reunión de exalumnos

Por Paul Torres Terrazas

El aljibe se descompuso esta mañana. Alfonso tuvo que ir al trabajo sin bañarse: el saco de su traje está arrugado, hay un caramelo derretido en el bolsillo de su pantalón, tiene restos de caspa en los hombros y su barba está más enredada que los bejucos de una selva.

La reunión de ex alumnos es en el salón de eventos del Hotel Posada Tierra Blanca que está en la avenida Niños Héroes, en la ciudad de Chihuahua. Alfonso desconoce si han existido otras reuniones, es la primera vez que asiste. Está nervioso, quizá tiene miedo de descubrir que sus compañeros son más exitosos o más felices que él; aun así avanza hacia la puerta: la curiosidad lo ha vencido.

Al entrar al salón, Alfonso no recuerda a la mayoría de sus compañeros de secundaria y se siente incómodo, pero sobre todo avergonzado. Una de las organizadoras del evento se acerca para darle la bienvenida. Al principio no la reconoció, pero está seguro que debe ser ella.

-¿Eres Martha? –pregunta Alfonso.

-No, Carmen –responde la mujer.

Ha pasado algo de tiempo y su memoria falla a veces, pero Alfonso cree recordar a una niña rellenita con anteojos y algo torpe llamada Carmen. Sin embargo, ahora está delgada y es más alta que él. Los milagros de la adolescencia, piensa Alfonso. Va la primera sorpresa de la noche.

Carmen escribe en una tarjeta el nombre de Alfonso. Él no se había percatado: todos los invitados llevan en la ropa tarjetas con sus nombres, como si fuesen niños de preescolar. Después de acomodarse la tarjeta en el saco, Alfonso pasa a la mesa del bufet y comienza a servirse un coctel de camarones.

Allí en el buffet encuentra a otro compañero sirviéndose puré de papas. A decir verdad, lo reconoció por la tarjeta. Alfonso no recuerda a ningún compañero llamado Roberto, quien ahora de adulto ha engordado en exceso. Alfonso reflexiona que el aspecto físico de su compañero puede ser una de las malas pasadas de la edad, o uno de los riegos de vivir una buena vida. Después de un momento, conversan sobre su trabajo e intercambian bromas.

Alfonso recorre el salón con su coctel en la mano y se imagina a sí mismo con aspecto de turista desubicado. En la pared más grande del salón hay un mosaico donde un grupo de sirenas sostiene un globo terráqueo, pero un fragmento de la esquina está quebrado e intentaron ocultarlo con una maceta. Conforme llegan más asistentes y transcurre la noche, Alfonso empieza a sentirse más relajado, pero sigue sin reconocer a nadie y procura mantenerse discreto para no caer en una situación embarazosa.

Sus antiguos compañeros tienen los oficios más extraños que se puede imaginar. El que siempre reprobaba matemáticas ahora se dedica a escribir horóscopos. La compañera con el mejor promedio de la generación, es esquiadora profesional. El alumno más hábil de la clase para el básquetbol ahora es un sacerdote. El compañero de intercambio francés no asistió a la reunión, pero dicen que es ministro de economía. Algunos trabajos alcanzan lo bizarro, según la información que les pidieron al llegar, un compañero se dedica a espiar diseños automotrices de empresas Coreanas, pero nadie creyó esa mentira. Un espía autentico no divulgaría su oficio con tanta facilidad. Carmen es modelo de lencería.

-Por supuesto -piensa Alfonso- le saca provecho a ese cuerpo.

Roberto es astrónomo. La tarjeta del propio Alfonso dice: vendedor de seguros.

En un principio, Alfonso creyó que no se dirigían a él, pero entonces reconoce que alguien le está hablando y al voltear encuentra a un hombre pelirrojo con el nombre de Enrique escrito en su tarjeta.

No lo recuerda, pero finge reconocerlo. Al parecer, según lo que dice Enrique, fueron muy buenos amigos en la secundaria, pero no siguieron manteniendo comunicación después de graduarse. Enrique es del suroeste del país y aún tiene acento al hablar, a pesar de que la mayoría de su vida ha vivido en el norte.

Alfonso empieza a sentirse culpable, su adolescencia en la secundaria es una enorme laguna en blanco. Según un estudio reciente, la ingesta de almendras ayuda a estimular y mejorar la memoria. Siempre fue pésimo en los juegos de mesa y ahora, al reflexionarlo es posible que su falta de memorización tenga algo que ver. Alfonso piensa seriamente en comer más almendras, quizá incluso algunas vitaminas contra el alzhéimer.

En la barra sólo están sirviendo vodka y whisky, así que elige el whisky. Enrique en cambio pide vodka.

-Qué bueno que están sirviendo tragos –dice Alfonso.

Enrique no puede dejar el hábito de fumar.

El barman le llena el vaso a Alfonso varias ocasiones. El alcohol comienza a aflojarle la lengua y dejar fluir el diálogo. Alfonso se acerca a varios compañeros para saludarlos e intentar conocerlos, o más bien reconocerlos.

Alfonso ganó el concurso estatal de oratoria en la secundaria y le piden que diga unas palabras en la reunión. Sin embargo, él se siente muy incómodo al respecto porque le avergüenza no recordar a la mayoría de sus compañeros. Aun así logran convencerlo y después de que las organizadoras les dan la bienvenida a los compañeros de la generación y agradecen su asistencia, le pasan el micrófono.

Alfonso sube al estrado, está sudando de nervios y el alcohol le traba la lengua. Ahora, al sentir la presión de todas las miradas, reconoce que ha bebido demasiado. Frente al micrófono, empieza a balbucear palabras de agradecimiento, pero en realidad no sabe de qué hablar así que pronuncia algunas citas de superación personal de Paulo Cohello. Entonces el estómago le da un vuelco.

-Acides estomacal –piensa Alfonso-, no debí agregarle tanta salsa a los camarones.

El aljibe descompuesto, el cabello sucio, el traje arrugado, el whisky, los camarones, la salsa, la embriaguez, la desagradable atención de todas las miradas, el incómodo silencio en el estrado. En un instante, todo eso se funde en una sensación que asciende desde su estómago hasta su garganta, entonces Alfonso se aparta del estrado y vomita en una maceta.

Todo el salón de eventos está en silencio. Ninguno de los compañeros se atreve a romper el incómodo e inesperado momento. Alfonso termina de vomitar la maceta. Está sudando a chorros, el rostro enrojecido de la vergüenza y el esfuerzo. Se limpia la boca con su corbata, luego se disculpa y avanza con pasos torpes hacia la salida mientras todos los presentes lo miran atónitos.

Afuera en la calle, sopla una brisa fresca que lo reconforta. Después de haber hecho el ridículo en frente de todos, Alfonso sólo quiere regresar a su casa. Sin embargo, cuando cruza la calle para irse, empieza a reírse a carcajadas al entender la confusión. No reconocía a nadie porque se equivocó de evento, la reunión de sus antiguos compañeros no es en el Hotel Posada Tierra Blanca, sino en el hotel de enfrente.