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La doble muerte del doctor Faustino Valderrama

  • Por Alejandra Pérez
La doble muerte del doctor Faustino Valderrama

Por David Córdova

No existe un momento desde hace cinco décadas en el que no viva perturbado por lo que aconteció con aquel sonido que sólo la locura puede crear. Durante mucho tiempo dudé de los hechos que quedaron registrados en mi memoria; pero son sólo las cosas que han sucedido, las que se han experimentado, las que pueden dejar una huella tan profunda en la mente humana. Lo que he de narrar no tiene por qué ser creído, no exijo del lector un voto de confianza, pero considero justo dejar mi testimonio sobre el asunto cuando, a punto de emprender el viaje sin retorno, vea con horror cómo se intenta replicar la obra que me atormenta.

Mi más querido profesor, el doctor Faustino Valderrama, había enfermado de cáncer en el 2014 y sus diagnósticos no fueron nada prometedores. Condenado, él se resignó a la muerte de su cuerpo, sabiendo que nada podía hacer para evitarle. Sin embargo, su gran intelecto buscó por los siguientes tres años un método de preservar su memoria, condenándolo a volverse un ermitaño.

En el 2017, tras largo tiempo sin verle y sólo comunicándome con él a partir de correspondencia, fui invitado a su casa, en Chihuahua, a formar parte de un experimento. Le había ayudado en su búsqueda científica, trabajando a base de correos en fórmulas matemáticas que replicaran en un computador los procesos mentales humanos, por lo que me sentí halagado cuando recibí esa convocatoria.

Cuando me presenté en su hogar fui golpeado con dos sorpresas: la primera, fue contemplar tras tres años de separación a mi amigo, pues su cuerpo había decaído enormemente, como sólo lo permiten los peores cánceres. La segunda, se trató de encontrar en su recepción a un grupo de científicos, junto con equipo técnico preparado al lado del lecho del doctor. Nosotros, los invitados, realizaríamos el procedimiento que habría de preservar en un poderoso computador las memorias y la personalidad del doctor. Él había encontrado la manera de burlar la muerte y, con ésta cercana, fuimos llamados para hacer historia en la ciencia.

El doctor Valderrama se nos acercó y nos hizo comenzar los preparativos. Un médico nos hizo desinfectarnos y vestirnos con batas y mascarillas. La habitación y la cama habían sido totalmente esterilizadas. En ésta se recostó el doctor y todos nosotros la rodeamos en un círculo. Yo comencé a grabar el experimento según las órdenes de mi maestro. Así, el cirujano comenzó el procedimiento que nos permitiría acceder al cerebro del paciente.

Se trató de algo invasivo, y el doctor, totalmente consciente, permanecía quieto mientras removían la tapa de su cráneo sin dolor gracias a la anestesia. Incapaz de ver ese terrible espectáculo, giré hacia la pared durante la operación, dejando a la cámara mirar por mí. Más tarde, con mi maestro listo, un ingeniero biológico colocó su equipo en el cerebro abierto de mi amigo. Nodos, agujas, receptores, todo conectado al equipo técnico. Esto recolectaría las señales eléctricas, las codificaría y las transformaría en información digital. Una vez que esto estuvo listo, encendimos el equipo y nos preparamos para transferir su conciencia a la máquina; regresé la mirada a mi maestro.

Aquello que sucedió después no puedo explicarlo con claridad, pues la rapidez con que pasó y el horror que me infundieron han nublado mi recuerdo del hecho. Puedo afirmar, sin embargo, que lo que experimentamos todos fue una combinación de expectativa y temor mientras el doctor moría y el equipo procesaba las reacciones en unos y ceros. Después, la esperanza nos invadió al encenderse la cámara con la cual la nueva conciencia observaría el mundo que le rodeaba. El lente nos miró a nosotros primero y se movió con lentitud hacia donde yacía moribundo el cuerpo orgánico de mi amigo, aún consciente; fue a partir de aquí que se desató la pesadilla. De las bocinas del enorme computador que guardaba la memoria del doctor Valderrama, nació un grito como nada que se haya escuchado sobre la Tierra. Un chirrido que ningún aparato fonético natural podría haber producido, y uno que nos heló la sangre y me ha obligado a cuestionarme mi cordura.

Las pantallas se encendieron entonces y en ellas danzaron figuras horribles sólo provenientes de la imaginación de un loco. ¿Cómo se pueden explicar? Aquello que vi era el producto de una horrible pesadilla: las figuras de un hombre que ya no asemeja a algo natural, los demonios que colectan las almas de los insensatos y las bestias de la esquizofrenia. Todo aquello acompañado por el grotesco lamento de las bocinas, recreando el infierno en la Tierra, para desvanecerse en la violenta explosión del equipo. Todos los aparatos se incendiaron y, espantados, mis compañeros y yo abandonamos la habitación y la casa dando gritos, y ésta, a nuestras espaldas, fue consumida por el fuego junto con los dos cuerpos de mi maestro.