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Reflejos

  • Por José Oswaldo
Reflejos

Por: Paola Delgado

En la ciudad de Chihuahua hay muchas personas, algunas simples, algunas complejas, algunas con poco, algunas con nada de dinero. Se encuentran en gran variedad en el transporte público, muchos no se volverán a ver en su vida, otros simplemente no lo notarán, algunos están destinados a cambiar la vida del otro.

La rutina de Nidia siempre es la misma, se levanta todos los días a las 7:30, se da un baño, come un ligero desayuno, lava la ropa, limpia el  polvo de sus muebles y de vez en cuando ve la televisión o lee un libro, a la una de la tarde prepara comida para uno, siempre para uno. Toma el Vivebús que la deja en la tienda de ropa a las 2:30 donde trabaja hasta las ocho de la noche. A las 8:30 toma el Vivebús para ir a casa.

Rubén se levanta a medio día la mayoría del tiempo, se da una ducha rápida, a veces come algo simple, a veces no come nada, empuja a la gente el Vivebús para llegar a tiempo a su trabajo a las dos de la tarde y termina puntualmente a las 8:30 para volver a casa.

De lunes a viernes ambos coinciden en el autobús, Nidia lo sabe muy bien, a veces espera discretamente poniendo monedas de una en una cuidadosamente en la máquina o fingiendo que espera un lugar donde sentarse, pero siempre coinciden a la hora indicada.

A Rubén le gusta tomar siestas en el autobús, cuando logra tener un asiento. Escucha música porque no soporta el ruido de la gente, trata de ignorar las imágenes que ve y sobre todo los aromas que despiden algunos. A veces se ríe cuando alguien no se levanta a tiempo y terminan cerrándole la puerta en la cara.

Nidia siempre tiene la vista en la ventana, pero no ve lo que está detrás de ella sino los reflejos de las personas dentro de autobús. Observa a los hombres y mujeres cansados del trabajo, a las señoras con las compras del supermercado, a los estudiantes riendo y de vez en cuando preocupados, siempre mira fijo porque nadie lo nota.

Hace algunos meses, a Nidia se le cayó su tarjeta, Rubén la recogió y en ese momento comenzó a sospechar que él era el amor de su vida. No podía comprobarlo a menos de se conocieran, lo que no podía pasar sin que antes le hablara él. Nidia no podía comenzar una conversación, no después de haberse dejado atrapar por los ojos negros de Rubén, no después de haber imaginado casi toda una vida a su lado.

No es que fuera una loca pero pocas personas le atraían y habiendo llegado a los 28 años comenzaba a imaginar su vida futura con la mayoría de los hombres que conocía, sin embargo hasta ese momento la vida con Rubén parecía la más agradable.

Un día la notaría, quedaría flechado por su cabello rizado y ojos grandes, sus labios pintados de un rosa suave adornados con una tierna sonrisa. La invitaría a salir el fin de semana solo para darse cuenta de que son el uno para el otro, se casarían al año siguiente con una gran boda plagada de rosas y colores pastel, tendrían una niña a quien llamarían Nidia, porque a él le encantaría el nombre y cuando fueran viejos se reirían del tiempo perdido en el que el idiota de Rubén no notaba como miraban constantemente su reflejo.

Esta noche es especial, comienza con un gran milagro que muy pocos han experimentado, hay tres asientos vacíos en el Vivebús y Nidia decide que aunque Rubén no ha llegado lo mejor es aceptar los regalos divinos. Cuando la puerta está a punto de cerrarse una mano la detiene, es Rubén, agitado, quien al ver los asientos vacíos corrió de manera desesperada el pequeño tramo de las máquinas al autobús.  Ahora hay dos asientos vacíos, el primero a un lado de una mujer mucho más bonita que Nidia, pero su bolsa acapara casi todo el lugar, se sienta a un lado de Nidia.

El corazón de ambos palpita desesperado, el de él por su minúsculo ejercicio que se convirtió en agotador a causa del trabajo, el de ella por su inocente romance con un desconocido que por primera vez está a su lado.

Sus brazos se rozan, y aunque al calor del verano esto nunca es agradable, la piel de Nidia es fresca y a Rubén le resulta reconfortante, mientras que su brazo sudoroso representa para ella su único contacto desde aquella vez que recogió su tarjeta.

El camino cada vez se hace más corto. Ella piensa en que es la noche indicada para que le hable, esta vez no está tan cansada y su cabello ha sobrevivido un día de clima inestable. El piensa en que no ha hecho las compras de la semana y no tiene nada para cenar, su estómago hace un ruido, Nidia sonríe discretamente al escucharlo.

El autobús se detiene en una estación y la mirada de Rubén se dirige a su derecha, a Nidia, ella lo nota porque sigue viendo su reflejo. Su cara se vuelve completamente roja, cree que su corazón se ha detenido, pero en realidad late tan rápido que no puede percibirlo. La historia que ha creado en su cabeza comienza a tomar forma de nuevo, se vuelve real. Rubén mantiene su mirada y no dice nada. Decide voltear hacia él, lentamente y con la mirada baja, la levanta poco a poco, pero los ojos de Rubén siguen fijos a la derecha. La puerta se cierra, el autobús comienza a avanzar, la mirada de Rubén se mueve, Nidia voltea rápidamente hacia el mismo lugar, a un puesto de hamburguesas del otro lado de la calle.

-¿También tienes hambre?

Sus miradas se encuentran por primera vez, ya no en reflejos ni en imaginación. Nidia no puede responder, solo sonríe tímidamente. El autobús se detiene de nuevo.

-Vamos- dice Rubén.

La toma de la mano y ambos bajan en la estación. No dicen nada más, no necesitan hacerlo. Corren a un puesto de comida cercano, sonriendo, actúan por instinto como si fueran un mismo ser.