Mi Pódium

El disco

  • Por Osbaldo
El disco

La Policia entra y mira el cuerpo recargado sobre la barra de la cocina. El brazo derecho está alargado, estirado, con el control del estéreo entre los dedos.
La cabeza sobre el brazo, como si nadara sobre el lado derecho.
Take a little peace of my hearth babe, dice la canción, que sale a todo volumen del estéreo. 
Es Janis Joplin, la Chica Azul, que le entra por las venas.
Grita, brinca, corre, desgarra su voz, pero el sicario está muerto. Reconfortablemente muerto, con la música de la chica texana encima. 
No hay vida para alguien que ha producido la muerte.
Descarga tras descarga sobre los cuerpos que se estremecen y brincan a cada bala que hospeda su cuerpo. 
Te cagaste para adentro, piensa la policía, que toma una foto con su celular y luego la envía a su amigo reportero. 
Sabe que, a cambio, mínimo, llegará una botella de whisky chafa pero que servirá para pasar el turno. 
La escena es grotesca. No es triste ni deprimente, ni tampoco motiva. Simplemente, es un bato sicario que no pudo con su alma y se tiró al infierno. 
Una nota en la página 16 A del periódico, una nota normal en los digitales, un número a la estadística y un expediente al congelador. 
Se suicida sicario tras ejecutar a cinco.
¿Qué más encabezado merece que ése? 
Darle la vuelta a la página, abrir otra nota en el portal y pensar que la mierda corre por todos lados. 
No hay más.
Lo único rescatable es Janis Joplin, así que el policía que entró primero se mete al saco el disco y piensa que llegará con algo nuevo a casa, cuando le reciba su esposa semi desnuda en la cama, a eso de las cinco de la mañana, al alba, al amanecer, para brincar sobre ella y hacer el amor con A Woman Left Lonely, mientras entra la luz por la ventana de madera para avisarle que ha nacido un nuevo día.