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La Quinta de Toribio Ortega

(Por Héctor Arriaga).- “Chihuahua, la capital de las estatuas, no ha podido abrir los ojos y honrar al más grande de sus héroes”. La alguna vez señorial Quinta...
  • Por José Oswaldo

En un pequeño pedestal

En un pequeño pedestal

En la Quinta Touché

En la Quinta Touché

En el Paseo Bolívar

En el Paseo Bolívar

(Por Héctor Arriaga).- “Chihuahua, la capital de las estatuas, no ha podido abrir los ojos y honrar al más grande de sus héroes”.

La alguna vez señorial Quinta Touché, aquella que el gobierno municipal intentó remozar sin lograrlo del todo, la nunca recuperada finca que con todo su pasado fasto cayó en el olvido, la casona soberbia que alguna vez fue hospital, le quedó chica a la figura del general revolucionario Toribio Ortega a quien con total falta de respeto colocaron ahí, en sus jardines, en un pedestal famélico y con una estatua que semeja no al guerrero que fue sino a un enano a quien nadie reconoce.

La Quinta, adquirida por la administración Garfio a precio alzado, será convertida en “museo del sitio” en honor a Toribio Ortega pero el experimento resulta fallido; el inmueble apabulla a la pequeñísima estatua del gran militar a la que además el escultor le quitó casi todo, hasta las armas para defenderse de sus ahora inmateriales enemigos.

Pareciera que el general Ortega está perdido para la autoridad. Su pequeñez artificialmente creada provoca que el enorme guerrero, prácticamente olvidado por la historia oficial, se reduzca aún más del mismo modo en que la estatua con su imagen le resulta mínima a la enorme casona.

Nada valieron los méritos ganados en campaña ni la bravura demostrada en el campo de batalla, el municipio no tuvo dinero suficiente para erigir una estatua acorde a su tamaño de revolucionario y fue convertido en un homúnculo que apenas alcanza la altura de la reja que lo rodea, con todo y pedestal.

Desde donde está, el general quizá recuerda lo que alguna vez fue y reflexiona con dolor que la revolución mexicana está muerta y es que Toribio Ortega, del que tan pocos se acuerdan, regresado de la tumba fue llevado a la fuerza ahí donde ahora permanece para ser colocado, por lo menos su efigie, a las afueras de la famosa Quinta.

Ni permiso le pidieron. Estará parado bajo la lluvia o al amparo del sol, muy tieso y gallardo, en un rincón del pequeño jardín que ahora es su hogar. Sus inanimados ojos, tan muertos como el resto de la figura, observan a los que pasan y en su mirada que abarca la esquina noroeste de Bolívar e Independencia se puede ver que al valiente militar ya nada le importa, y menos el desdén con que ha sido tratado.

Su grisácea estatua, que representa a uno de los gigantes del movimiento armado que se aglutinó en la famosa División del Norte, inexplicablemente mide escasos metro y medio lo que dificulta su reconocimiento.

El general villista reapareció hace poco en el lugar de su tragedia, donde un 16 de julio de 1916 perdiera la vida tras un desigual encuentro con la enfermedad. Como guerrero de singular valor, no pudo siquiera morir en combate, y terminó sus días hospitalizado.

Hoy en día está ahí, sereno y vigilante, enfundado en su guerrera metálica, expuesto a los elementos y a la mirada indiscreta y ojalá respetuosa de los Chihuahuenses.

No reconoce el lugar puesto que todo ha cambiado, y no ha tenido tiempo para bajarse de su minúsculo pedestal para recorrer las habitaciones y los pasillos de la vieja Quinta.

El general está solo, del mismo modo en que lo dejaron hace poco al conmemorarse los cien años de su fallecimiento. Para las autoridades locales y nacionales, el centenario de su muerte pasó prácticamente desapercibido y ni la grandeza del personaje, quizá la segunda figura más importante del villismo, hicieron que el pasado 16 de julio se le rindiera un justo homenaje.

Al general le quitaron el caballo, las espuelas y la carabina, para dejarle solo el uniforme con el que combatió valientemente al lado Francisco Villa. El escultor ni siquiera el revólver le quiso dejar, dejando en la indefensión a aquel que luchó con las armas físicas y las del pensamiento.

Lo curioso es que la estatua porta pantalón y botas de montar, presenta incluso el arnés al que van aparejadas las espuelas pero éstas no aparecen por ningún lado. Quizá los  170 mil pesos que cobró Beltrán Acosta no alcanzaron para más.   

El pomposo boletín enviado por la Presidencia Municipal anunciando la colocación de la mini estatua rezaba así:

-Este miércoles 17 de agosto, llegó la estatua del revolucionario hecha por el escultor chihuahuense, José Luis Beltrán Acosta, misma que será instalada en el jardín de la mencionada finca, ubicada en la intersección de la Avenida Independencia y Paseo Bolívar.

La escultura está hecha de bronce, y tuvo un costo de 170 mil pesos, cuenta con 1.50 metros de altura y será sostenida por un pedestal de medio metro-.

Ese es el manejo de la información por la parte oficial, dejemos mejor que hablen familiares del general Ortega para que digan su verdad.

A continuación el testimonio escrito por Armando Ortega Mata, descendiente del general, tomado de las memorias de Francisco de P. Ontiveros uno de sus leales seguidores durante la revolución.

“Mi padre, Cruz Ortega Padilla, nacido el 24 de noviembre de 1905 y fallecido hace apenas 17 años, me mostraba, por fuera, y me contaba historias, no todas muy agradables de su infancia en la Revolución, las dos casas donde vivieron ambas familias en la ciudad de Chihuahua, la quinta de Juárez y Colón y la ubicada en Independencia y Bolívar, frente al Panteón de La Regla, donde murió el General.

Mi padre escuchó los primeros disparos de la Revolución de 1910 y estuvo presente cuando Toribio y 60 hombres valientes se levantaron en armas contra Porfirio Díaz el 14 de Noviembre de 1910, los primeros que lo hicieron en todo el país. El patriotismo, la lealtad y la honradez del General Ortega, así como su sobrada valentía y su gran corazón, desde las historias oídas en mi tierna infancia hasta los testimonios fehacientes de personajes tales como John Reed y tantos otros observadores independientes, armonizan con las historias vivas contadas por aquellos que conocieron y trataron de cerca al General, algunos de los cuales, longevos y lúcidos, conocí de niño.

Testigo también he sido, durante la segunda mitad del Siglo XX, de cómo el patriotismo, la lealtad y la honradez del General Ortega, así como su sobrada valentía y su gran corazón, desde las historias oídas en mi tierna infancia hasta los testimonios fehacientes de personajes tales como John Reed y tantos otros observadores independientes, armonizan con las historias vivas contadas por aquellos que conocieron y trataron de cerca al General, algunos de los cuales, longevos y lúcidos, conocí de niño.

Testigo también he sido de cómo los regímenes revolucionarios, por razones inconfesables, han tenido a la Cuna de la Revolución, Cuchillo Parado, en el mayor de los abandonos. Nunca supe, por ejemplo, de que las familias de los 60 héroes hayan sido protegidas o pensionadas o beneficiadas de alguna manera por el gobierno. Si alguna vez hubo ayudas, todas se quedaron en un cedazo del aparato gubernamental conocido como gobierno municipal de Coyame.

Mi pueblo no ha merecido siquiera 14 kilómetros de carretera para unirlo a la civilización. Si algún progreso se mira en mi pueblo, se debe al esfuerzo individual de sus habitantes, la mayoría de los cuales han emigrado a los Estados Unidos. Cada año, el 14 de Noviembre, diferentes autoridades visitan el lugar por una o dos horas y hacen su función de la cual el pueblo solamente mira con una incredulidad que ya casi cumple cien años. El pueblo que cimbró a México ha sido reducido a simple espectador de un circo.

Chihuahua, la capital de las estatuas, no ha podido abrir los ojos y honrar al más grande de sus héroes. Los traidores, como Pascual Orozco y otros, son honrados en avenidas que llevan su nombre. Qué cierta la sentencia que dice que la historia la escriben los vencedores (y sus hijos): los vencedores de la Revolución no fueron los que la hicieron, sino los que la explotaron. El General Toribio Ortega merece más que una estatua en el sitio más visible de la ciudad de Chihuahua. Merece que su historia se conozca y que se aprecie su heroísmo y su entrega por las mejores causas de México.”

¿Habrá leído esto el alcalde Javier Garfio alguna vez?

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