Opinión

 ¿No qué no? O de libros y de fe

  • Por Cynthia
 ¿No qué no? O de libros y de fe

Primera de dos  partes

Por Luis Villegas Montes

Escribí la semana pasada: “De Club de Cuervos y de los libros que leí (12), ya les hablaré en otra ocasión: Me enojé con Volpi, me enamoré de Eduardo Sacheri, me desilusioné de Urroz, odié a Palau, conocí a Gyles Brandreth, etc.) […]”. Procedo.

¿Qué leí? Leí “Los herederos de la tierra”,1 de Ildefonso Falcones; “Mujeres transgresoras”,2 de Teresa Dey; “La noche de la Usina”,3 de Eduardo Sacheri; “Examen de mi padre”,4 de Jorge Volpi; “Retrato de un hombre inmaduro”,5 de Luis Landero; “Demencia”,6 Eloy Urroz; “Así empieza lo malo”,7 de Javier Marías; “Agridulce”,8 de Colleen McCullough; “No es el fin del Mundo”,9 de Geraldine McCaughrean; “Aurora Boreal”,10 de Asa Larsson; y “Tierra roja”,11 de Pedro Ángel Palou; “Oscar Wilde y una muerte sin importancia”,12 de Gyles Brandreth; y “El laberinto de los espíritus”,13 de Carlos Ruiz Zafón; ya sé, son trece títulos y había dicho que era doce; el de “Mujeres transgresoras” le empecé a leer en el regreso y no lo terminé.

He dicho en incontables ocasiones que soy una persona de ideas fijas, para no decir que soy un burro. Pues bien, en uno de esos arrebatos de porfía extrema, he dicho que hay que leer; como sea, como venga, hasta la envoltura de los chicles pero hay que leer; eso porque no falta quien empiece a dar la lata con que la “formación” temprana en la lectura debe pasar por los clásicos y, no señor. Sólo por poner dos ejemplos les diré que existen dos libros que me matan: La Ilíada, de Homero, y Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo, y jamás de los jamases se me ocurriría imponer su lectura a un niño; por mucha aventura y acción que contengan, entre Tetis, Peleo, Aquiles, Agamenón, Briseida, Patroclo y compañía, ahí queda el futuro lector; por no hablar de Esmeralda (pase), Quasimodo, el archidiácono Claude Frollo, Pierre Gringoire, el Capitán Febo de Châteaupers y la Corte de los Milagros. Yo leo, leo, leo y a mis hijos no les he regateado ningún título, el tiempo dirá; aunque ciertamente sólo Adolfo me haya seguido en esa aventura. Luis Abraham y María leen, sí, pero sin esa pasión arrebatadora.

Total, teniendo poco tiempo para leer, debo por fuerza dosificar mis libros y de los veintitantos que tenía, me llevé dieciocho y nada más terminé doce; los que ya dije. A los consagrados en mi gusto, Falcones, Volpi, McCullough, etc., sumo de vez en vez, si las circunstancias lo permiten, autores desconocidos por mí que resultan una grata sorpresa. Así empecé a leer a Santiago Posteguillo, a Joël Dicker, a Daniel Glattauer, a Stieg Larsson y, ¡ay!, a Almudena Grandes, entre otros muchos.

Aclaración farragosa, pero indispensable, para explicar qué me ocurrió en diciembre y por qué leí lo que leí. Los herederos de la tierra es la segunda parte de “La Catedral del Mar”, obviamente de Ildefonso Falcones; y si de la primera escribí en algún lugar que era magnífica, esta nueva novela no la desmerece. Léala, si ya leyó la primera; si no, compre una y luego la otra. Si en el camino se encuentra con la “Mano de Fátima” o “La Reina Descalza”, cómprelas también, no se arrepentirá.

“La noche de la Usina” la compré porque si hay algo que espero, cada año, es la novela ganadora del “Premio Alfaguara”; como la famosa caja de chocolates de la mamá de Forrest Gump, el premio no es garantía de nada pero algunas de las mejores novelas que he leído en mi vida las he leído gracias a él (Diablo Guardián, 2003; el Turno del Escriba, 2005; Chiquita, 2008; etc.). Este año la novela de Eduardo Sacheri es muy buena. Entretenida, inteligente, bien escrita, con un lenguaje engañosamente simple, “La noche de la Usina” es una novela excelente y me pone a mí en el camino de buscar otras novelas del autor, ¿por qué? Porque una de las mejores películas en español que he visto, ganadora del Óscar a la mejor película extranjera en 2010, está basada en una novela del mismo autor: “El secreto de sus ojos”. De ese modo, sospecho que recién acabo de entablar con Eduardo Sacheri una sana relación bibliográfica.

Ya hecha la alusión a esta novela, me sigo por el grato descubrimiento de Gyles Brandreth y “Oscar Wilde y una muerte sin importancia”; resulta que, por Navidad, me invitaron al intercambio de la oficina y dije que sí; como no quería complicarle la existencia a la persona que le tocara regalarme a mí, fui a una librería de segunda, Logos, y pensé en ajuarearme con vistas al ocio en puerta. Había una serie de libros nuevos, saldos, a muy buen precio: Setenta y cinco morlacos cada uno. Como de Gyles Brandreth no había oído ni hablar compré los tres títulos que vi, imbuido de ese espíritu de “a ver si es cola y pega”. Pues pegó. Como no estaba seguro de la calidad del experimento, al viaje me llevé sólo uno, el que ya dije, y se quedaron dos en el tintero: Oscar Wilde y el club de la muerte14 y Oscar Wilde y la sonrisa del muerto.15 No hay que ser un genio para saber de qué tratan; todas son novelas policiacas, cuyo protagonista es Oscar Wilde en calidad de detective. Sin embargo, la trama y el estilo hacen recordar al entrañable Sir Conan Doyle y a su todavía más entrañable personaje: Sherlock Holmes. Sin ser histórica, sin grandes pretensiones, las novelas cumplen magníficamente su cometido: Divierten y, para el caso, ilustran. Un buen uso del lenguaje, un conocimiento profundo del Londres decimonónico, así como de su personaje central, Óscar Wilde, hacen de la novela que leí, las otras dos se quedan para mejor ocasión, una obra digna de disfrutar. Córrale a Kosmos y a Logos, quizá encuentra todavía algún ejemplar.

Colleen McCullough no constituyó ninguna sorpresa; autora de un clásico, “El pájaro espino” (Plaza y Janés, 1978), he leído la mayoría de sus novelas aunque definitivamente me quedo con siete: La serie dedicada a los Señores  de Roma (cinco libros); una sexta dentro de la misma línea que se ocupa en exclusiva de Julio César, “El Caballo de César” (Ediciones B, 2003), y La canción de Troya (Planeta, 1998). Léalas y, si le queda tiempito, lea Agridulce que, contra lo que su título sugiere, no le dejará mal sabor de boca.

Continuará…

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