Opinión

La arremetida del populismo

  • Por Cynthia
La arremetida del populismo

Por Pascual Beltrán del Río 

La ciudad alemana de Coblenza, donde se encuentran el Rin y el Mosela, fue el lugar donde Otto Von Bismarck, el llamado Canciller de Hierro, colocó en 1897 una estatua ecuestre del rey Guillermo I para celebrar la unificación de su país.

En esa misma confluencia de ríos se encontraron el sábado los dirigentes de las fuerzas ultranacionalistas de Alemania, Francia, Holanda e Italia para declarar muerta a la Unión Europea y anticipar una “primavera patriótica” en la que “los pueblos de la Europa continental despertarán” y pondrán “fin a un mundo para que nazca otro”.

La “nueva Europa” —que proclamaron ayer la francesa Marine Le Pen, el holandés Geert Wilders, la alemana Frauke Petry y el italiano Matteo Salvini— como alternativa a la UE, que, dijeron ellos, es un obstáculo a la libertad, la seguridad y la prosperidad de los europeos.

Apenas un día antes, Donald Trump había tomado posesión de la Presidencia de Estados Unidos. En su discurso, en las escalinatas del Capitolio, el magnate había afirmado que todas las naciones tienen el derecho de poner por delante sus propios intereses y se iniciaba la era de “Estados Unidos primero”, en la que su país dejaría de financiar a otros y su pueblo recuperaría la soberanía perdida.

En ambos lados del Atlántico, el populismo está desatado. Al margen de detalles en cada país, las fuerzas que proclaman el ultranacionalismo han calificado de irrelevante la cooperación internacional y han despreciado los acuerdos comerciales surgidos en los últimos 25 años de globalización.

Su discurso es semejante en muchas cosas más: dividir a la sociedad en buenos y malos, afirmar que ellos representan al pueblo, desconfiar de los extranjeros, proponer soluciones mágicas para los problemas sociales, apelar a los más bajos instintos de los ciudadanos, fomentar el rencor, intimidar a los críticos y etiquetar a adversarios políticos y medios de comunicación con calificativos obscenos, entre otros.

Tocará a los sociólogos explicar por qué la globalifobia, que era una corriente de pensamiento marginal a principios de este siglo, ha mutado en una fuerza política capaz de hacerse del poder nada menos que en Estados Unidos y de poner contra la pared a la Unión Europea, un acuerdo de integración que llevó décadas construir.

¿Por qué en Estados Unidos pasaron, en unos cuantos años, del discurso de la sociedad posracial, basado en la maduración de la tolerancia hacia lo distinto, a la proclama de que el patriotismo es la cura de todos los prejuicios?

¿Cuándo fue reemplazada la conciencia de que Estados Unidos tiene una responsabilidad que cumplir con el entorno internacional por la aspiración de un país amurallado que no piense en sus vecinos?

Por supuesto, es posible esbozar algunas hipótesis: el persistente estancamiento económico, que ha provocado que los pueblos se desesperen con sus gobernantes y que los ciudadanos se refugien en el individualismo; la rampante corrupción que ha infectado a la clase política en muchas partes del mundo y la ausencia de liderazgos entre los políticos convencionales son, ambas, parte del problema.

En la entrevista que concedió al diario español El País, el papa Francisco aportó la suya: “En momentos de crisis, no funciona el discernimiento… Busquemos un salvador que nos devuelva la identidad y defendámonos con muros, con alambres, con lo que sea, de los otros pueblos que nos pueden quitar la identidad. Y eso es muy grave”.

Por desgracia, esa parece ser la reacción no meditada de millones de personas en diferentes países, que están dispuestas a morder el anzuelo del autoritarismo con tal de deshacerse de lo que consideran caduco e irreformable.

Buscar un salvador en lugar de apostar por reparar las instituciones para que sirvan al ciudadano y hacer que los corruptos rindan cuentas.

En México, la clase política tiene menos de año y medio para demostrar que tiene una verdadera voluntad de abjurar de prácticas que la sociedad aborrece. Mismo tiempo tiene ésta para despertar de la ilusión de que un líder carismático y populista es la solución a sus problemas.