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Las Santas

  • Por Cynthia
Las Santas

Por León Reyes

La casa de la esquina, de adobe sin enjarre, se prolongaba por bastantes metros por ambos lados de las calles en las que se ubicaba, tenía un aire de misterio, ahí vivían varias familias, las mujeres hermanas entre ellas, no se les conocía marido o nunca se les vió,

Vivían con ellas algunos niños y un par de adolescentes, las mujeres se llamaban Julia, Urbana, Tomasa y Martha y dos o tres más a las que nadie conocía por su nombre.

Julián acostumbraba los domingos en la mañana, sentarse frente a las vías del tren, ahí estaba la llave del pozo qué pertenecía a la casa redonda del ferrocarril y de dónde se abastecían de agua, la gente del barrio de la Bellota, porque al igual que en todos los barrios de aquella ciudad del desierto del Septentrión, el liquido era escaso.

Nadie recordaba que en alguna temporada de verano, el agua llegara a las llaves de las casas.

Tomaba por asiento el registro qué guardaba una llave de paso.

En la mañana del domingo veía pasar la caravana de las mujeres que salían de la casa de adobe, en el barrio les decían las Santas, seguramente por su vestimenta de colores oscuros, faldas amplias y plisadas que llegaban al huesito sabroso, blusas holgadas, de esas que les dicen camiseras, abotonadas hasta el cuello, remataban con un tocado que les llegaba hasta la cintura y cubría su pelo, parecían

Musulmanas, aunque con los rostros descubiertos.

La caravana se integraba por todas las mujeres de la familia.

En el centro del grupo caminaba Martha la Santa, la que tenía el don de lenguas y de sanación. La santa Martha nunca salía de la casa, solo los domingos y cuando salían de viaje a repartir sus dones por los pueblos de la provincia del desierto o en la serranía.

Las hermanas de la Santa la rodeaban y no permitían que nadie se le acercara.

Agrupadas y con La Santa Martha al centro, caminaban paralelas a las vías del tren, cruzaban por la estación del ferrocarril para llegar a la iglesia.

Julián caminaba atrás de ellas y una vez que entraban a la iglesia se sentaba lo más cerca posible del grupo, esperaba escuchar palabras que le despejaran los misterios que bullían en su cabeza sobre las Santas.

Los fieles católicos, acostumbrados a verlas cotidianamente en misa de siete, domingo a domingo las veían como parte del paisaje del templo. Solo uno que otro niño, pedía explicaciones a sus padres sobre aquel grupo diferente a todos los demás.

A Julián le gustaba indagar los secretos del barrio y a todo mundo preguntaba sobre Las Santas, los viejos vecinos solo decían que cuando ellos llegaron a La Bellota, Las Santas ya vivían ahí, que eran vecinas de toda la vida, pero nadie le daba más datos, no tenia punta la madeja del misterio de aquellas mujeres, nadie sabía de que Vivian, ellas no platicaban con los vecinos, así Julián se rindió en su tarea de espía y se conformó con saber lo que todo mundo conocía.

Tenían una vieja troca de esas de doble rodada, de redilas de madera, tan vieja que el cofre se abría por los lados y de un color verde olivo como el que usa el ejercito; La manejaba una de ellas, la de nombre Urbana.

Se les veía hacer tareas propias de los hombres, albañilería, carpintería, cargar bultos y otras, nunca se veían hombres, no los había, pero en alguna parte estaban pues Julián se preguntaba , de donde salieron los niños y los adolecentes.

Sus rasgos físicos no decían nada, podían ser de cualquier parte del país o del enorme territorio de la provincia, del desierto o de la sierra.

Urbana y Juliana, visitaban el tendejón

del barrio a surtir el mandado e intercambiaban breves diálogos con los vecinos, su acento, tampoco daba pistas de su origen.

Ni las mas platicadoras y Julián lo intentó muchas veces, lograron obtener información alguna sobre su historia o despejar el misterio que las rodeaba.

Frecuentemente, alguien las veía salir muy de mañana antes de que nadie se asomara a la calle. Urbana y Juliana subían al vehículo acompañadas de Martha La Santa, se veía que llevaban alguna maleta y recipientes de vidrio, se suponía cargaban pociones y menjurjes

con los que quitaban embrujos, males impuestos, y males físicos.

Se ausentaban del barrio a veces más de una semana , Julián siempre estaba pendiente del regreso de la troca, para atestiguar e informar lo que veía, decía que traían costales de frijol, maíz, calabazas, madera y demás productos de la región.

Nadie logró desentrañar el misterio de las Santas, si Martha la Santa sanaba o no, si sus expediciones hacia la sierra o el desierto, eran para ejercer la milagrería y la sanación, en el barrio a nadie le ofrecían sus servicios, nadie podía dar testimonio de sus actividades, aunque algunos aseguraban que Martha La Santa, curaba como Cristo, imponiendo las manos en la cabeza y el cuerpo.

El tiempo fue haciendo viejos a todos, también a Las Santas, un domingo Julián vio que el habitual cortejo disminuyó, faltaba alguna de Las Santas, nunca supo cual, pues no lograba diferenciarlas, en el barrio nadie se enteró de un velorio o entierro.

Julián nunca supo cuando murió Martha La Santa, pero un domingo ya no vió a Las Santas, en cortejo ir a misa, nadie supo cuando murieron las demás, ya sólo se veían Urbana y Julia

Dejó de verse Julia y años después murió Urbana.

Los Adolescentes y niños que convivían con ellas, nunca se supo quien eran sus 3padres, ni sus madres.

Todos se hicieron adultos y se les veía por las calles del barrio, no convivían con nadie , todos Se volvieron teporochos. Julián recordaba el nombre Vicente, de Valente, Antonio y Aurelio, se les veía deambular normalmente alcoholizados y en silencio.

Como se fueron Las Santas, se fueron los varones de aquella familia, sin que nadie se diera cuenta, sin velorios y sepelios. Eran figuras extrañas para las costumbres del Norte del país, parecía que las habían trasplantado de algún pueblo cristero del Bajío o del centro del país.

Julián nunca pudo satisfacer su curiosidad de ver una cura de Martha o de alguna de Las Santas porque él estaba convencido de que Santas si eran