Opinión

La columna

  • Por Cynthia
La columna

Por Carlos Jaramillo Vela

Alejandro Domínguez: logró abrir las puertas de Palacio.

Acción Nacional: se deshace en medio de su división interna.

El PRI: sin prisa, pospone sus cambios para después de la Semana Santa.

Quien por fin hizo lo que ni los propios panistas consiguen hacer fue el diputado tricolor y expresidente estatal del PRI, Alejandro Domínguez, ya que con la fuerza de sus argumentos logró persuadir al gobernador Javier Corral, quien optó por ordenarle al Secretario General, César Jáuregui Robles, y al Fiscal, Augusto Peniche, que se sentaran a dialogar con el legislador federal y le brindaran la información relativa a las estrategias de seguridad que el estado habrá de implementar para combatir el problema que hoy es el mayor flagelo de Chihuahua. Es de sabios cambiar de opinión: no se requiere hurgar en archivos periodísticos muy remotos para recordar la persistente negligencia del gobierno ante las reiteradas solicitudes que semanas atrás le hicieron en materia de seguridad Alejandro Domínguez y las cámaras de Diputados y Senadores al titular del ejecutivo, mientras en Chihuahua alcanzaban niveles atípicos la masacre, el terror y la barbarie. Con dicha reunión Domínguez logró que finalmente Corral le abriera las puertas de Palacio, lo cual no es poco decir si se toma en cuenta que existe la percepción generalizada de que el nuevo amanecer ha puesto muy altas las trancas de acceso al Palacio y a las dependencias y organismos estatales, pues en modo frecuente circulan versionesque señalan que los nóveles funcionarios no reciben a los alcaldes y diputados de casa, y mucho menos a los del Revolucionario Institucional o de otros partidos -y ni qué decir del común de los mortales-. Así las cosas, bien por Alejandro Domínguez, cuyo oficio político puso el asunto en su debido sitio, y también bien por Corral al enmendar su anterior postura rígida, girando indicaciones para que sus subordinados hablaran con el diputado federal.

El PAN hoy sufre en Chihuahua una arrebatada y descomunal crisis interior, caracterizada por las fuertes disputas de poder que libran sus principales grupos políticos: el grupo “institucional”, de mayor liderazgo real -ascendiente moral con la militancia- bajo las órdenes de la alcaldesa María Eugenia Campos; y el grupo “coyuntural”, que detenta el poder formal del estado -poder gubernamental- conducido por el gobernador Javier Corral. Hay quienes dicen que el blanquiazul es un partido que siempre se ha desempeñado excelentemente en su papel de opositor, pero jamás ha sabido qué hacer cuando gobierna. Tal vez dicha aseveración cobra ahora plena vigencia, sobre todo si se analiza esta teoría a la luz de las actuales circunstancias que el panismo estatal vive, luego de las encarnizadas luchas intestinas que se han desatado entre sus principales actores políticos, a raíz del reciente y doloroso desacato infligido a Corral por la mayoría la bancada azul, al nombrar a Ignacio Rodríguez en la titularidad de la Auditoría Superior del Estado, desobedeciendo los designios del inquilino de Palacio, quien había ordenado conferir tal encomienda a Manuel Siqueiros o Armando Valenzuela. Los cimientos del Gobierno del nuevo amanecer se cimbraron, sin duda, con el estrépito del más reciente escándalo del quinquenio, ocasionado por la temeraria afrenta cometida contra la investidura del ejecutivo por sus correligionarios. Intenso fue en verdad el terremoto político causado tanto por la irreverente insubordinación de los jóvenes legisladores panistas hacia Corral, como por la iracundia de éste frente a tal indisciplina. Las reacciones corralistas –la beligerante especialidad de la casa- no se hicieron esperar: hay sobrados indicios que hacen suponer que el Secretario General del Gobierno, el Consejero Jurídico del Ejecutivo y el Presidente del CDE del PAN ya preparan la defenestración “fast track” que les ha sido ordenada para eliminar del camino al recién nombrado Auditor, “Nacho” Rodríguez, y al Coordinador de la fracción local panista, Miguel La Torre. El cisma y la discordia en el albiazul son más que evidentes –y además parecen ser parte integral de su ADN-. ¿María Eugenia Campos y Javier Corral tendrán la humildad para sentarse a pactar políticamente, o están empecinados en mantener sus diferencias hasta el punto extremo de convertirlas en irreconciliables, aunque con ello debiliten aún más a su partido?

Prudente, analítico y cuidadoso de las formas y los tiempos, en este año 2017 el Partido Revolucionario Institucional en Chihuahua ha caminado con sigilo. Mientras en la capital de la entidad los dos grupos políticos -“institucional” y “coyuntural”- del PAN, se debaten en una abierta y fratricida lucha de poder protagonizada por sus principales actores políticos colocados en las estructuras institucionales del Ayuntamiento -Campos-, el Congreso -La Torre- y el Gobierno -Corral-; el PRI por su parte, sin hacer oleaje y ajeno al natural desgaste que provoca el ejercicio del gobierno, bajo la guía de Fernando Moreno Peña -delegado del CEN y exgobernador de Colima- continúa construyendo su proyecto. Así, el tricolor decidió aplazar la renovación de su dirigencia estatal para después de la Semana Santa, pues además la fase intensa de la política preelectoral prácticamente empezará allá por el mes de Diciembre, cuando falten poco más de seis meses para la elección del año entrante, y las y los potenciales candidatos a regidores, síndicos, alcaldes, diputados locales y federales, y senadores, deban tener bajo el brazo y debidamente “palomeado” su expediente. Por lo pronto Óscar Villalobos, Lilia Merodio, Manuel Russek, Graciela Ortiz, Fermín Ordóñez, Adriana Fuentes, Heliodoro Araiza, Marco Quezada, Francisco Salcido, Pedro Domínguez, Miguel Ángel González y las o los demás posibles sucesores de Guillermo Dowell, seguirán siendo el tema favorito en los ejercicios de especulación de los analistas políticos y futurólogos aficionados a los juegos de clarividencia que se practican con el fin de prever el porvenir de Chihuahua... de México... y del mundo