Mi Pódium

La magia del realismo

  • Por Osbaldo
La magia del realismo

A muchos cincuenteros nos llenó la época en los ochentas la obra –y la vida- de Gabriel García Márquez.

El y Julio Cortázar, el argentino, parecían ser los amos de la literatura latinoamericana, que trascendía al ámbito mundial.

El realismo mágico, o la magia del realismo, parafrasearía yo, invadió la esfera global y se apoderó de los lectores en todos lados.

No hablábamos de otra cosa más que de Isabel Viendo Llover Sobre Macondo, de la Cándida Eréndira, y por supuesto, de su Abuela la Desalmada.

Innumerables cuentos, por los cuales conocí yo a García Márquez, antes de entrarle a sus magníficas novelas.

El General no Tiene Quien le Escriba –que algunos consideran cuento largo y otros novela- me impactó por la sencillez narrativa y cronológica de su trama, con un estilo distinto al común de la obra de El Gabo.

Un Día de Éstos, Algo muy Grave va a Pasar en Este Pueblo, Los Funerales de la Mamá Grande, Ojos de Perro Azul, La Hojarasca y una enorme galería de libros de relatos.

El tema es que, cuando uno leía sus cuentos, parecía que nos estaba describiendo.

Su gran talento consistió en pintar con palabras el Ser Latinoamericano. Fue ése, sin duda alguna, su mayor mérito.

Algo similar a lo que hizo por medio del ensayo y en México, Octavio Paz: describir a el Ser Mexicano.

Escribir sobre las novelas de GGM es muy difícil porque en éstas está ya todo muy bien escrito. Pero debemos mencionar, aparte de su obra maestra, Cien Años de Soledad, a El General No Tiene Quien le Escriba, El Amor en Tiempos del Cólera, Crónica de una Muerte Anunciada, El Otoño del Patriarca y tantas más.

Muchos años después, entendí que García Márquez escribía con la capacidad sintética que produce escribir periodismo.

Es decir, contaba una historia como si fuera el relato de una noticia, empezando por el final –la parte más importante, la entrada de la nota, o el famoso lead norteamericano.

Muchas veces escuché decir que el ejercicio del periodismo mataba el talento literario.

Pero en El Gabo fue al revés. El periodismo le dio la forma para escribir el fondo de sus cuentos. Fue su musa. La visión narrativa provenía de su oficio inicial.

Su vida también es una obra. El Gabo no cedió a la fácil tentación de meterse a la política. Estuvo siempre presente, con su obra y sus opiniones, pero solo desde su trinchera de escritor.

No cayó como otros. Como Mario Vargas Llosa, por ejemplo, el peruano que quiso ser Presidente de un país literario. Y como tantos otros.

Pero influía más que si se hubiera metido a la política.

Su ostracismo le hizo ser parte de su realismo mágico. Y, ahora, después de su muerte, es fácil vaticinar que nadie le bajará, no de un pedestal, sino, de esa realidad, que con la fuerza de la magia con que siempre escribió, le mantendrá ahí.

Por lo pronto, yo me quedo con la frase de Gabriel García Márquez, la que debiéramos esculpir en las paredes de la historia: “el periodismo es el mejor oficio del mundo”.

Y sobre este tema, cierro este artículo con el remate del discurso que hizo el colombiano de Aracataca con motivo de la asamblea número 52 de la Sociedad Interamericana de Prensa, llevada a cabo en octubre de 1996:

“Pues el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente”.

Y lo digo desde aquí, porque también así lo pienso, y porque éste es mi pódium, el de las columnas, los editoriales y los artículos, el único con el que contamos los periodistas para hacer oir la voz de nuestros representados, los ciudadanos, y la propia nuestra.