Opinión

De Judas, Pedros y Pablos…

  • Por José Oswaldo
De Judas, Pedros y Pablos…

Almajuarense

Por Francisco Rodríguez Pérez

En la reciente colaboración dominical me referí al encuentro del Gobernador, César Horacio Duarte Jáquez, con sus principales colaboradores. Fue una reunión de poder, el relanzamiento del último tercio de su gobierno y un “pacta sunt servanda”.

En ocasión tan especial, lancé una pregunta ¿Cuántos Judas tenemos, cuántos Pedros, cuántos Pablos? La interrogación causó revuelo. Respeto los argumentos de algunos adversarios, en política y periodismo, para dejar claro cuando no los comparto, ni acepto.

La pregunta tenía forma de exigencia, pero mucho más fondo. He aquí algunos elementos para las posibles respuestas:

Hay por principio de cuentas varios “Judas”.

Los que aparecen en La Biblia, en el Nuevo Testamento, son por lo menos seis: 1) Judas, “hermano” de Jesús; 2) Judas, hermano de Jacobo, discípulo de Jesús; 3) Judas Iscariote, discípulo de Jesús; 4) Judas, el galileo; 5) Judas, el que hospedó a Pablo cuando éste quedó ciego; y 6) Judas, que tenía por sobrenombre “Barsabas”.

Sin embargo, de entre ellos, dos son los más famosos, los que pueden verse como la tesis y la antítesis, y en síntesis como representaciones del bien y del mal.

San Judas Tadeo, uno de los doce apóstoles.

Nació en Caná (Galilea) fue muerto en Suammir (Persia), aproximadamente en el año 62 de nuestra era. "Judas" es una palabra hebrea que significa "alabanzas sean dadas a Dios"; Tadeo quiere decir "valiente para proclamar su fe". Judas Tadeo era de familia de agricultores. Hijo de Alfeo Cleofás, quien era hermano de José el padre de Jesús, y su madre era Miriam Antera, prima hermana de María, la madre del Cristo.

Judas Iscariote, fue otro de los apóstoles de Jesús de Nazaret, siguió a su maestro durante su predicación por Palestina y, según los Evangelios, fue el apóstol traidor que reveló a los miembros del Sanedrín el lugar donde podían capturar a su Maestro sin que sus seguidores interfiriesen, tal como había anunciado el propio Jesús durante la Última Cena.

Según todos los evangelios canónicos, Judas guió a los guardias que arrestaron a Jesús hasta el lugar donde lo encontraron y según los sinópticos, les indicó quién era besándole.

Al ver que Jesús era condenado, Judas devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: “Yo he pecado entregando sangre inocente”. Mas ellos dijeron: “¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú!” Y tras arrojar las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó. Los principales sacerdotes, tomaron las piezas de plata y dijeron: “No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre”. Y después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros. Por lo cual aquel campo se llama hasta hoy “Campo de sangre”.

En defensa de Judas Iscariote se dice que su traición era “necesaria” para que se cumpliese aquella Escritura en que “el Espíritu Santo habló antes por boca de David” acerca de Judas, que fue guía de los que prendieron a Jesús, y era contado con ellos, y tenía parte en aquel ministerio.

Hay, al respecto una dramática imagen: con el salario de su iniquidad se adquirió un campo, y cayendo de cabeza, se reventó por la mitad, y todas sus entrañas se derramaron. Y fue notorio a todos los habitantes de Jerusalén, de tal manera que aquel campo se llama en su propia lengua, Acéldama, que quiere decir, Campo de sangre.

Con las acciones de Judas Iscariote, según la tradición, se cumplía también lo dicho por el profeta Jeremías: Y tomaron las treinta piezas de plata, precio del apreciado, puesto por los hijos de Israel; y las dieron para el campo del alfarero, como me ordenó el Señor.

Pedro fue un humilde pescador, de una pequeña región Galilea, que paga el precio de la fatiga en su oficio, que lo absorbía y por lo mismo limitaba culturalmente.

Era impulsivo, que con facilidad se entusiasmaba y también se descorazonaba. La noche de la Pasión tuvo una amarga experiencia por su negación que fue para toda su vida, la hora de la verdad, de la humildad y de la purificación del corazón.

Aquel hombre frágil fue elegido por Jesús, piedra fundamental de la Iglesia.

En la Última Cena en el momento que Jesús predice las negaciones de Pedro, agrega al apóstol. “Simón, mira que Satanás ha pedido el poder cribarte como trigo, pero yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos”.

San Agustín expresa poéticamente este pasaje: “No te entristezcas, apóstol; responde una vez, responde dos, responde tres. Venza por tres veces tu profesión de amor, ya que por tres veces el temor venció tu presunción. Tres veces ha de ser desatado, lo que por tres veces habías ligado. Desata por amor, lo que habías ligado por temor”.

Pedro fue martirizado en Roma. Las investigaciones ordenadas por el Papa Pío XII y guiadas por el Padre Kirschbaum, S.J., así lo han demostrado con criterios científicos arqueológicos.

Pablo era un hombre capaz, culto, con excelente formación; así lo expresa en sus afirmaciones: “Circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de hebreos; en cuanto a la ley fariseo, en cuanto al celo perseguidor de la Iglesia; en cuanto a la justicia de la ley, intachable”.

También se autodescribe antes de su conversión:

“A mí que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente, pero encontré misericordia porque obré por ignorancia en mi infidelidad…”

Pero vino el encuentro y el cambio radical, cuando Cristo le quitó la máscara del orgullo con una sola pregunta: “¿Saulo, Saulo, por qué me persigues?” Y entonces ocurre una inusitada transformación: “Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo.

“Y más aún juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor; por quien perdí todas las cosas y las tengo como basura para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía que viene de la Ley; sino la que viene por la fe en Cristo”.

Sobre Pablo, llamado el “Treceavo Apóstol”, se abatirá siempre la persecución: flagelado por los judíos, azotado por los romanos, asaltado por los ladrones, y puesto en dificultades por tantos celos y calumnias.

Pero nada detendrá su celo, por ello con todo el entusiasmo de su ardiente pluma escribe a los Romanos “¿Quién nos separará del amor de Cristo?”, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? … Pero en todo esto salimos vencedores gracias a Aquel que nos amó.

"Pues estoy seguro que no la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor Nuestro”.

La fe en Cristo lo llevó a ser el gran misionero recorriendo los caminos del Imperio Romano, hasta encontrar el martirio en la capital: Roma.

Afrontó todas las vicisitudes, obstáculos y contradicciones con esa grandeza de espíritu, valor y decisión, alentándose asimismo con esta frase clave: “¡Todo lo puedo en Aquel que me conforta!”

Pedro y Pablo son festejados cada 29 de junio, Pedro Cabeza, Pablo misionero; uno Príncipe de  los Apóstoles  y el otro: “último testigo de la Resurrección de Cristo”.

Paul Claudel dice con respecto a los dos apóstoles: “Sus cuerpos, bajo una gran piedra

uno cerca del otro, esperan a Su Creador.

Dichosa Roma, por segunda vez fundada

sobre tales fundadores”.

Con estos personajes completo la analogía. Sus vidas, sus trayectorias son metáforas para la actualidad, cuando la pregunta es cuántos “Judas”, “Pedros” o “Pablos” tenemos en el Gobierno del Estado.

El Dr. Scott Hahn ha dicho que no bastan la Biblia y el Espíritu Santo, sino que además se requiere la Jerarquía; y pone la analogía de que en los Estados Unidos de Norteamérica, se elaboró la Constitución pero luego se estableció el Gobierno para congruentemente conducir a esa nación.

¿Por qué la referencia a las grandezas del espíritu y la magnanimidad?, porque son claves, para que cualquier instancia de “diálogo” -instrumento indispensable de toda construcción social, política y cultural- pueda ser eficaz. También son útiles para superar todos los odios, divisiones, resentimientos y para construir una comunidad de hermanos y compañeros, hasta formar un solo cuerpo, aunque seamos muchos.

Aquellos valores deben traducirse en compromisos cotidianos, sabiéndonos co-responsables de la conducción del gobierno chihuahuense y del futuro que debemos construir.

Que tras el pacta sunt servanda -los pactos deben ser respetados- con el Gobernador, se defina, claramente, cuántos Judas, Pedros y Pablos tenemos. Y que cada quien vaya ocupando su lugar. Hasta cabe la referencia al ingenio popular: “No temas, como Judas temió”. ¡Hasta siempre!