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Volkswagen negro

  • Por José Oswaldo
Volkswagen negro

Por Paúl Adrián Torres Terrazas

Abram Bencomo detestó la moda del Harlem-Shake desde sus orígenes, mucho antes de que los videos virales de internet se volvieran tan populares. Cuando los compañeros de su escuela decidieron organizarse para grabar un video, él no quiso participar. Le parecía absurda la necesidad de la gente por sentirse parte de algo y no comprendía en absoluto la emoción de grabarse bailando.

Gracias al fenómeno colectivo del Harlem-Shake, ahora las culturas Underground volvían a ponerse de moda; al parecer, todos querían ir en contra del sistema, apostar por la diferencia y la rebeldía; estaban inconformes con el capitalismo, pero se quejaban desde su iPhone.

Según Abram Bencomo, la sociedad se está fragmentando debido a tantas nociones distintas sobre la vida, cuando escuchó en la escuela acerca de un club en la colonia Centro y calle Cuarta, donde se reunían parejas swinger para tener relaciones sexuales con completos desconocidos, no pudo creerlo; así como tampoco quiere creer las historias sobre la secta satánica que parece haberse formado a inicios de este año en el suroeste de los suburbios, más allá de Ávalos. Se rumora que cualquier persona es libre de entrar a la secta, pero ninguno puede salir. La única forma de abandonar el grupo es pagando con el suicidio.

“La secta proviene de Ciudad Juárez”, comentan los más prejuiciosos.

Según la leyenda, la iniciación a la secta consiste en conducir de noche por la ciudad, no importa ninguna calle en particular, pero la condición es conducir con las luces del automóvil apagadas, entonces, si algún buen samaritano -persona civil, agente de vialidad o policía- te indica de alguna forma la anomalía de las luces, la regla es bajar del automóvil y asesinarlo -no hay ninguna limitación respecto al arma-. Así se gana la entrada a la secta: el homicidio es el boleto de inscripción.

El primer antecedente documentado es sobre dos jóvenes a bordo de un Volkswagen negro. Ellos conducían por la periferia; pretendían asesinar a una de las trabajadoras de la maquila cuando bajara de algún camión urbano. Llevaban un revolver y esnifaron cocaína minutos previos para agarrar ánimo. Estaban listos para video grabar el asesinato a través del celular y llevar alguna prueba a la secta.

El automóvil fue visto conduciendo despacio en círculos alrededor de varias colonias, como si estuviese buscando un domicilio. El Volkswagen desapareció después de 20 minutos y al día siguiente, uno de los vecinos reportó a la policía el cuerpo de una joven entre los arbustos.

Después de escuchar la leyenda, Abraham comenzó a preguntarse sobre la cantidad de crímenes absurdos e irreparables.

Esa misma semana, una compañera del salón organizó una fiesta. Al parecer la casa de sus padres estaría sola y habría mucha cerveza, entonces Gustavo, el mejor amigo de Abraham, quedó en pasar más tarde por él.

Ya era noche y estaban conduciendo por el centro de la ciudad, buscando la dirección de la fiesta,  cuando Gustavo decidió apagar las luces del automóvil.

“A ver si alguien se asusta”, fue la única explicación.

El sentido común de Abraham le advertía que la broma era demasiado estúpida, seguramente los detendría la policía antes de lograr asustar a alguien. Abraham le pidió que volviera a encender las luces, pero Gustavo quiso continuar. Entonces fueron al boulevard de las prostitutas: Gustavo estaba borracho y la diversión se le escapaba fácilmente de las manos.

Al llegar, la calle permanecía oscura y la única luz provenía de un farol en la esquina de la cuadra. Una de las mujeres se acercó al vehículo al verlos, llevaba una falda corta que dejaba ver unas largas y sensuales piernas. Arriba de la cintura vestía un pequeño pero grueso abrigo negro que cubría sus pechos. Sólo buscaba clientes.

Gustavo y Abraham estaban platicando con la joven cuando un automóvil se estacionó junto a ellos, pero no se percataron de él, porque también llevaba las luces apagadas. Descendió un muchacho con una sudadera. Sin decir nada, se acercó a la mujer, apuntó un revolver a su rostro y disparó.

La prostituta se desplomó sobre la acera y Abraham pudo ver un pequeño orificio en su pómulo izquierdo, justo debajo del ojo, por donde escurría un delgado pero constante hilo de sangre. Estaba muerta.

Los muchachos a bordo del automóvil quedaron paralizados, en estado de shock.

“Ya podemos entrar a la secta, pagué el precio por los tres”, dijo el desconocido.