Opinión

Quisiera que fueran cuentos

  • Por Daniela Jiménez
Quisiera que fueran cuentos

Columna: Alaizquierda

Por: Francisco Rodríguez Pérez

En el contexto del CCIV  aniversario de la Independencia nacional y el XLIX del ataque al cuartel de Madera, el jueves próximo pasado, se presentó el libro “Quisiera que fueran cuentos” de Rosa Cruz Ornelas Gómez.

Las instalaciones de El Barzón, pletóricas de gente, entusiasmo, esperanza, denuncia, sensibilidad, ironía y, sobre todo, fe en que las cosas cambien, demostraron que el pensamiento y la creación literaria no pueden estar presas de etiquetas o membretes.

Así lo demuestra, por ejemplo, la presencia en el evento, del Licenciado José Socorro Salcido Gómez, Chihuahuense Distinguido por el Honorable Congreso del Estado, así como por el Gobernador, César Horacio Duarte Jáquez, y el Supremo Tribunal de Justicia. 

El Ex Senador de la República y ex diputado local, siempre presente en las cuestiones revolucionarias, felicitó a la autora y adquirió el libro.

En el magnífico evento, Alma Gómez Caballero –hija del sacrificado de Madera, Doctor Pablo Gómez– hizo ver a los presentes que la crónica de los días del Barzón es la crónica de varias decenas o más de un centenar de causas sociales, defendidas con pasión.

Indudablemente, la presentación de esta obra tiene también un ingrediente adicional en la situación que actualmente vive el País, donde se han logrado diversas Reformas y ocurren situaciones inéditas: hoy, por ejemplo, en el Congreso de la Unión, ambas Cámaras están presididas por La Izquierda.

Así que, por esa nueva circunstancia de pluralidad y democracia, todos podemos sin ninguna reserva, encontrarnos en la unión y en los objetivos nacionales, más que en las divisiones y en las facciones.

La denuncia, pues, que significa el libro en torno a las injusticias y a la triste realidad, junto a las miserias humanas, podemos también rescatar el sentido y la urgencia de la esperanza activa, que es la fe en nosotros mismos.

Los cuentos de Rosa Cruz, dice la editorial Aldea Global, “germinaron no en la imaginación sino en el corazón de la autora poco a poco, de manera lenta e inexorable. Algunos son hijos de encabezados leídos en los periódicos locales, otros rescatados de la tradición oral, pero todos ellos amamantados del sentimiento de impotencia que genera la injusticia hacia los Rarámuris que ya no son dueños ni de la tierra por donde caminan.

“En ellos presenta la dura realidad con la que se enfrentan cotidianamente los indígenas de esta parte de México, que por otro lado no debe ser muy distinta de las etnias del resto del País. Pero los ‘Chabochis’ como nos llaman ellos, negamos esa realidad, queremos dormir el sueño de los justos. Rosa pretende despertarnos con sus cuentos y acercarnos al Rarámuri más allá de la caridad que les damos de vez en cuando.

“Son historias que pudieran estar llenas de amarguras y sin embargo son presentadas por ella con calidez y sentido del humor (…) una manera muy suya de acompañarlos hermanándose con ellos de la única manera que sabe hacerlo: Escribiendo”.

El primer comentarista de la obra fue el profesor Manuel Arias Delgado quien a partir de la lectura de los cuentos hace una magnifica reflexión de la realidad, del sufrimiento, marginación y abandono que se encuentran viviendo en este momento los Rarámuri.

Empezó diciendo que no existía la lectura apolítica o neutral, que hasta las novelas de Corín Tellado que se dicen “neutrales”, delinearon la personalidad de la mujer hasta convertirla en una “princesita”.

Igualmente se refirió a los “inofensivos” cuentos y producciones cinematográficas de Walt Disney, que generalmente representan la reproducción y alabanza del individualismo capitalista, así como el rechazo y la denostación de las actividades grupales, donde el bueno siempre está solo y el grupo se presenta como una “pandilla” de bandidos o “malosos”.

Luego el profesor Arias citó la obra “Para leer al pato Donald. Comunicación de masas y colonialismo”, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, quienes denuncian la ideología dominante implícita en esos supuestamente inocentes “personajes” y “cuentos”.

Enseguida comentó detalles de la obra de Rosa Cruz Gómez, situando también la lectura en una perspectiva marxista de la realidad y la ficción literaria, para señalar que la autora defiende una valiente y comprometida posición política de denuncia de las injusticias.

 

Mientras comentaba los diversos cuentos fue agregando sus comentarios con críticas agudas a la situación que se vive y se vivía en la Sierra Tarahumara.

La periodista Dora Villalobos comentó que si es difícil para los hombres hacer un libro, para las mujeres es todavía más; “hay muy pocas mujeres que tienen la posibilidad de escribir y de poder publicar una obra”, dijo.

Invitó a los asistentes de una manera muy amena a comprar el libro, ya que ese es el propósito del evento y sus participaciones.

Finalmente, la autora gran humildad y sencillez, habló de su obra y la gente que le acompañó en su concepción y elaboración, a quienes agradeció sus aportes, su prima, su maestra, su hija que se dio a la tarea de transcribir los textos y, en fin, a quienes hicieron su sueño realidad.

Así lo dice en la dedicatoria: “A mi compañero Ciro, por apoyar mis sueños, a mis hijas, Cynthia, Marisol y Mayté,  sobre todo a esta última por su entusiasmo y paciencia al plasmar mis palabras en blanco y negro. A mi amiga Nely por su sensibilidad y perseverancia en las asesorías que hicieron posible darle forma a este libro”.

La obra está compuesta de una docena de cuentos: Justina, La muerte y los dos compadres, De todo hay en la viña del Señor, El Candidato, El demonio de la montaña, Los tenis de Jacinto, La montaña que camina, Jalan más un par de trenzas que un par de mulas, La Barranca del muerto, La última cena, Dinero maldito, y El duende de las montañas.

Los primeros once cuentos son relativamente breves, alrededor de diez páginas cada uno, pero el último, El duende de las montañas, es un cuento de casi cien páginas.

El título es muy ilustrativo de la obra. Uno quisiera,  realmente, que esas crudas realidades sean sueños o cuentos, pero no hemos entendido a cabalidad, ni mucho menos aplicado el sentido de la justicia social.

El primer acercamiento a la obra de Rosa Cruz permite ver, gracias a las descripciones que logra, esa gran diversidad de temas que representa la cultura y el territorio Rarámuri, donde la humanidad convive con la naturaleza de una manera armoniosa.

En aquella región la naturaleza les proporciona lo necesario para sobrevivir, pero también destacan su cultura de convivencia y apoyo, honestidad y solidaridad que se conjugan en la palabra “Kórima”, que puede traducirse como compartir o “ayúdame hoy que necesito, que yo te ayudaré cuando pueda hacerlo”. Hay un sentido divino en esa palabra cuando la gente suele atribuirla a Dios: “Ayúdame que yo te ayudaré”…

En los cuentos se retratan la vida sencilla, la ingenuidad, la bondad y hasta la ignorancia que hacen a los Rarámuris presas fáciles de los abusos de los Chabochis.

Por ejemplo en el primer cuento – y no los voy a contar todos, para que adquieran el libro y lo lean – Justina, quien es una indígena joven casi niña e inocente, se enamora de un ingeniero que realiza obras en la Sierra Tarahumara.

Cuando se conocen, aunque el ingeniero se resiste, al fin cae preso de los encantos de la mujer. Justina queda embarazada y  al momento de dar a luz debe trasladarse a casa de sus primas que queda a cuarenta kilómetros de donde ella vive. Sale de madrugada de su casa, pero cuando logra caminar la mitad del recorrido empiezan fuerte los dolores de parto y tiene que parir en el monte, entre la naturaleza.

El ingeniero simplemente se fue, le dejó un dinero y una carta, pero otro compañero no entregó la carta y se robó el dinero.

Ella en el monte enfrenta a un puma, después de parir, y tras librar múltiples batallas al fin llega a casa de sus primas en donde descansa. Al pasar un mes bautizan a su hijo, Cuando el Cura preguntó cuál sería el nombre del niño, Justina contestó “’Geniero’, como su Apá”.

Esa es una probadita, pero los temas de los cuentos de Rosa Cruz llegan hasta el flagelo de la violencia y el narcotráfico en la Sierra Tarahumara, donde el dinero trastoca los valores de la niñez y la juventud.

No es posible tapar el sol con un dedo, ni con toda la mano.

La realidad de injusticia está allí, en el libro, como en la región, en la vida rural o forzosamente citadina de los Rarámuris y otras etnias de nuestra entidad.

De hecho un comentario de una persona del público hizo ver que las luchas por los derechos humanos y sociales de las etnias indígenas no pueden permanecer aisladas o convertirse en esfuerzos individuales, abandonados por las vías institucionales. Que no podemos quedarnos en los cuentos; que la narración o la descripción no bastan, que debemos pasar al compromiso y a los hechos.

Podemos empezar por cambiar nuestra mentalidad y nuestras actitudes.

En el evento se corrió el rumor de que hubo instrucciones para que los medios no fueran a la presentación del libro porque se hizo en El Barzón.

Los tiempos de cambio que actualmente vivimos no deben permitir este tipo de cerrazón y de actuar facciosamente. El México Nuevo, tendrá que ser un lugar de tolerancia, pluralidad y democracia, pero sobre todo de justicia social, un concepto que está, tercamente, detrás de la realidad que inspiró la obra “Quisiera que fueran cuentos”.

Por cierto, la presencia en el evento del Frente Nacional Villista y su Presidente, el Chihuahuense Distinguido, José Socorro Salcido Gómez, es una muestra de la dignidad del pensamiento libre, que no está condicionado por etiquetas o membretes porque somos Chihuahuenses todos y mexicanos, a los que nos unen la fe y la esperanza.

Ese es el mensaje de Rosa Cruz y su libro. Más allá de las amarguras, los reproches y los lamentos están la calidez, el sentido del humor y, en esencia, el sentido inalterable de la justicia social, presente en los corazones que piensan y los cerebros que palpitan. ¡Hasta siempre!