Mi Pódium

22 de septiembre

  • Por Osbaldo
22 de septiembre

Ese 22 de septiembre de aquel año, 1990, tomé la carretera de Chihuahua a Delicias.

Yo era Director del periódico Vanguardia de Delicias, antes Novedades. 

En esta última etapa, con los dueños de Saltillo, duré muy poco, la verdad de las cosas.

Era noche y el agua empezó a caer con fuerza.

Ya para la salida, en donde hoy está la Puerta de Chihuahua, escultura de Sebastián, no se veía nada, pero nada, a pesar que el parabrisas se movía de un lado a otro, a su máxima velocidad.

No se veía nada, ni por el vidrio panorámico, ni por el retrovisor, ni por los costados.

Apenas se veían las lucecitas del auto que iba adelante de mi.

Me fui en la fila, despacito.

Miré el velocímetro y observé que iba a 30 kilómetros por hora.

Duré más de tres horas para llegar a Delicias.

En Meoqui, en el vado -el que hoy está despedazado- todo era una enorme laguna. No se veía la carretera, mucho menos las líneas que separan a los carriles y la oscuridad se comía todo el entorno.

Deben haber sido, al menos, unos 30 autos, los que formamos la fila desde Chihuahua hasta Delicias.

Llegué a mi casa, a la entrada de la ciudad, después de las doce de la noche.

Nadie me creyó nada (¿por qué me pasará esto a mi?).

Pero la televisión me salvó.

Al día siguiente, domingo, a las siete de la mañana, estaba en la televisión nacional Fernando Baeza, gobernador del estado en esos años.

Estaba parado sobre la desgracia.

Entonces supe que había sido una tromba, que los arroyos se habían desbordado y que había muertos, heridos, desaparecidos.

El Loco Medrano, Director de Vanguardia estatal, me llamó para que me sumara al equipo de reporteros que se lanzaron a las calles para buscar información. 

Así que, de regreso a Chihuahua, a bordo de un tremendo Malibú, color rojo, de ésos que les dicen chuecos, para darle a la reporteada.

Ahora que lo recuerdo, pareciera ser una hazaña, haber viajado en carretera, a ciegas, tres horas, en medio de la tormenta.

No creo que la labor de la autoridad haya sido concluída. Faltan muchas etapas de arroyos por canalizar y otros, más chicos, por domesticar.

Ojalá y la autoridad sea sensible.

Porque, cuando la naturaleza nos alcanza, hay poco, muy poco, qué hacer.

No hay nada más que ver.

Como Isabel viendo llover sobre Macondo, de Gabriel García Márquez.

Y lo digo desde aquí, porque éste es mi pódium.