Opinión

Exhortación a los gobernantes

  • Por José Oswaldo
Exhortación a los gobernantes

Almajuarense

Por Francisco Rodríguez Pérez

A las grandes y clásicas obras de filosofía y política, que han tratado al través del tiempo los asuntos del gobierno y los gobernantes, la ética y la moral en el ejercicio o en el servicio público, se unen aquellas que forman parte de la tradición del México Antiguo.

He referido ya el tema de las concupiscencias, desde diversas fuentes; hoy escribo acerca de la forma en que se instruía, se le hablaba a los gobernantes, y cómo ellos contestaban la salutación o exhortación recibida.

Los dos textos que presento ahora forman parte de la obra “Huehuehtlahtolli”, Testimonios de la antigua palabra, de Miguel León-Portilla y Librado Silva Galeana.

La profundidad y la excelsa forma en que se comunicaban los principales y los gobernantes, hace inevitable el recuerdo de otros temas que ya hemos tratado aquí, como el lenguaje amoroso entre padres, madres, hijos, hijas y, en fin, las diversas ocasiones en que se aprovechaba para dar y recibir consejos.

Acercándose en el tiempo y en el espacio, los consejos de los antiguos mexicanos, “ancha pluma preciosa” o “pluma de quetzal”, no distan de las recomendaciones de Platón, por ejemplo, y nada le piden en dignidad y grandeza…

Que los gobernantes entiendan y actúen en consecuencia.

Les dejo, entonces, esta muestra de la grandiosa literatura -y la tradición oral que la hacía posible- con dos ejemplos, en los que se habla a un gobernante y éste contesta agradecido.

En primer documento se titula “He aquí como conversaban los Gobernantes” acerca del Gobierno, para que no en sus manos se arruine el agua, el monte (la ciudad), para que bien la lleven a cuestas, la tengan a su cargo; para que bien conduzcan al ala, la cola (el pueblo). En esa exhortación pueden tomar ejemplo otros pueblos.

Hijos míos: aquí estáis vosotros, aquí me yergo yo, pobre anciano; así soy vuestra madre, vuestro padre. Desea mi corazón que con tranquilidad, con alegría viváis; tomad lo que yo os digo, lo que así se coge, lo que así se toma, lo que se aprovecha. Dizque se usufructúa el señorío, el vínculo de descendencia. No con ello os envanezcáis, os engriáis, porque sois de linaje. He aquí cómo lo padeceréis, cómo seréis mencionados, cómo seréis reconocidos como tales. Es muy necesario que bajéis la cabeza, que os inclinéis con humildad, que os tengáis afecto; y que le recojáis a las personas la red, el braguero, el bezote, las orejeras (lo que puede entenderse como “debéis ser atento con la gente”).

En ninguna parte seáis insolente con las personas (literalmente “en ninguna parte viváis enfrente, encima de las personas”). Con tranquilidad, con alegría hacer vuestras vidas. Tened mucho respeto a los ancianos afligidos, a las ancianas sufridas; y al águila, al ocelote, al vasallo, tenedle temor reverencial; mirad con respeto a su pobre braguero, a su pobre capa. En donde encontréis al pobre anciano, junto al río, en el camino, le diréis: “Padre mío, abuelo mío, tío mío” (saludar como a parientes mayores era signo de respeto). Y a la anciana le diréis: “Madre mía, abuela mía, con tranquilidad, con alegría encamínate, no vayas a caerte en algún sitio”.

Así les hablarás, luego mostrarás gratitud; así reconocerán en ti a uno de linaje, que no te embriaga, que no te pone orgulloso la nobleza, el vínculo de descendencia (como “vínculo de descendencia” se ha traducido el vocablo “coneyotl”, que parece estar empleado como sinónimo de “pillotl”, o sea “linaje” o “nobleza”); así te tendrán temor, te verán con respeto; y (no estaría bien que) sólo hagas bromas, te burles del hombre desdichado, del cieguito, del sordito, del manco, del tullido, del sucio.

Es necesario que a todas las gentes les tengas temor respetuoso, que las veas con humildad, que las acates. E, hijo mío, si sólo las desprecias, de tu voluntad, de tu capricho, te aborrecerás a ti mismo, no será verdad que a ellos los desprecies. Allá abandonarás el linaje, el vínculo de descendencia; allá te harás merecedor del braguero viejo, de la capa vieja.

Igualmente encontramos el texto “Respuesta con que el gobernante le contesta al señor que lo saludó”:

“Mi hermano menor, te has afanado, acomódate en la tierra (literalmente “déjate caer en la tierra”). Ha hecho otorgamientos tu corazón, has hecho merced a la estera, al sitial del Señor Nuestro, Dios (debe entenderse como “has hecho merced al gobierno que pertenece al Señor Nuestro, Dios”). Yo debo considerarme digno, debo considerar que merezco un labio, una boca (tu palabra), que ha venido a salir, que ha venido a caer de tu regazo, de tu garganta, la que has esparcido, la que has diseminado, genuino jade, genuina turquesa, la bien redondeada, la bien formada, la bien desbastada, la bien adelgazada, la bien horadada, la perfecta, la que reluce, la que allá resplandece. Y también la ancha pluma preciosa (con la “ancha pluma preciosa” o “pluma de quetzal” se alude aquí a los buenos consejos, a las amonestaciones), la que bien mide un brazo, la que se ondula, la que aún es su base, la aún es su punta, quiero decir, que no en cualquier lugar la ponga, sino que la coloque en su estera; que en ningún sitio, en un muladar, en un estercolero, arroje, derrame yo el señorío, el gobierno, tu llanto, tus lágrimas, con las que me reconfortas, con las que me consuelas, con las que me enalteces.

No debo reírme de ellas (de tus palabras), no debo tomarlas en broma. Si hubiera yo llorado, si me hubiera afligido, si hubiera mostrado recato, si hubiera sido agradecido, si hubiera sido prudente, bien las habría tomado, las habría hecho mías, bien en mi seno, en mi garganta, las habría introducido, las habría acercado a mí. Donde está (tu pueblo), sólo toma, atiende al señorío, al gobierno, a lo que se conduce, a lo que se lleva a cuestas, lo que es propio de las madres, de los padres, como lo dispone el Señor Nuestro, pues lo has pagado, lo has retribuido con otra cosa delante de Él, y delante de su agua, de su monte (significa “ante tu pueblo”), de su estera, de su sitial (“ante su lugar de mando”). Y ahora eso es todo. Con una palabra, con una frase (literalmente “con un labio, con una boca”) te devuelvo tu aliento, tu palabra. Me has hecho merced, se ha afligido tu corazón. Dale descanso a tu cuerpo, acomódate en el suelo (literalmente “déjate caer en la tierra”), mi hermano menor.

He aquí, pues, que el “ancha pluma preciosa” o la “pluma de quetzal”, siguen siendo vigentes para tratar de evitar -como con las leyes y las utopías de Platón- las concupiscencias del gobernante. ¡Hasta siempre!