Opinión

La ética gobernante: un discurso de Platón

  • Por José Oswaldo
La ética gobernante: un discurso de Platón

Alaizquierda

Por Francisco Rodríguez Pérez

En esta ocasión, como en muchas otras, permítaseme continuar con las reflexiones éticas de la política. Hay que insistir, hasta que se adquieran como hábitos y sean practicadas como valores e ideología.

Decía Jean Madirán que una ética política es educadora y es formadora del pensamiento no solamente por sus adquisiciones definitivas, sino por su modo de adquisición; separadas de su modo de adquisición las adquisiciones definitivas corren el riesgo de perder su sustancia, porque entonces son transmitidas como objetos materiales y ya no como “verdad viva”.

San Anselmo -por citar un ejemplo- escribió una obra con la petición previa de que no se apoyase en la autoridad de las Sagradas Escrituras y que expusiera, por medio de un estilo claro y de argumentos al alcance de todos, las conclusiones de cada una de nuestras investigaciones; que fuese fiel, en fin, a las reglas de una discusión simple, y que no buscase otra prueba que la que resalta espontáneamente del encadenamiento necesario de los pensamientos de la razón y la evidencia de la verdad.

Así es en la política: la ética se adquiere, se aprende y, luego, puede convertirse en ética gobernante.

El Rey Salomón, según la tradición judía, pidió a Dios: “dame, pues, a mí, tu servidor, la capacidad de juzgar bien y de decidir entre lo bueno y lo malo, porque si no, cómo podría gobernar bien este pueblo tan grande”.

En la filosofía oriental, de acuerdo con el karma, en las Upanishad antiguas, hacia 800 a.C., “la existencia futura depende de la acción moral”.

Sun Tzu, 500 años antes de nuestra era, enseñaba que “influencia moral significa que el pueblo esté en armonía con sus gobernantes” y que “autoridad significa que el general (gobernante) debe contar con sabiduría, equidad, humanidad, coraje y severidad”.

En el pensamiento clásico de Grecia, la política es la continuación de la ética, conceptuada ésta como perfeccionamiento personal que se caracteriza por el mejoramiento de la sociedad.

Las leyes, dice Platón en su obra La República, se han elaborado para el bien común de todo el Estado; quien gobierna debe producirlas para reprimir las concupiscencias, persuadir y obligar al mejoramiento de la ciudadanía.

¿Cuántas veces tendremos que repetirnos esa idea, para que se convierta en conciencia y en acciones concretas?

El de las “tres generaciones”, es un invento socrático-platónico, a partir del cual se proponía definir el destino de las personas: la de oro, apta para mandar; a la de plata, correspondía la acción; la de bronce, incluía a la gente del campo y quienes se dedicaban a las artesanías.

Pero hay otro elemento en la ecuación filosófica: La educación, tras averiguar a cuál generación se pertenecía, era la base para seleccionar y formar a quienes debían gobernar, y serían llamados “guardianes del Estado”, actividad de la que se excluía, por ejemplo, a quienes se dedicaban al comercio y al trabajo manual, por no entrar en sus objetivos más que fines materiales, y no ser aptos para persuadir y obligar a la ciudadanía a convertirse en mejor.

Según Platón, quienes aspiran gobernar el Estado deben poseer la verdad íntegra, así es que se les someterá a una larga y cuidadosa disciplina para este propósito. Su educación elemental deberá prolongarse hasta los dieciocho años, a ella seguirán tres años de ejercicios físicos, cinco años de estudios de las matemáticas superiores y otros cinco dedicados a las ramas más elevadas de la filosofía, como la dialéctica y la ciencia de las ideas.

Esta versión de la política resulta encantadora: Así, el poder será, más bien una carga que una tentación, pero la soportarán por el bien de la comunidad.

El resultado es excelso: no será esta clase gobernante la más afortunada, sino la más verdaderamente feliz.

Por ello el gran maestro Federico Ferro Gay insistía: “La preocupación que Platón tiene acerca de la preparación de la clase gobernante es uno de los aspectos más positivos de su política. Si se prescinde su carácter utópico, es una de las herencias más dignas que nos ha legado. Desgraciadamente, ni siquiera sus más fervientes admiradores la tomaron en cuenta jamás y nunca pensaron en la posibilidad de hacer algo más apegado a la realidad, pero que al mismo tiempo recogiera esta reflexión de que si en ningún campo nos es permitido improvisar, mucho menos debería darse la improvisación en la tarea más alta de la cual pueda verse investida una persona: la de gobernar su comunidad”.

Sigamos con un discurso de Platón, en La República:

Los ancianos deben mandar y los jóvenes obedecer. Entre los ancianos deben escogerse los mejores. Es preciso escoger por jefes a los mejores guardadores del Estado, los que tienen en más alto grado las cualidades de excelentes guardadores... que, además de la prudencia y de la energía necesaria, tengan mucho celo por el bien público. Escojamos, pues, entre todos los guardadores, aquellos que, previo un maduro examen, nos parezcan que, después de haber pasado toda su vida consagrados a procurar el bien público, nunca han perjudicado los intereses del Estado. Creo que será oportuno seguirles en sus diferentes edades, observar si han sido constantemente fieles a esta máxima y si la seducción o la coacción no les han hecho perder alguna vez de vista la obligación de trabajar por el bien público.

Las opiniones se producen en el espíritu de dos maneras: o de buen grado, o a pesar nuestro. Renunciamos de buen grado a las opiniones falsas, cuando se nos desengaña, y abandonamos, a pesar nuestro las que son verdaderas. Los hombres renuncian al bien, a pesar suyo, y renuncian al mal de buen agrado. Observar a los que se muestren más fieles a la máxima de que debe hacerse todo lo que se juzgue que exige el bien público; experimentarlos desde la infancia, poniéndolos en circunstancias en que más fácilmente puedan olvidar esta máxima y dejarse engañar; y presentar para ejemplo de los demás a aquel que más fácilmente la conserve en la memoria… Enseguida los pondremos a prueba de trabajos, de combates, de dolor, y veremos como la soportan.

Ensayaremos en ellos el prestigio y la seducción, procuraremos probarlos con más cuidado que se prueba el oro por el fuego… y si el encanto no puede nada sobre ellos, si, atentos siempre a vigilarse a ellos mismos y sin olvidar las lecciones que han recibido, hacen ver en toda su conducta que su alma se arregla según las leyes de la medida y de la armonía; que son tales como deben ser para servir eficazmente a su patria y para ser útiles a sí mismos, haremos jefe y guardador de la república al que, en su infancia, en la juventud y en la edad viril, haya pasado por todas estas pruebas y salido de ellas puro. Los que no reúnan estas condiciones los desecharemos. He aquí, en suma e imperfectamente, de qué manera debemos conducirnos en la elección de jefes y guardadores del estado, insiste Platón.

“Vosotros, que sois parte del Estado, vosotros sois hermanos pero el dios que nos ha formado ha hecho entrar el oro en la composición de aquellos que están destinados a gobernar a los demás, y así son los más preciosos. Mezcló plata en la formación de los guerreros, y hierro y bronce en la de los labradores, y demás artesanos. Como tenéis todo un origen común, tendréis, por lo ordinario, hijos que se os parezcan; pero podrá suceder que una persona de la raza de oro tenga un hijo de la raza de plata, que otra de la raza de plata dé a luz un hijo de la raza de oro, y que lo mismo suceda respecto a las demás razas. Ahora bien, este dios previene, principalmente a los magistrados, que se fijen sobre todo en el metal de que se compone el alma de cada niño…

“Que esta invención tenga todo el éxito que la fama quiera darle. Respecto a nosotros, armemos desde luego estos hijos de la tierra y hagámoslos avanzar conducidos por sus jefes”, culmina.

Ahora mismo, un pretendido milenarismo quiere hacernos creer que no hay utopías más que la neoliberal. Se proclama, entonces, la muerte de toda fe y de toda esperanza que no se adecuen a las exigencias de un monopolio neoliberal, comerciante, mercenario y pragmático, alejado de la ética y arrostrado ante la corrupción y la cultura “legalista”, que llega a trastocar las leyes y las constituciones para actuar e incluso para delinquir “dentro de la ley” y desde el poder político.

No obstante, los derechos de la fe y de la ética tienen todavía mucho que recorrer para hacer que la política sea menos cerrada a otros futuros posibles y, sobre todo, menos corrupta y corruptora. ¡Hasta siempre!