Opinión

Se llama Cristian

  • Por Denisse
Se llama Cristian

Por María Eugenia Campos Galván

Poniendo atención a un compañero de oposición en tribuna, sumida en su contenido, concentrada en el trasfondo alguien se acerca a mi derecha y me dice con voz quieta y misteriosa: " hay un niño que subió a su oficina y le trae flores pero ya bajó conmigo y la espera aquí atrás”. 

En lo que salí de mi profunda concentración y pensé "niño", "flores" ya estaba parada saliendo del recinto para ver quién me esperaba. O ¿qué acaso hay algo mejor que las sorpresas?

Debo admitir que en algún momento me imaginé a un niño mayor de 35 años pero no, el mensaje era cierto. Un niño de 6 años, sentado en la banca de la antesala del recinto legislativo con los pies meciendo y colgándoles de la banca que mostraban su tamaño.

Serio, pero con mirada extraña y profunda, cargaba y arropaba con seguridad entre sus brazos un arreglo de flores.

Me acerqué y no lo reconocí. Era Cristian. Lo había conocido hace un año en una posada en la colonia Mármol. Aquella vez, por casualidad y por metiche me senté junto a su mamá, ella no mayor de 30 años, desconocida ella, desconocida yo, pero que con gran confianza se abrió conmigo y me contó su historia: Había sido pandillera, adicta pero también violentada y abusada y de ahí concebido Cristian, ese pequeño que entonces cuidábamos de lejos para que le tocara pastel y bolsita de dulces entre la bola de niños que deshacían la fila.

Ella había pensado en abortar "porque ya era mucho batallar, pero decidí tenerlo y ahora batallamos sí, pero batallamos juntos". Me contó.

La historia de Diana su mamá me marcó, y él me marcaría cuando al terminar la posada con sus ojos profundos se despidió y me persignó apenas chiquito, apenas consciente de lo que hacía.

Él apenas consciente, yo apenas capaz conseguí un pequeño regalo de Navidad para él y su hermano días después. 

Durante los meses siguientes lo busqué, lo buscamos en mi oficina fallidamente. Me acordaba de sus condiciones de vida, quería hacer algo. Nunca lo logramos. 

Pasó un año para que lo reencontrara con sus manitas frías y su cálido corazón. Me abrazo y su mamá me contó que estaban bien, mejor que un año anterior y que por eso venían al Congreso a darme las gracias. Que ya tenían poquito dinero y que él había ahorrado sus recreos para llevarme esas flores. 

Las mejores, las más hermosas, las más significativas que he tenido y que tendré seguramente en mucho tiempo en mi vida. 

La generosidad y el cariño de Cristian me llevan a pensar en el sinnúmero de niños Chihuahuenses que nacen, crecen y viven en nuestra ciudad. La esperanza si es que en ellos existe y la verdadera protección que debe darle el Estado. 

Que nunca olvidemos los motivos y mucho menos la gran fragilidad con que nuestra niñez vive en la cual paradójicamente no deja de vivir en ellos un gran corazón. Asegurémonos que la vida y sus sufrimientos no les arranque su ternura y bondad. Evitemos el dolor evitable.