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Dinero plástico

  • Por José Oswaldo
Dinero plástico

Por Paúl Torres

El asunto comenzó con una llamada de teléfono en un momento inadecuado; Alison contestó, llamaban de un banco para ofrecerle un crédito, aunque acababa de cumplir mayoría de edad y su papá tenía una cuenta en ese banco, él no demostró interés. Entonces la operadora comenzó a mostrarse insistente y al final Alison cedió.

Esa fue la piedra que hizo crecer la bola de nieve. Alison no pensaba utilizar el crédito, pero su primo Benito -quien tenía un historial de estafas en varias tiendas- estuvo pendiente de la conversación.

-Yo he visto que tú sacas cosas y no las pagas –dijo Alison a su primo-, ¿verdad?.

-No las pagues, mándalos a la verga -contestó Benito-, mira, te voy a contar como está la tranza. Las tiendas te amenazan con enviarte al buró de crédito si no pagas, pero tengo un compa que trabaja allí y me borra. No hay pedo.

-¿Es neta? –preguntó Alison.

-¿Quieres saber bien la tranza? -siguió Benito-, primero saca crédito en todos los bancos que puedas porque después ya no se va a poder, este jale es todo junto.

Así sucedió, Benito lo acompañó a cuatro bancos, primero fueron al banco desde donde le llamaron para recoger la tarjeta de plástico que le ofrecieron por teléfono. Después, al explicar que Alison ya contaba con un historial crediticio, los trámites se facilitaron en los demás bancos, porque tenía comprobantes de ingresos y los ejecutivos de cuenta intuían que se trataba de un cliente habituado a realizar pagos puntuales, aunque su primera tarjeta de crédito ni siquiera había sido usada. En el contrato, Benito fue identificado como aval en caso de que Alison no pagara.

En menos de una semana, Alison ya tenía tarjetas de crédito emitidas por los cuatro principales bancos de la ciudad de Chihuahua que a él y a su primo les interesaba estafar.

Un sábado en la mañana, primero fueron a una tienda departamental y compraron una computadora; luego visitaron una mueblería donde sacaron una televisión pantalla plana y al final entraron a un centro comercial, de allí salieron con: una videocámara, un celular, tenis y bastante ropa. En menos de una semana, habían agotado el límite de crédito en las cuatro tarjetas.

Alison Zavala trabajaba medio tiempo en una tienda de computadoras, pero no ganaba demasiado y mientras recorrían las tiendas tuvo miedo e incertidumbre de no lograr pagar la mercancía que compraba si el asunto se complicaba; hubo momentos en que se quería retractar, pero Benito siempre lo animaba.

Luego de un glorioso mes de indolencia y no realizar el primer pago, comenzaron las llamadas de cobranza. Con el tiempo, la lada del Distrito Federal se volvió frecuente en la pantalla de su celular, pero dejó de contestarles, sin importar lo insistentes que fueran.

-Ya me traen estos chilangos -comentaba Alison.

-Tu nomás aguanta vara -decía su primo.

Entonces, un día los cobradores comenzaron a visitar su casa, llamaban con insistencia, pegaban hojas en la puerta y preguntaban a los vecinos por él. En ocasiones los recibía y prometía pagar, otras veces Alison ni siquiera abría la puerta.

-Señor Alison Zavala, es un sin vergüenza, ¿por qué no quiere pagar? –Gritaban los cobradores afuera de su casa-, sea responsable, reconozca su deuda.

Llegó un momento de la situación en que los cobradores acudían a buscarlo hasta tres veces al día, su teléfono celular timbraba a todas horas con llamadas desde el Distrito Federal. Una mañana pegaron una hoja, donde amenazaban con embargar los objetos que compró si no pagaba el saldo atrasado.

-Nos atoran por pendejos -dijo Alison-, nos prestan porque saben que no tenemos pa´ pagarles y así nos chingan con los intereses.

Enseguida de su domicilio había una casa abandonada; aún permanecía en buen estado, pero completamente vacía. Entonces, en una enajenación de ingenio, Alison tuvo la idea de intercambiar los números de la casas.

Fue una alternativa desesperada, pero funcionó y ahora los cobradores acudían a buscarlo en la casa abandonada. Había tenido éxito, pero Alison decidió llevar la situación hasta las últimas consecuencias. Un día, mientras lo buscaban, se hizo pasar por su propio vecino y dijo llamarse Jonathan.

-¿Por qué tantos gritos?, ¿a quién busca? –le preguntó Alison a uno de los cobradores.

-Busco a Alison Zavala –contestó el muchacho.

-Ya ni vive allí, se fue pal chuco -siguió Alison-, el bato tenía muchas deudas, agarró sus chivas y le peló para el otro lado. Si quiere entramos a la casa pa´ que compruebe que no vive nadie.

Así repitió la explicación a cualquiera que acudía a buscarlo.

-No la chingues –dijeron los cobradores y esa fue su última visita.

Alison fingió su propia desaparición durante algunos meses y nunca pagó las deudas.