Opinión

El hotel del insomnio

  • Por José Oswaldo
El hotel del insomnio

Por Jesús Chávez Marín

Salí de mi habitación del Hotel Jardín del Centro, había dos grandes tortugas atadas por el cuello con un aro de plata y su cadena, sujetas a un árbol. No se movían, ¿para qué? ¿para dónde? Parecían de piedra, pero estaban vivas en sus ojos milenarios.

Saqué mi caja de Marlboro rojos; procuro disimular conmigo el horror de las fotos espantosas que imprimen en las cigarreras como campaña contra el tabaquismo, hombres jóvenes muriendo de asma conectados a tanques de oxígeno industrial; niños esqueléticos, pulmones cristalizados de tizne.

¿Serán actores los modelos de esas fotos? ¿Serán enfermos hiperrealistas en pleno dolor retratados para lección y escarmiento en cabeza ajena?

El humo perfumado y placentero me consuela. En esta parte del jardín donde reposo la serena meditación de madrugada, veo una jaula de fierro pintada de blanco. Dentro se acurruca en sus alas un perico, resiste el frío y duerme, inmóvil. Se oye muy quedito su respiración.

Prisionero vitalicio, ya asimiló en el cuerpo sabiduría suficiente para seguir viviendo, a pesar de la crueldad de los humanos que lo atraparon, los que lo vendieron en el mercado en carne viva, los que lo alimentan en una jaula y limpian el humillado estiércol.

Quizá de alguna manera retorcida y cotidiana lo aman y se sienten orgullosos de tan lujosa decoración.

Madre mía, ya que amanezca. He sido esas dos tortugas y a veces todavía lo sigo siendo. Soy ese perico silencioso que sueña en un firmamento donde vuela. O lo fui alguna vez, en tiempos miserables de mi vida. Cuando den las seis, regresará de nuevo mi vertebrada felicidad.

Además estoy de vacaciones. Muy merecidas.