Opinión

Quítate la máscara

  • Por José Oswaldo
Quítate la máscara

Por Luis Villegas Montes

Tercera de 3 partes

Escribí la semana pasada: “Con todo lo grave que se quieran ver, las anteriores no eran sino transgresiones a la letra y el espíritu de la Constitución de 1857; sin embargo, Juárez incurriría en vicios aún peores, cuyas secuelas (polvos de aquellos lodos) perduran hasta nuestros días”; y así es. Le menciono cuatro: La subvención de la prensa, el fraude electoral, la partida secreta y la sumisión y debilitamiento de los estados.

La subvención de la prensa.

Un mecanismo ampliamente utilizado por el gobierno juarista fue la subvención a la prensa. El 7 de abril de 1861, el Siglo XIX publicó el reporte del tesorero de la nación, Juan Zambrano, explicando los gastos del gobierno en el mes de febrero; y en el rubro impresiones y “fomento de periódicos” se consignaba un total de 7 mil 198 pesos,1 de aquellos ayeres.

El fraude electoral.

Y en este mismo tenor, aunque con un cariz diferente, la autora a la que hemos recurrido desde la entrega anterior, señala que: “En enero de 1910, el periódico México Nuevo publicó el artículo ‘Juárez y las subvenciones periodísticas’, donde declaraba que el Presidente decretó el 6 de abril de 1861 la supresión de los gastos de fomento de periódicos, pero que se vio obligado a seguir apoyando a ciertas publicaciones para garantizar su triunfo en las elecciones presidenciales. Agrega que ‘sin la poderosa ayuda de El Siglo XIX, El Monitor Republicano y de otros periódicos, hubiese perdido el Sr. Juárez la elección en 1861’”.2 Uso indebido de recursos públicos, inequidad en la contienda y tráfico de influencias son las conductas que, como mínimo, se actualizan en una maniobra de este tipo.

La partida secreta.

El 16 de agosto de 1861, el Congreso aprobó una ley que suministraba a la Secretaría de Relaciones Exteriores 30 mil pesos para fomentar a periódicos extranjeros opuestos a la intervención; esta partida perduraría al acabar la intervención y daría origen a la famosa “partida secreta”, manejada directamente por el Ejecutivo y no auditable; el día 6 de mayo de 1869 se discutió la partida secreta que manejaría el Presidente por $15 mil pesos: “La oposición consideraba inaceptable una partida que se manejaba de manera discrecional por el Ejecutivo y sin rendir cuentas al Poder Legislativo. Hubo constantes quejas en el Congreso por la permanencia de la partida secreta”.3

La sumisión y el debilitamiento de los estados.

De la multitud de estados que mutiló (Yucatán, Nuevo León, etc.), tomemos un solo ejemplo; el del Estado de México; el 7 de junio de 1862, se crearon tres distintos militares; uno, se incorporó al Distrito Federal; por el segundo, se creó el Estado de Hidalgo; y por el tercero, Morelos.4 Sin contar a los gobernadores a quienes quitó y puso a su antojo de 1861 a 1867, con la excusa de la intervención francesa.5

Como se ve, la práctica de invadir competencias, subyugar a los otros dos poderes, el manejo arbitrario de la finanzas públicas o la falta de transparencia, el fraude electoral (en una de sus múltiples variantes), el sometimiento de los estados o el pago a los medios de comunicación para granjeárselos, no se inauguró en el transcurso del penoso Siglo XX; todos, excepto el fraude electoral (que data de los tiempos de don Guadalupe Victoria), son secuelas de ese Juárez -modelo de supuesto respeto al orden jurídico-; por no hablar que gobernó durante 14 años (del 19 de enero de l858 al 18 de julio de 1872), la mayor parte de ese lapso, sin mediar ningún tipo de elección; o del Tratado McLane-Ocampo, por el que pretendió vender a perpetuidad, a los Estados Unidos de Norteamérica, el derecho de tránsito por el Istmo de Tehuantepec, desde el puerto de ese nombre en el sur, hasta Coatzacoalcos en el Golfo de México.

La vena voluble de Juárez y su desprecio a la ley, se nota con mayor nitidez en otro de sus aforismos célebres: “A mis amigos: justicia y gracia; a mis enemigos: justicia a secas”; con ella, se da cuenta de un espíritu no solo rencoroso, sino capaz de distinguir ahí donde el jurista, el auténtico, el que se somete a las exigencias de la justicia y de la ética, no puede hacer distingos de ninguna índole. En la primera entrega de la serie, escribí: “En mi humilde opinión, ahí fue donde se nos empezaron a torcer las cosas como Nación y a ponerse de cabeza nuestra orientación moral y legal; y el norte se volvió sur y el este oeste”; y así es; Juárez puede haber sido todo lo que ustedes gusten y manden, un político, un estadista, un visionario, un patriota, lo único que no puede ser es un referente moral, ni ético, ni jurídico.

Como político, Juárez es el artífice de algunas de las prácticas más deleznables del repertorio con que cuentan, todavía, algunos de los gobernantes de hogaño; más reprochables, si cabe, al ser de profesión abogado y, por ende, conocedor de la Ley. Ensalzar al Benemérito a tontas y a locas -sin situarlo en su justa dimensión de político rapaz, taimado, pragmático, dispuesto a cualquier extremo con tal de ejercer el poder-, es enaltecer y honrar el exceso, así como la ignorancia del Estado de derecho.

¡Fuera máscaras! ¡Los rudos, los rudos, los ruuuudoooos! (claman los Juaristas, que para todo hay gustos).

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1 Sáenz Pueyo, Carmen. Juárez. El mito de la legalidad. 1ª. reimpresión. Universidad Nacional Autónoma de México. México. 2014. Pág. 59.

2 Sáenz Pueyo, Carmen. Op. cit. Pág. 60.

3 Sáenz Pueyo, Carmen. Op. cit. Pág. 68.

4 Sáenz Pueyo, Carmen. Op. cit. Pág. 75.

5 Sáenz Pueyo, Carmen. Op. cit. Pág. 74.