Opinión

Mi maestro Juan Molinar

  • Por José Oswaldo
Mi maestro Juan Molinar

Por Maru Campos

Odiabas la redacción con fraseo en gerundio. Pedías en las notas que el tema que ocupaba estuviera en el primer párrafo. Entonces sólo levantabas la ceja cuando algo no te parecía y en los años que siguieron siempre fuiste más divertido, más cercano. Eran los años en que te estrenaste como Subsecretario de Desarrollo Social de la Secretaría de Gobernación en el histórico Palacio de Covian de Bucareli.

Siempre flanqueado por Mony y Carolina tus leales e incondicionales apoyos en esa aventura de construir una nueva relación con el Congreso ante la llegada de Vicente Fox a la Presidencia y de renovar la historia de esa Secretaria que debía dejar de ser la de la persecución política para convertirse en la promotora de la Reforma del Estado.

De un currículum breve y con la carrera de abogada cuando buscabas politólogos dijiste si a una joven provinciana: “De lejos y para que aprenda” al fin y al cabo era entonces una posición muy menor. Que sorpresa cuando te diste cuenta que esa joven era hija de la Presidenta de la Comisión de Salud en San Lázaro con quien casi tratabas a diario por tu función de enlace legislativo. Tu trato sin embargo, no fue distinto con una servidora.

Poco después, tus diferencias de criterio con el Secretario te llevaría a salir de Bucareli. Un día, nunca lo olvidaré, recibí la llamada de tu querido cómplice Germán Martinez para jugar ante mi todavía permanencia en Gobernación cuando los buenos (tu y él) si trabajaban en serio dedicados a la investigación en el partido.

Pasaron meses, motivaste mis estudios en Georgetown. En la maestría me toparía con tus escritos Recurriría a ti para buscar más contenido, y generoso siempre compartirías tus textos aún antes de publicar. Me enseñaste a distancia sobre los movimientos pendulares del poder y el presidencialismo. Los maestros en el extranjero siempre te reconocieron, siempre te citaron.

Cuando me topé contigo a mi regreso en la casa de campaña de Felipe Calderón en el 2006 en aquella casona de la Col del Valle abriste los brazos y alzaste la voz para decir: “¡Bienvenida Mi Maru que orgullo nos significas, ya regresaste!”.

Nuestras labores, tú como funcionario, yo como legisladora federal, nos separaron pero no fue motivo para que de vez en vez hiciéramos juntos reformas como la subasta para las licitaciones del IMSS que luego a ambos criticarían.

Conocí la buena comida y el café veracruzano junto contigo y grandes amigos en una asamblea del PAN. Siempre sibarita y siempre gran conversador.

Renegué contigo muchas veces: la lista del Senado en el 2012, el Pacto por México, tus designaciones en SCT, tu salida de Bucareli y tu adiós a Santiago. Siempre paciente invitabas a conocer razones y entonces a valorar.

Supe que te irías pronto. Era inevitable verte en cada reunión más cansado pero siempre luchando.

Aquella presidenta de comisión en el 2000 y aquella joven provinciana que llegó a Bucareli a te mandábamos mensajes de ánimo, un día ofrendas para tu salud.

Descansa en paz mi querido Jefe y Maestro Juan Molinar que lo que yo aquí escriba será poco para lo que mi corazón lleva con eterna gratitud.