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Suplantación

  • Por José Oswaldo
Suplantación

Por Tomás Chacón Rivera

Fabián dormitaba en el suelo, muy cerca del pozo en la parte trasera de la casa sin calma. De pronto inició un bullicio de voces rasposas que se volvieron más humanas en un instante. Eran varios seres volátiles y amarillentos que se mordían unos a otros. Cerca de la casa de criados, el anciano Ignacio logró dominar a esos entes amarillos que luego se acercaron al cuerpo inconsciente de Fabián. Entonces el viejo los atrajo y les dio indicaciones inaudibles, ellos le entendieron y se alejaron a la casa grande en la recámara de Gertrudis. Solo uno de ellos, el flaco que poseía menos coloración amarilla quedó apresado por Ignacio. Este recibía, por parte del viejo, soplos de aire en sus orejas y el hombre delgado consentía a todas las indicaciones dadas. El flaco se retiró hacia la habitación de la esposa de Fabián, en tanto que el viejo maloso se encargó de aproximarse a Fabián. Allí fue donde Ignacio comenzó a palpar el cuerpo de su víctima, luego se alejaba y observaba. Primero se aseguró de que Fabián no despertara y una vez que logró dominar a su presa, lo tomó de un brazo arrastrándolo y lo condujo hasta la tina del baño de la habitación en esa casa del paseo Bolívar en la ciudad de Chihuahua.

A los pocos minutos, Gertrudis despertó en su cama, ella optó por concentrarse en el techo de la recámara. Apareció un espejo y se vio a sí misma, desnuda, llena de arrugas al grado que se horrorizó y buscó levantarse. Sin embargo, encontró en el espejo la visión de su esposo tendido en una tina de baño, él dormía y notó que Ignacio efectuaba una especie de ritual alrededor de Fabián. Ella fue sacada de la visión cuando bastantes entes amarillos se instalaron en el cuarto haciendo mucho escándalo. Ellos aullaban e iban de un lado a otro como autómatas.

Gertrudis logró esconderse debajo de la cama para evitar a los intrusos que terminaron rodeándola y emitiendo chillidos para atemorizarla más. De pronto, ella vio que de entre los pies de esos entes apareció Fabián que se arrastraba hacia ella. Lo reconoció de inmediato y lo ayudó a meterse por completo junto a ella. Al verlo de cerca percibió algo extraño en su marido, eran las facciones de él, pero ella lo notaba más delgado y la palidez de su rostro lo hacía verse diferente. Solo cuando le habló a ella, Gertrudis se convenció que no era una visión.

-Arrástrate para atrás. Aquí no se van a acercar. –Le escuchó decir a su esposo.

Ella lo abrazó con fuerzas y le preguntó:

-¿Quiénes son todos esos?

-Son almas que vivieron antes aquí. Por un tiempo reptaban, pero luego aprendieron a desplazarse y ahora son tal cual los ves.

-Y son muchos. ¡No te separes de mí Fabián! Abrázame, abrázame amorcito.

-Aquí estaremos seguros, pero guarda silencio para que no se den cuenta de nosotros.

-Sí, sí mi vida. –Le dijo ella con voz temblorosa.

Pero enseguida algo insólito pasó con el Fabián que allí estaba. El despidió un grito agudo y largo que salió desde el fondo de su garganta. Ella lo apresó para acallarlo, mas Fabián comenzó a burlarse de la pobre Gertrudis que se dio cuenta del engaño y buscó salir a toda prisa de allí. En su esfuerzo por escapar de la parte baja de la cama, fue obstruida por varios entes que se acercaron hacia el cuerpo de ella. Todos gruñían y le susurraban voces a la pobre mujer que volteó para buscar a Fabián. Ya no era él y estaba mirándola con perversa intención cuando dos entes empezaron a reñir entre ellos. Ella se resistía con fuerza e intentaba atrapar con sus manos al más cercano, pero ellos se le desvanecían entre los dedos. Al momento en que los entes iniciaron una lucha feroz con sus aullidos, Gertrudis sintió que sus oídos eran desgarrados por la furia de todos. Cuando ella descubrió que entre ellos se mordían con sus hocicos semejantes a lobos encolerizados, se esforzó con todas las fuerzas y logró salir de la parte baja de la cama. Corrió hacia la regadera, se espantó al ver el cuerpo viejo de Ignacio al que retiró con mucho esfuerzo. Luego abrió la llave de la ducha y se metió angustiada por tanta tensión. Para prevenirse de cualquier ataque empezó a gritar al tiempo que su cuerpo era empapado por el agua y no cesó de llorar a grito abierto hasta que los entes y sus aullidos desaparecieron del cuarto.