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Carta abierta para quienes tienen a sus adultos mayores en asilos

  • Por editorap2

Carta abierta para quienes tienen a sus adultos mayores en asilos/estancias geriátricas: no se dejen engañar

Nuestra historia con los establecimientos de cuidado para adultos mayores empezó recién en el verano de 2021. Mi madre tiene 86 años y mi padre 88. Lamentablemente mi hermana menor, quien era su principal cuidadora, falleció por covid hace casi un año. Esta situación nos llevó a buscar un lugar para internar a mis padres, pues los dos necesitan cuidado 24/7. Así encontramos la Estancia Geriátrica Quinta Nueva Fe, propiedad de la señora Socorro Gómez, ubicada en la Colonia San Felipe de esta ciudad. En familia tomamos la decisión de llevarlos a este lugar porque es una casa grande, espaciosa, con mucha luz, y como servicios se ofrecen los siguientes: cuarto matrimonial, alimentación, enfermería las 24 horas, alta calidad humana del personal, terapias físicas (que mi papá requiere a diario), terapias psicológicas y ocupacionales, lectura, comunión, televisión por cable en la habitación, internet, circuito cerrado, lavandería, etc. Todo fue un engaño, excepto la habitación matrimonial.

Debido a la situación actual de la pandemia, antes de ingresar nos pidieron realizarles la prueba de covid a mis papás por seguridad de todos los residentes y personal de la estancia. En cumplimiento de la petición, llevamos a mis papás a hacerse la prueba a un laboratorio y ésta resultó negativa. Mis papás ingresaron a la estancia el jueves 09 de diciembre.

Visité a mis papás los tres días siguientes para llevarles cosas para decorar su cuarto y hacer más llevadero este cambio en su vida. Lo primero que noté es que no había circuito cerrado, ni una sola cámara en toda la casa. Tampoco había internet ni televisión por cable. Las ventanas no tenían cortinas/persianas; la dueña aseguró que al día siguiente del ingreso de mis papás pondrían persianas, lo cual nunca ocurrió; yo terminé llevando papel de regalo para ponerlo en los vidrios y cuidar de este modo la privacidad de mis padres.

El segundo día que fui a visitar a mis papás llegué alrededor de las 11:00 am, y noté que mis dos viejitos estaban muy tristes (lo cual no era raro, porque necesitaban tiempo para adaptarse). Sin embargo, me llamó la atención que ambos tenían la misma ropa del día anterior, mientras que sus pijamas estaban en el clóset, dobladas exactamente como yo las había dejado cuando ingresaron a la estancia. También noté que el lavabo estaba tapado, pues el agua sucia no se iba. Cuando le pregunté a la enfermera por qué mis papás estaban con la misma ropa, me dijo que no se habían querido bañar. En ese momento le hice saber mi molestia, porque la higiene y el cuidado personal no dependen exclusivamente del baño diario: mis papás necesitaban que se les cambiara la ropa y se les aseara adecuadamente. Mi mamá, que disfruta mucho bañarse y siempre ha sido sumamente higiénica, me dijo que estaba despierta desde las 4:00 am, esperando que le prendieran el bóiler para bañarse. Claro está que en la madrugada no hubiera podido meterse a bañar, pero ya era casi mediodía. Ante mi molestia, la dueña de la estancia vino al cuarto, prendieron el bóiler y yo ayudé a mi mamá a bañarse. La dueña me informó que el enfermero de la noche le ofreció ayuda a mi mamá para bañarse, pero que ella no quiso que la bañara un hombre (situación perfectamente comprensible considerando el pudor de cualquier persona, de cualquier edad). Por si fuera poco, resultó que este hombre no es enfermero (lo supimos porque él mismo nos lo dijo), sino el encargado de mantenimiento de la estancia, además de ser hermano de la dueña.

El tercer día, con gran dolor en mi corazón, fui a despedirme de mis viejitos, pues yo no vivo en Chihuahua. Al llegar a la estancia, no querían dejarme entrar, pero como llevaba más cosas para el cuarto de mis papás, tuvieron que abrirme la puerta. Ya estando en el cuarto, muy apenada la enfermera me comentó que la cama de mi papá tenía vinagre y las cobijas se estaban lavando porque amaneció orinado (lo cual indicaba que no le habían cambiado el pañal cuando era necesario). Mi papá todavía tenía el mismo suéter del día anterior; la pantalonera era otra, pero mojada con leche que se le cayó en el desayuno. El cepillo de dientes de mi papá estaba en el buró con todo y pasta encima, justo como yo lo dejé el jueves que ingresaron, y ahora ya era domingo. Le pregunté a mi madre, quien aún está muy lúcida, qué había pasado la noche anterior; ella me informó que nadie había ido al cuarto a cambiarle el pañal a mi papá antes de dormir. El enfermero de la tarde salió a las 7:00 pm de su trabajo y se quedó Carlos, el “enfermero” de la noche, quien no atendió en tres días la higiene bucal de mi papá ni le cambió el pañal antes de dormir.  Cuando me acerqué a despedirme de mi papá, noté que el olor a orina era muy fuerte, además de que empezaba a tener tos.

Desde el aeropuerto le mandé un mensaje a Socorro Gómez, dueña de la estancia, y le dije con cuánta angustia me iba de Chihuahua, pues veía cómo estaban descuidando a mis viejitos, además de estar decepcionada porque los servicios ofrecidos no existen realmente en ese lugar.

El lunes siguiente mi hermana fue a visitar a mis papás y no la dejaron entrar, argumentando que había entrado en vigor el semáforo naranja en la ciudad, lo cual era falso, pues el semáforo amarillo estuvo vigente durante todo diciembre. Nos imaginamos que mi hermana podría verlos por lo menos a través de la ventana del patio, que tiene entrada independiente, pues de otro modo mis papás se sentirían abandonados. Cabe mencionar que dejar a mis papás en un asilo ha sido muy difícil para ellos y para nosotras, sus hijas. No es una decisión que hayamos tomado a la ligera, y obviamente tratamos de que ellos tengan calidad de vida en sus últimos años, física y emocionalmente.

El martes mi otra hermana, quien también vive fuera de la ciudad, fue a visitar a mis papás; a ella sí le permitieron la entrada. Estando con mis papás en su cuarto, notó que mi padre tenía mucha tos, así que contactó a un médico para que fuera a revisarlo. Ese día mi mamá ya empezaba también con síntomas de resfrío. Debo mencionar que, al llegar a la estancia para el ingreso el jueves 09 de diciembre, un enfermero ayudó a bajar a mi papá del carro. Sólo en esa ocasión lo vi, porque a los pocos días nos enteramos de que estaba enfermo de covid y que el día que recibió a mi papá ya tenía síntomas. También resultaron enfermos de covid el enfermero que salía a las 7:00 pm y Carlos, el hermano de la dueña, quien aún con síntomas anduvo por ahí varios días, haciendo el aseo y entrando a los cuartos de los adultos mayores. 

Mis papás resultaron positivos a covid una semana después de su ingreso a la Estancia Geriátrica Quinta Nueva Fe, siendo que habían llegado sanos. Cabe mencionar que, cuando andábamos buscando dónde internar a mis papás, la señora Socorro Gómez nos dijo claramente que en su estancia no había tenido ni un solo caso de covid en toda la pandemia; recibió el dinero y admitió a mis padres a sabiendas de que su personal y uno de los adultos mayores que entra y sale de la estancia (como servicio de guardería), estaban contagiados. Esto lo supimos porque este mismo adulto mayor, inocentemente, se lo comentó a mi hermana.

Dentro de todo lo malo que pasó, lo bueno es que los dos únicos enfermeros que vi en ese lugar y que trabajan arduamente, nos compartieron sus números telefónicos para poder comunicarnos con mis viejitos a través de videollamada de WhatsApp (usando datos), pues mi papá sólo sabe contestar este tipo de llamadas y en la estancia no había internet.

Desde el domingo 12 de diciembre, cuando le escribí a Socorro Gómez para manifestarle mi molestia respecto de las condiciones en las que estaban mis papás (cuidado, higiene, atención) y la falsedad en cuanto a los servicios ofrecidos por su estancia, ella ya no me contestó el teléfono, por lo que perdí comunicación directa con mis padres. Asimismo, a mi hermana (la que se percató por primera vez de los síntomas de resfrío de mis papás) tampoco volvieron a contestarle el teléfono luego de pedir de manera respetuosa que se lavara el excusado, ya que el asiento estaba lleno de heces fecales. Los enfermeros, con quienes teníamos contacto directo para hacerles videollamadas a mis papás, nos informaron que les habían prohibido contestar el teléfono, incluso sus teléfonos personales. Mi otra hermana siguió yendo todos los días a la estancia para tratar de ver a mis padres a través de la ventana, pero sólo se le permitió la entrada un día; en esa visita, ella vio en el patio la ropa de todos los residentes, sucia y revuelta, aun cuando ya se sabía que en ese lugar había varios casos de covid.

Para poder hablar con mi madre, había que enviar un mensaje de texto a Socorro Gómez, quien no siempre contestaba; luego había que esperar a que ella diera o no permiso a sus empleados de comunicarnos a través de sus celulares. En una ocasión, la dueña me dijo que no contestaba el teléfono de la estancia porque se había mojado y en consecuencia no tenían línea. Además de permanecer prácticamente incomunicados mientras estuvieron en Quinta Nueva Fe, mis viejitos no recibieron un trato adecuado física ni emocionalmente: mi papá nunca recibió terapia física a pesar de ser fundamental para su bienestar, y mi madre fue engañada por Socorro Gómez, quien le dijo que era doctora.

Afortunadamente, el cuadro de covid de mis padres fue leve, sin complicaciones. Mi mamá requirió oxígeno unos días porque es asmática, pero Socorro Gómez le dijo que ya no lo necesitaba, aun cuando el verdadero médico indicó quitárselo poco a poco luego de dar negativo en la prueba de PCR, lo cual ocurrió hasta el martes 28 de diciembre. Fue extrema la angustia e impotencia que vivimos [toda la familia] sabiendo que nuestros viejitos estaban en esa estancia, a merced de una mujer mitómana, sin poder comunicarnos con ellos más que cuando a ella le daba la gana, y esperando que el covid no empeorara debido a un mal manejo de la situación por parte de Socorro Gómez.

Sacamos a mis padres de la Estancia Geriátrica Quinta Nueva Fe cuando ellos dieron negativo a covid. Los tuvimos que sacar con engaños por temor a que Socorro Gómez les hiciera algo malo en lo que íbamos por ellos. No obstante, mi madre salió de ese lugar con un moretón gigante en la pierna y nunca se nos informó la causa.

Ahora mis viejitos están en otra estancia geriátrica, donde mi papá ya había estado antes; ahí sí reciben la atención que necesitan en todos los aspectos, y todos los servicios que nos ofrecieron son una realidad. Las cosas han empezado a mejorar: mi papá recibe diariamente su terapia física y mi mamá empezó a socializar con los otros residentes. Ahora se sienten más libres y hasta felices; ellos mismos lo manifiestan en las visitas diarias y en las videollamadas que ahora sí podemos hacerles. 

Va esta carta como una denuncia a la señora Socorro Gómez, dueña de la Estancia Geriátrica Quinta Nueva Fe, por su deshonestidad, arbitrariedad, negligencia e inhumanidad en su trato hacia los adultos mayores que recibe en su estancia, y también hacia las familias que deciden internarlos ahí creyendo que estarán bien. Llevar a un adulto mayor a un asilo es una decisión muy difícil porque se trata de un miembro de tu familia y una parte fundamental de tu vida; no es justo que haya personas que, carentes de toda ética, los traten indignamente y pongan en riesgo su salud y bienestar físico y mental. Tampoco es justo que se les mienta a las familias a cambio de dinero.

Y va también esta carta para todas aquellas personas que, por diferentes circunstancias, deben llevar a sus adultos mayores a un asilo o estancia geriátrica: por favor no se dejen engañar, no acepten falsas promesas, verifiquen que todo lo ofrecido por estos establecimientos sea verdad. Todo ser humano, independientemente de su edad y condición de salud, merece un trato digno.

Ana M. Garbina

06 de enero de 2022