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La demagogia es el patio de juegos de los fanáticos: antonio espino

  • Por editora TV
La demagogia es el patio de juegos de los fanáticos: antonio espino

Ciudad de México.- En México es necesario construir una discusión pública, basada en el respeto; los seguidores más duros de AMLO prefieren su relato, en lugar de la realidad y se comportan como una audiencia cautiva, que ha suspendido su juicio crítico, expone Luis Antonio Espino, autor del libro “López Obrador: el poder del discurso populista”, editado por Turner.

El presidente Andrés Manuel López Obrador ha logrado envolver, de manera magistral, a un sector de la sociedad mexicana con una narrativa demagógica, que reduce toda la complejidad de los problemas públicos en un relato de buenos contra malos, plantea Luis Antonio Espino.

En entrevista, el autor del libro “López Obrador: el poder del discurso populista”, editado por Turner, explica que el mandatario estableció un vínculo con sus seguidores, impermeable a la verdad, cerrado a la evidencia, donde ven sus desatinos como los costos que hay que pagar para conseguir un bien superior. 

Expone que los seguidores más duros del mandatario prefieren su relato, en lugar de la realidad y se comportan como una audiencia cautiva que ha suspendido su juicio crítico.

En un texto respetuoso, el autor describe la forma en que el mandatario adapta los hechos a una narrativa demagógica, sustituye la comunicación con propaganda, ante las crisis opta por negar, minimizar y eludir, además de cómo deslegitima el conocimiento, la información y la crítica, así como los modos en que manipula el lenguaje para erigirse en el único poder legítimo.

Luis Antonio Espino subraya que la demagogia es el patio de juegos de los fanáticos y llama a construir una discusión pública basada en el respeto sobre cómo llegar a un México reconstruido y reconciliado a pesar de los políticos.

—¿Cuál es el motivo de este libro?

—Es analizar los cinco pasos que el presidente López Obrador sigue en todos sus discursos y en todas sus conferencias, desde que tomó posesión.

Lo que hago es inspeccionar cada uno de estos pasos y voy poniendo ejemplos de cómo utiliza el lenguaje, como ningún otro político en México, para controlar la percepción que los ciudadanos tienen de él y de sus decisiones.

Hablo mucho de las primeras crisis, analizo, por ejemplo, el desabasto de combustible, el caso Tlahuelilpan y el Culiacanazo así como la forma en que enfrentó la pandemia de la Covid-19.

No importa, la circunstancia, el tema o el momento, el presidente utiliza el poder del discurso populista para que no lo veamos como un funcionario que tiene que dar resultados, sino como un líder providencial, que está cumpliendo una misión superior, que es reivindicar a un pueblo victimizado.

—¿Cuál es la misión que le encomendaron al presidente quienes, con su voto lo pusieron en ese cargo?

—No me atrevo a hablar por todos los votantes del presidente, pero tengo la impresión de que sus seguidores más duros lo ven como este líder providencial que está reivindicando a un pueblo que ha sufrido el abuso de los poderosos durante muchos años.

Ellos ven todos los problemas, todas las crisis que el país ha ido viviendo bajo el gobierno de López Obrador, como episodios de una lucha épica, de la cual se sienten protagonistas.

De ahí es de donde se deriva esta lealtad y esta intensa relación emocional que han construido con él.

Eso es lo que forma, entre el presidente y sus seguidores, un vínculo que es impermeable a la verdad, cerrado a la evidencia y a la realidad. De ahí se deriva mucho del poder del discurso populista del presidente.

—¿Para qué quiere concentrar tanto poder el presidente?

—El presidente sigue una estrategia deliberada, racional y sistemática de comunicación que busca controlar y centralizar el poder en su persona, para sustituir las instituciones democráticas del país, débiles e imperfectas como son, con un nuevo sistema político, que es un sistema político íliberal, nacionalista y populista.

El libro va describiendo todo lo que ha pasado en estos dos años y cómo el apoyo sigue, incluso a veces aumenta, a pesar de los resultados y eso se debe a que sus seguidores no es que estén engañados o ciegos ante lo que está pasando, sino que ven lo que está pasando como el precio que hay que pagar por destruir algo que piensan que merece ser destruido, que es el arreglo institucional que hemos construido los mexicanos a lo largo de los últimos años y que ellos consideran que no ha estado a la altura de las circunstancias y de las exigencias de la sociedad.

Lo malo de eso no es cambiar las cosas, pero hay que preguntarse ¿con qué piensan sustituir este arreglo?

No es que piensen mejorarlo, arreglar lo que no funciona, dejar lo que sí. Es un proceso de destrucción institucional que el presidente ha logrado envolver, de manera magistral con una narrativa demagógica, que reduce toda la complejidad de la sociedad, todos los problemas del país en un relato de buenos luchando contra malos.

La demagogia es cuando se vive y se participa en la política como si fuera una película de buenos contra malos y de villanos contra héroes y mientras los mexicanos veamos la política así, va a ser muy difícil que México pueda salir adelante y resolver sus problemas.

—¿A eso es a lo que se refiere en el libro de que algunos mexicanos se han refugiado en el relato?

—Sí, porque los seguidores más duros del presidente sí prefieren el relato a la realidad, porque el relato les da una gran satisfacción emocional. Ningún ser humano quiere considerarse a sí mismo malo. 

Yo afirmo, que sus seguidores prefieran refugiarse en esa comodidad del relato y son reacios a aceptar, que las decisiones del presidente están teniendo ya costos demasiado altos.

—¿Entonces esta narrativa exitosa depende de un público dispuesto a creer?

—Sin duda alguna. No hay narrador que no necesite a veces de la suspensión del juicio crítico de parte de la audiencia.

El presidente sí tiene una audiencia cautiva que ha suspendido su juicio crítico, pero no es toda, ni es la mayoría. Hay una franja de la sociedad que votó por él que no necesariamente apoya a otras opciones políticas y que se da cuenta de lo que está pasando y ahorita todavía no encuentra quién puede representarla y no encuentra un relato alternativo y, desde luego, hay una franja muy importante de la sociedad que es crítica del presidente y de sus decisiones y que obviamente está clara de lo que sucede y se manifiesta en contra.

—¿Cómo sociedad qué tanto hemos aprendido a hacernos responsables por quienes colocamos en los puestos donde se toman las decisiones públicas?

—En el libro yo hablo de que el problema de raíz se llama demagogia. La demagogia es una forma de argumentación que se centra en discutir los problemas como si fueran una lucha entre buenas personas y malas personas y en creer que los buenos siempre hacen todo bien y los malos siempre hacen todo mal.

—¿Cómo descontaminamos la conversación pública?

—Yo me conformo con hacerla menos tóxica. Yo me conformo con empezar a desintoxicarla, primero que nada, en el libro propongo una cosa importante que es cuidar el lenguaje.

—El discurso del presidente tiene una fuerte dosis de propaganda. ¿Cuánto tiempo puede mantenerse un gobierno solamente con propaganda, sin dar buenos resultados?

—Es difícil contestar cuánto tiempo, pero la historia demuestra que puede ser bastante, pueden ser años. Mientras haya una base de ciudadanos que está dispuesta a abandonar voluntariamente la realidad y a refugiarse en la comodidad del relato demagógico, estos líderes van a tener apoyo y van a usar ese apoyo y como el relato se basa en la idea de que hay que derrocar a un grupo de la sociedad que es malo, el que cuenta la historia te puede decir como si fuera una película, continuará y vamos a tener que hacer otra película de dos horas y media no se acabó, el malo regresó, el malo sigue, ahora son los empresarios, ahora son estos intelectuales, ahora es la prensa, ahora es Estados Unidos…

—¿Cómo hacerle para que estemos abiertos a leer o escuchar ideas que retan nuestras creencias y no solo las que las confirman?

—Eso no se puede lograr a través de la falta de respeto. Yo no puedo insultar a quienes siguen al presidente y decir que son malas personas y luego esperar a que lean mis opiniones y que estén de acuerdo conmigo.

Eso es lo que pasa en la polarización. La demagogia es el patio de juego de los fanáticos.

Creo que hay mucha gente que no le gusta cómo está el país. Que se da cuenta que no está mejor que antes y simplemente yo a ellos los invitaría a leer el libro y a reflexionar y a dudar.

Reflexionemos juntos el cómo podemos llegar a un México reconstruido y reconciliado, a pesar de los políticos. Pensemos que lo que es bueno para los políticos, sin importar el partido que sea, no necesariamente es bueno para México y más bien que los ciudadanos platiquemos de lo que es bueno para México.

Con información de El Economista