Opinión

Rarotonga, faldas, calcetas y vaselina

  • Por editorap3

Por Carlos Gallegos.- De las diversas acepciones de la palabra academia, en el Delicias de antes se quedaron con la que la define como “un establecimiento docente privado de carácter técnico y práctico".

En ese tenor y ante la escasez de oferta educativa más allá de la secundaria, las academias así entendedidas se convirtieron en una excelente alternativa para quienes una vez cursada la primaria querían continuar en la escuela.

Hablamos de cuando no había prepas, antes del surgimiento de la gloriosa 20/30, hoy Albert Einstein.

Fue así que la señora Alicia Acosta de Tachiquín abrió su Academia Hidalgo, a un costado de la Plaza Carranza, en el barrio taurino de la población.

La currícula de la Hidalgo tenía un plus, sobre todo para las y los aspiracionistas: se impartía la materia de Inglés, denominado " el idioma del futuro".

La parte sustancial del plan de estudios eran tres áreas, que a los milenians de hoy día les suenan marciano: Mecanografía, Taquigrafía y Caligrafía.

Las tres se extinguieron en el tránsito de la vida y en los avances de la tecnología.

Se perdieron así la rapidez de los dedos sobre las teclas, el dictado ráfaga y la letra bella y elegante.

También se impartían Matemáticas, área entonces conocida y temida bajo el nombre de Aritmética, terror de los copiones.

En cambio, el Español era la delicia de quienes se tropezaban con cualquier piedra al ir leyendo los cuentos impresos de Tarzán, Tawa, Chanoc, La Pequeña Lulú, Rarotonga o La Familia Burrón.

Tres años de estudio les redituaba el grado de Contador Privado, Secretaria Titulada y Auxiliar de Contablidad, y pasados los humos de la pachanga de graduación entraban a trabajar en los bancos, en las empresas que requerían cerebros frescos.

Y no es un decir: de la Hidalgo egresaron algunos Contadores Privados que fácil podían comprarse más de un par de zapatos, para coraje del abuelo de ya saben quién.

Dos de ellos, Juan José Berjes y Marcelino Sánchez, ascendieron a gerentes bancarios.

Otro ex alumno, Aurelio García Gutiérrez, dice que él también pudo gerentear, pero que no le tenían confianza porque estaba muy lepe.

Vamos a dar por bueno su decir aunque, como en todo, hay dos o más versiones.

Una de ellas afirma que trabajó como mozo mensajero porque era muy valagardo, desvelado y seguido llegaba tarde. 

Luego, en 4a y 4a Sur, Lupita Portillo abrió la puerta de la Academia que llevó su nombre, y el profesor Efraín Ruiz siguió su ejemplo con La Escuela Bancaria y Mercantil, de calle 4a y avenida 5a Norte.

Su alumnado asistía uniformado, ellas con falda plisada, calcetas y zapatos de tacón bajito, ellos con pantalón semi acampanado y con el greñero lustroso a base de vaselina.

Este domingo les regalo dos fotos acerca de este académico tema.

Una de ellas, tomada del extinto periódico impreso La Voz, con una gringa muy contenta anunciando una máquina mecánica de peso superlativo: las compus de entonces.

La otra, de los Dittrich Salazar, clan de grueso historial en asuntos escolares, pues la matriarca de la familia también tuvo su academia, es de un desfile cívico por la 3a Norte, con los estudiantes de la Academia Comercial Delicias muy elegantes y recién bañados.

Hay seguimos.