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Sueños de poder

  • Por José Oswaldo
Sueños de poder

Por Paúl Adrián Torres Terrazas

Efraín Lascarra se abrió un espacio en la sociedad a través de los golpes. La misma mañana que lo atrapó la policía, asesinaron en la calle a un hombre vestido de payaso que realizaba malabares con naranjas en el semáforo de un crucero, un periodista capturó una morbosa fotografía que se publicó en la primera plana del día siguiente. También encontraron a un hombre quemado en un terreno baldío, la autopsia reveló que le cortaron los brazos a la altura del hombro antes de prenderle fuego. Había una cartulina, donde se revelaba que el hombre era un piromaniaco y el crimen organizado se adjudicaba su muerte.

Cuando detuvieron a Efraín, le entregaron: una playera, una pantalonera, un par de sandalias y un cepillo de dientes sin empuñadura. Lo confinaron a una celda sin compañero y dormía en una base de cemento sin colchón. El primer mes no lo dejaron cortarse el cabello ni las uñas.

Está recluido en el Cereso Municipal de Ciudad Juárez, Chihuahua, a la espera de ser juzgado por doble homicidio y secuestro.

En la calle, sus amigos lo apodan El Francés, porque arrastra el sonido de la letra r al hablar. Efraín Lascarra ha estado en muchas ejecuciones, pero sólo una vez regresó al escenario de un homicidio: allí aprendió que la limpieza es muy importante para poder olvidar; porque la pestilencia parece permanente, las moscas que atrae la putrefacción vuelan alrededor, contaminándolo todo y el nauseabundo olor de la sangre es algo tan característico que se aferra a la memoria con facilidad. La víctima que visitó se llama Azucena, es el único crimen del que se arrepiente. Fue compañera de su escuela y ella realmente le gustaba.

Efraín Lascarra es agresivo, pero antes no tenía un historial delictivo. Fueron sus amigos de la colonia quienes lo involucraron al secuestro. Bernardo estaba a cargo de hacer las negociaciones con los familiares; no era el jefe, pero era quien hablaba con más facilidad. Después de participar en el primer secuestro, le entregaron 120,000 pesos y algunas alhajas que entregó la mamá de la víctima. Al continuar en la banda, Efraín Lascarra acumuló dos autos, dinero y lujos; bebía coñac de la marca Martell en las fiestas y utilizaba relojes de oro. Ahora lo ha perdido todo, incluso la libertad.

El primer homicidio que El Francés cometió fue cuando secuestraron a Gustavo Camacho. Bernardo habló con los familiares para pedir rescate; pero ninguno de los integrantes de la banda tenía intención de devolver ileso al secuestrado. Gustavo participó en el asesinato del hermano de Bernardo, así que buscaban venganza; la familia no tenía demasiado dinero, pero esperaban obtener algo.

Durante las negociaciones, golpeaban a Gustavo hasta cansarse en repetidas ocasiones, lo mantenían amarrado y no le brindaban comida ni le permitían ir al baño; para terminar con su sufrimiento, El Francés lo condujo al patio de la casa donde lo mantenían retenido y le insertó tres disparos en la cabeza.

Horas después de recibir el dinero, dejaron el cuerpo en un terreno baldío de la Colonia Asunción de María.

-Apúrate, antes de que se lo coman los perros –dijo Bernardo por teléfono al padre del muchacho.

El segundo homicidio fue durante el secuestro de Azucena. Utilizaron una casa distinta. A él le resultó una sorpresa encontrar a su compañera de la escuela, pero decidió continuar. Ella era muy joven, bonita y la trataron de manera diferente; le entregaban comida y la dejaban utilizar el baño. El francés tenía miedo de que alguno de sus amigos quisiera violarla o le hiciera daño y algunas veces se quedaba a conversar con ella, para hacerle compañía. Siempre utilizaba pasamontañas; sin embargo, en un descuido Azucena alcanzó a observar su rostro. Entonces sus amigos resolvieron que debía matarla, lo más probable era que lo hubiera reconocido.

El Francés le preguntó si quería ver el atardecer, la condujo al patio y le disparó en la cabeza mientras ella estaba distraída.

El siguiente secuestro después del de Azucena fue cuando todo terminó. Rentaron una casa de la periferia, en una colonia abandonada, pero los vecinos comenzaron a sospechar y reportaron a la policía. Una mañana se presentó un convoy de agentes, irrumpieron en el domicilio, liberaron al secuestrado y los detuvieron. Bernardo comenzó a disparar y saltó una barda para huir; pero los policías contestaron, entonces las balas lo alcanzaron y murió desangrado.

Después de que Efraín Lascarra permaneciera un mes y medio recluido le entregaron un cepillo de dientes con empuñadura y lo dejaron cortarse las uñas y el cabello. Esa es la manera que utilizan los custodios para hacer reflexionar a los internos: el buen comportamiento conlleva beneficios, el mal comportamiento indiferencia y olvido.

En ocasiones siente que sólo es un número: una matrícula. Su estilo de vida lo alejó de su familia y en la cárcel perdió el respeto de la calle, ya no queda nadie a quien le interese. Este es el camino que han trazado sus decisiones y aprendió que lo peor no son los golpes, los insultos o el peso de los sueños de poder, lo peor es la soledad.