Opinión

Ecos del reencuentro Estados Unidos-Cuba

  • Por José Oswaldo
Ecos del reencuentro Estados Unidos-Cuba

Por Carlos Jaramillo Vela

Una noticia verdaderamente inédita sin duda, e incluso para muchos inaudita es la confirmación del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, anunciada en los recientes días por el Presidente cubano Raúl Castro, hermano menor del ex presidente Fidel Castro, quienes llevan más de cinco décadas gobernando esa ínsula, en condiciones polémicas, por decir lo menos. No fue gratuita, ni mucho menos espontánea, la histórica negociación que hoy abre las puertas de la potencia mundial al cuestionado régimen cubano, pues de tras de ella se fraguaron los acuerdos para la liberación e intercambio de tres agentes cubanos y un promotor estadounidense que tanto Estados Unidos como Cuba, respectivamente tenían detenidos desde hace tiempo en calidad de prisioneros por razones eminentemente políticas. Pero, más allá del fondo del asunto que permitió  la reanudación del trato diplomático entre ambas naciones, estuvieron presentes la poderosa influencia de una mano santa y una voluntad pacificadora; sí, así fue, ya que la circunstancia que unió a los dos ancestrales enemigos se puede describir de ese modo, sin necesidad de emplear metáforas ni frases para describirla, porque quien medió entre ellos fue el Papa Francisco.

Del Papa se puede decir que con esta acción de corte político internacional se sube al podio de los estadistas, campo en el cual el Papa polaco Juan Pablo II –Karol Wojtyla- supo moverse con singular destreza y liderazgo. El Papa argentino Francisco -Jorge Mario Bergoglio- hoy hace historia al vincular a dos naciones legendariamente antagónicas, como hace tres y media décadas la hizo Karol Wojtyla mediante su intervención determinante para la caída del comunismo soviético y la democratización de Europa Oriental. La reanudación del nexo Estados Unidos-Cuba coloca al pontífice Francisco en un plano de particular relevancia por la trascendencia sociopolítica, económica, cultural y espiritual que tiene, tanto para esos dos estados como para el resto de las naciones, el inicio de una nueva era. Ser Papa es por sí mismo un atributo único, supremo e inalienable que implica la más alta investidura dentro de la estructura de la Iglesia y la doctrina de la fe católica, así como la categoría de Jefe de Estado; pero ser Papa y además del formal perfil político inherente al cargo tener verdadero talento y actuación de estadista, constituye una excepcional virtud que en el devenir histórico no todos los representantes de Dios en la tierra han demostrado. En el sonado y nuevo caso Estados Unidos-Cuba, o Cuba-Estados Unidos -según se le quiera ver-, el Papa Francisco ha cumplido su deber desde tres puntos de vista: como latinoamericano, como pontífice y como Jefe del Estado Vaticano. 

Por lo que atañe a los Estados Unidos de Norteamérica, el mensaje es claro y los resultados de amplio espectro. La liberación de Alan Gross -el cooperante norteamericano preso en Cuba-, por sí misma ratifica la postura democrática, pro libertaria y derecho-humanista que tradicionalmente ha sido esgrimida por la Casa Blanca, y en particular por los regímenes demócratas como el actual del Presidente Barack Obama. La sonada excarcelación y el concomitante restablecimiento de las relaciones diplomáticas USA-Cuba erigen a Obama como el actor político triunfal en una gestión de significativas y benéficas repercusiones económicas,  políticas  y culturales cuyo potencial aún está por desarrollarse. La interacción del gobierno estadounidense ha permitido retornar a casa a un connacional suyo, apuntando así un nuevo éxito en el historial de logros que en materia de defensa y repatriación de sus ciudadanos tiene la diplomacia norteamericana. Vista bajo el ángulo de la política internacional y también desde la perspectiva interna de los Estados Unidos, el histórico capítulo protagonizado por el Papa Francisco, los hermanos Fidel y Raúl Castro y Barack Obama, representa para este último una genial estrategia que lo sitúa ante el mundo como el paladín de una iniciativa de fraternidad, libertad y concordia que logró poner fin al último resabio de la guerra fría en Latinoamérica, y le abre las puertas a su partido Demócrata, y en especial a Hillary Clinton –en caso de que resulte postulada como candidata-, para ganar la próxima elección presidencial, en la que competirán con quien sea candidato o candidata de su opositor el Partido Republicano.

Por desgracia, todo parece indicar que el pueblo cubano no podrá disfrutar de las bondades que en teoría debería de gozar con la apertura de este nuevo escenario político, que hasta hace unos días parecería quimérico. Siendo Cuba un país que durante 53 años ha vivido bajo el más longevo régimen autoritario del mundo, en el que los ciudadanos no tienen acceso a elecciones democráticas, ni a las libertades fundamentales, ni a internet, y cuyos únicos medios de comunicación son una prensa, una radio y una televisión controladas por el gobierno comunista, resulta poco creíble que la bota dura de la dictadura de los Castro vaya a desaparecer con el retorno de las relaciones cubano-estadounidenses. Habrá que conceder al gobierno de Cuba el beneficio de la duda y ver el desenlace de los hechos, para que el tiempo y la historia nos permitan saber si así cómo fue posible que cayera el Muro de Berlín es factible extinguir el aislamiento y la opresión que durante más de medio siglo han ahogado los anhelos de libertad política y progreso material de los cubanos. Por lo pronto, mientras no se compruebe lo contrario surge la pregunta: ¿el gran perdedor del restablecimiento de los lazos diplomáticos cubano-americanos será el pueblo de Cuba?  

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