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Cazador de cabezas

  • Por José Oswaldo
Cazador de cabezas

Por Paul Torres Terrazas

Fermín siempre se ha considerado excéntrico. Hace siete años comenzó una morbosa colección de objetos y cuando es anfitrión de alguna fiesta, despiertan un enfermizo interés en todos sus invitados.

-Mejor deberías coleccionar piezas de arte, o buscarte otro pasatiempo –es lo que dice su esposa en cada oportunidad, pero sus intentos son vanos porque la colección sigue aumentando.

Los objetos son muy distintos unos de otros, lo único que las piezas de la colección comparten en común es que todas son mórbidas, extrañas y grotescas. La primera adquisición de Fermín fue un tarro lleno de ojos de vaca que parecen mirar en todas direcciones mientras flotan sobre formol. También hay un cráneo humano que unos campesinos encontraron en un arroyo y se lo vendieron a Fermín por unas cuantas monedas, la adquisición fue durante un viaje a Valle de Allende Chihuahua con su familia. Hay una caja musical que al abrirla su melodía supuestamente invoca al fantasma de una niña. También están los grilletes de un hombre africano esclavizado en Norteamérica.

En una de las paredes de su estudio está enmarcada una carta escrita por un maniático antes de suicidarse y que solamente dice:

-Tarde o temprano los muertos despiertan.

En una repisa tiene exhibida una mano amputada dentro de un frasco de mermelada, con nudos de nervios ensangrentados colgando en la parte de atrás de la muñeca. Fermín nunca se ha atrevido a destapar el frasco. En una esquina de la sala conserva un pesado y viejo instrumento de tortura del siglo XVI que un comerciante trajo de Europa junto con algunos muebles para venderlos en su tienda de antigüedades. También tiene la videograbación de un presunto fantasma y las caricaturas infantiles que un violador dibujaba en prisión para venderlos y comprar cigarrillos. Los dientes de un cadáver profanado. Un cuervo disecado. El hacha de un homicidio. La lista de objetos en su colección es muy grande, quizá demasiado.

La compra más reciente de Fermín fue un video snuff, donde un grupo de pandilleros con pasamontañas cometieron y grabaron el asesinato de una mujer. El video se lo vendió uno de los policías encargados de investigar el homicidio. Fermín sabe que algunos de los objetos de su colección pueden ser falsos, pero está completamente seguro de que el video es real y por eso es la posesión que más lo perturba, pero también por eso le fascina tanto.

Una mañana, un amigo suyo le platicó sobre el comercio ilegal de cabezas humanas reducidas, porque conocía a un hombre que quería vender una y pensó que a Fermín podría interesarle añadirla a su colección.

Fermín y el comerciante clandestino conversaron por internet y acordaron reunirse en el centro de la ciudad para realizar la venta. Al parecer, hay una numerosa tribu indígena llamada Shuar, quienes aún viven escondidos en la vegetación de las selvas amazónicas, entre Ecuador y Perú. Los nativos indígenas decapitan a los enemigos de los pueblos vecinos o excursionistas extranjeros y momifican sus cabezas desprendiendo la piel del cráneo. Después quitan con un cuchillo la grasa y carne sobrantes e introducen semillas rojas, cosen los parpados y la boca, luego cuecen la cabeza en agua hirviendo y entonces la secan con humo y piedras calientes. Finalmente cierran la herida de la decapitación con una cuerda y cicatrizándola con un machete calentado al rojo vivo.

Fermín tiene miedo de que la cabeza que va a comprar se trate de alguna imitación, porque la creciente demanda de cabezas reducidas en Europa y Norteamérica, originó grupos en Colombia y Panamá que desde hace varias décadas se dedican a realizar falsificaciones de las cabezas para su comercialización. Utilizan cadáveres de las morgues, partes de monos, osos perezosos, e incluso piel de cabra. Es muy probable que la cabeza reducida que el traficante quiere venderle sea falsa, pero Fermín no tiene manera de comprobarlo, sólo su instinto.

Se reúnen en uno de los parques del centro de la ciudad de Chihuahua, Fermín le entrega un sobre con el dinero. El desconocido lo cuenta, luego le extiende un paquete con la cabeza en su interior y le cuenta a quien perteneció: el pasado del hombre. Después de la venta, se marchan en direcciones opuestas.

Semanas después, unas señoras pegan en el pizarrón de la iglesia un anuncio sobre una venta de pasteles que llama su atención, pero enseguida hay otro letrero. Fermín se queda mirando el cartel, entonces siente una confusa mezcla de decepción y culpa cuando lo comprende todo: la cabeza reducida es falsa y real al mismo tiempo. No perteneció a un desafortunado excursionista de las amazonas como el vendedor le hizo creer, porque el rostro que está en el cartel es el de un muchacho desaparecido hace un mes.

El mismo rostro que ahora está en la repisa de su estudio.