Buen Domingo

RÉQUIEM POR EL PERIODISMO POLICIACO DE INVESTIGACIÓN

  • Por lujardo

 

Por Ricardo Luján

 

Hace "apenas" 45 años los reporteros de la fuente policiaca sufrían las de Caín para conseguir información relevante digna de primera plana, no se diga para ganarse la de 8 columnas de la portada.

 

Hoy abundan los hechos sangrientos pero su impacto y trascendencia se diluyen en el mar cibernético del periodismo digital donde termina por ahogarse el drama humano que subyace enmedio de la tragedia.

 

En el siglo pasado al inicio de la década de los ochenta los redactores de la llamada nota roja “batallaban” para encontrar información relevante y presionaban al reportero por “un muertito” para ponerla de principal en la sección de interiores, aunque cotidianamente debían conformarse con algún robo, incendio, pleito callejero o accidente vial.

 

El pasado miércoles un joven matrimonio residente de la colonia Atenas de esta capital fue ultimado a tiros ante la mirada atónita de sus dos hijos de seis y diez años, quienes llenos de angustia no podían creer que fuera realidad lo que estaban viendo. No obstante lo impresionante de la desgracia, la nota -mejor dicho, el boletín- que publicaron los medios se agotó en unas cuantas líneas…y algunos ni siquiera la consignaron.

 

Luego de las patrullas y sus sórdidas luces estrobóticas, las cintas amarillas de barrera del crimen, los peritajes de los agentes de la Fiscalía y las veladoras que los vecinos piadosos encendieron sobre las resecas manchas de sangre, todo quedó ahí sin abordar el aspecto humano de la desgracia.

 

Ejemplos sobran. A diario se presentan funestos sucesos como multiejecuciones, riñas sangrientas que suman decenas de muertos cada mes y apenas se consignan en los periódicos, sean digitales o impresos, inclusive algunos ya han suprimido la página policiaca y la nota roja se mezcla con la información local.

 

Los reporteros de guardia de hace cuarentaitantos abriles, encargados de cubrir los hechos de las siete de la tarde al cierre, rara vez cumplían los deseos del editor de la plana de última hora quien “maquiavélicamente” solicitaba a aquellos tundeteclas algo “bueno”, es decir, “de difunto pa’rriba”. 

 

La respuesta acostumbrada de reporteros y fotógrafos era casi siempre la misma: “todo está muerto, jefe”, y rara vez se cumplía el deseo del exigente editor que a chaleco quería “sangre” para vestir su página.

 

Y no es que aquellos periodistas de la fuente fueran flojos o indolentes, pues aunque se esforzaban por conseguir la ansiada información, la cuestión no era tan fácil, aunque se metieran al “escáner” para captarla en la frecuencia del radio de las corporaciones policiacas y enterarse de lo que estaba ocurriendo, o pesiguieran a las ambulancias, bomberas o patrullas para ver cuál era su destino y cubrir el eventual acontecimiento.

 

En aquellos tiempos los asesinatos eran todo un suceso que ameritaba varias cuartillas de información, generalmente se le daba seguimiento exhaustivo y se abordaba el drama humano detrás de la noticia. Se entrevistaba a familiares, testigos y vecinos, se hacían encuestas para medir el impacto del suceso y además se reporteaba a los funcionarios de las autoridades (Procuraduría, Ministerio Público, Policía Municipal) para conocer las sentencias y condenas que ameritaban los culpables del ilícito.

 

Ahora, ante la explosiva proliferación de la criminalidad no hay tiempo para nada de eso. Los periodistas  policiacos no se dan abasto al punto que resulta casi imposible cubrir todos los hechos delictivos, desde matanzas colectivas, asaltos brutales, violaciones y agresiones feroces.

 

Antes los secuestros o atracos bancarios eran poco frecuentes y muy apreciados como noticia, pero hoy en día son asuntos tan cotidianos que en ocasiones pasan desapercibidos, son minimizados en los medios digitales o se pierden en las páginas interiores de la prensa escrita.

 

Así las cosas, el periodismo policial de investigación -que muchas veces daba la pauta y ponía a trabajar a las corporaciones policiacas para que los hechos se esclarecieran- se ha perdido, paradójicamente, ante la abundancia de hechos de sangre.

 

Tan raras eran las matanzas en aquel Chihuahua de antaño que en la Semana Santa de 1987 un hecho conmocionó a la entidad: el asesinato a hachazos de tres jóvenes estudiantes de la Facultad de Contaduría y Administración que vacacionaban en el Lago de Arareco, en la región de Creel, quienes fueron sorprendidos por sujetos drogados que sin piedad ni motivo alguno arremetieron contra ellos.

Luego del festín de sangre, los asesinos, residentes del lugar, dieron por muertos a los cuatro muchachos, pero gracias a que uno de ellos logró sobrevivir pudo llegar al pueblo a pedir ayuda.

Los cuatro criminales fueron posteriormente detenidos y encerrados en la Penitenciaría del Estado.

Sus nombres aún son recordados por la opinión publica mayor de edad y por los viejos periodistas: César Antillón, Javier Díaz, Fidencio Duarte y Noé Gerardo Payán, este último cabecilla de la banda quien por su horrendo crimen fue bautizado por la prensa con el mote de la Hiena de Arareco.

 

Los periódicos de aquella época dieron un largo y puntual seguimiento al caso, desde entrevistas con el sobreviviente, impresiones de los lectores y líderes de opinión hasta la cobertura de la captura, uno por uno  de los torvos criminales.

 

Año tras año durante época de cuaresma el caso era recordado por la prensa, tanto por su impacto como por su diabólica naturaleza.

 

Ahora las masacres colectivas se suceden una tras otra de manera tan vertiginosa que se olvidan en unos cuantos días y su efeméride rara vez es recordada.

 

El ingenio popular, tan agudo como despiadado, parió una serie de chistes sobre la tragedia, al surgir, como malhadado juego de palabras, la versión de que la “verdadera” criminal había sido la chota…la hachota.

 

Tres años después, a principios de julio de 1990, la Hiena de Arareco volvió a llevarse el encabezado principal en los periódicos cuando lideró una fuga masiva del penal de la 20 y 20, llamado así por ubicarse en la avenida Veinte de Noviembre y calle 20, en el barrio del Pacífico.

 

Entre la treintena de reos que lograron escapar a sangre y fuego figuraba otro “célebre” delincuente de la ciudad, Ramón Parga Palafox, conocido en el bajo mundo con el apodo de el Parga, quien también dio mucho material para la prensa que, como ya dijimos, en aquellos ayeres no tenía gran cosa para llenar las páginas policiacas.

 

Casi todos los presos fugados fueron recapturados y regresados a prisión, incluyendo Noé, la Hiena de Arareco, quien fue arrestado un año más tarde en su natal Sinaloa. 

 

El Parga no corrió con igual suerte porque semanas después fue ultimado a tiros cuando salió de su escondite y en un parque se puso a leer el periódico con el fin de enterarse de su propio caso.

 

Contrario a como sucede hoy en día, ambos acontecimientos fueron profusamente reseñados por la prensa, lo que en la actualidad ya no sucede pese a que cada vez los crímenes son más feroces e impactantes.

 

Así las cosas no queda más que decir “Descanse en paz el periodismo policiaco de investigación”.

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