23. EL EPÍLOGO
- Por Editor R
Por Osbaldo Salvador Ang.- Mi abuelo paterno se llamaba Yusef Mohamad Ahmad Musa Ilayan.
Al parecer nació en El Arzajeh, Palestina, pero adquirió la nacionalidad turca y después la mexicana.
Un Certificado de Ciudadanía, expedido por el Gobierno de Palestina, escrito en árabe y ahí mismo apostillado en inglés, así aclara.
Ese papel dice que estaba casado con una mujer de nombre Hamdeh.
El documento es el único que existe, al menos en Chihuahua, sobre su origen.
Está fechado el 15 de julio de 1927 y aparece firmado por el Gran Comisionado.
El documento está escrito en árabe y como una especie de duplicado -como anoté líneas arriba- también se reproduce en inglés.
Yusef y su hermano Carlos -de quien ignoro cómo era su nombre en árabe pero creo era Jalil- pertenecían a las fuerzas rebeldes palestinas.
Una vez estaban junto a uno de sus primos, que también andaba en la guerra (ésa que se mantiene viva aún) en un refugio.
Les cayó una bomba.
El primo murió y los hermanos Yusef y Carlos, que salvaron la vida y resultaron con heridas no muy graves, decidieron emigrar por la persecución.
El Certificado indica que Yusef cumplió todos los requisitos exigidos para ameritar la nacionalidad palestina.
La sentencia del documento subraya que en ese momento adquiría todos los derechos pero también todas las obligaciones que conferían las leyes del Gobierno de Palestina.
Firma al calce el Gran Comisionado, cuyo nombre escrito en árabe es imposible de traducir por ahora.
Dos o tres años después, Yusef se fue a vivir a la Ciudad de México, en donde también adquirió la nacionalidad mexa.
Se dice que en todo este periplo fue acompañado por su hermano menor Carlos, quien también formó una familia en Chihuahua y se quedó a vivir ahí.
José era 15 años mayor que Carlos; parece que tenían dos hermanos y una hermana más.
Yo tengo una fotografía de la mamá de Yusef (o seáse mi bisabuela paterna) que se llamaba Hazzia.
Está en una especie de cueva o refugio o casa oculta, sentada sobre una cama, recargada sobre unas almohadas.
Algunos que la han mirado -la imagen- han dicho que se la tomaron ya muerta.
Su rostro denota sufrimiento, con ese gesto característico de los palestinos desde tiempos ancestrales.
Estuvieron en la Ciudad de México, luego en Coahuila (en San Pedro) y se dice que también en Tamaulipas, antes de llegar a Chihuahua y establecerse.
Yusef Mohamed Ahmad Musa Ilayan cambió entonces su nombre por el castellanizado de José Salvador.
Fue así como tradujeron los apelativos en la Secretaría de Gobernación de México al extenderle la ciudadanía mexicana.
Algunos dicen que arribó a Chihuahua en una oleada de palestinos entre los cuales se encontraba Don José Touché.
La conceja popular ubicaba a Don José Touché como un palestino o libanés que había arribado a la ciudad de Chihuahua con un chango amarrado de un mecate.
Y decían que con eso se ganaba la vida en las calles del centro.
Ambos -que eran muy hábiles comerciantes- se hicieron socios en algunos negocios, aunque no sé exactamente en cuáles, pero creo eran comercios de ropa.
Pero si eran compadres, porque mi papá, Amín Salvador Tintori, era ahijado de Don José Touché, que vivía en la quinta de la Avenida Independencia y Bolívar.
Mi abuelo se fue a establecer en Santa Eulalia -hoy Aquiles Serdán- en donde abrió una tienda de ropa importada de Europa.
Esa tienda se llamaba Centro Mercantil y ahí se expendían muebles y ropa, además de enseres domésticos de todo tipo.
Era la época dorada de ese pueblo con minas que producían abundante riqueza de la que hoy no queda nada, salvo ruinas y drogas.
Pero en ese momento, el abuelo Yusef, con trabajo y esfuerzo, pudo crecer y hacer una relativa fortuna.
Por ejemplo, tenía un carro, de los que se echaban a andar dándole vueltas a una manivela, con todo y chofer.
Pero acá no llegó nada de eso y, en cambio, aprendimos a administrar la pobreza y recordar la bonanza de Yusef.
Aplicaba ésa de que cuando te tumba el hambre, el orgullo te levanta. Así nos iba.
Ahí en Santa Eulalia casó con María del Refugio Tintori y procreó con ella -La Abuela Cuca- cuatro hijos.
Les bautizaron -de mayor a menor- con los nombres de Amín, Elia, Elba y Olivia, todos de apellidos Salvador Tintori.
En este momento solo vive la Tía Elba. Olivia murió muy joven, de 22 años, creo.
Carlos, el hermano menor de Yusef, el Tío Carlos, tuvo siete hijos con Antonia Esquivel Márquez, originaria de Zacatecas, cuyos nombres fueron Carlos. Emilia, Eva, Amaro, Hilda, María Antonieta y José.
A partir de José y Carlos, su descendencia en Chihuahua cursa apenas la quinta generación.
Mi padre sería de la segunda generación, yo de la tercera, mis hijos de la cuarta y mis nietos pertenecen a la quinta.
Estamos a la víspera de la sexta generación. Pero así fue como se formó La Salvareda o La Salvadorada en Chihuahua.
No reproduzco los nombres de todos los demás descendientes porque no sé si alguno pudiera molestarse y en estos tiempos, aunque ya desaparecieron los organismos de protección de datos personales, pues hay que respetar el derecho de intimidad.
José y Carlos platicaban que cuando andaban en la guerrilla, debían cavar hoyos en la arena para esconderse del enemigo.
Así duraban días, sin alimentos, e incluso se dice que llegaron a beber sus propios orines para no morir de sed.
El abuelo José, bueno para los negocios, comerciante de corazón, tenía una cuenta bancaria en Suiza y una caja fuerte llena de centenarios.
A su muerte, nadie quiso ir a reclamar el dinero de la cuenta y las valiosas monedas y demás propiedades se las repartieron pacíficamente entre la viuda y el hermano.
Pero su muerte encerró un velo de misterio que nunca fue descubierto y que, conforme transcurre el tiempo, más difícil será de hacerlo.
Yusef, o José, desapareció un día de la ciudad de Chihuahua.
No se supo nada.
Su hermano Carlos, que tenía el Certificado de Nacionalidad Palestina -el cual llegó a mis manos como escribí anteriormente- interpuso la denuncia correspondiente.
Con ese documento acreditó la existencia de su hermano Yusef.
Años después supieron que había muerto en un hospital de la Ciudad de México.
Existen apenas una o dos fotos de José, pero se dice que era alto, ojón, fornido y pelirrojo.
Mi padre tenía cuatro años cuando desapareció Yusef. Alguna vez le pregunté a Amín qué recordaba de su progenitor y respondió que muy poco.
Me dijo que cuando llegaba del trabajo, él jugaba en la calle y su padre, al verlo, le decía: “pa dentro, pa dentro” y Amín le contestaba: “pa fuera, pa fuera”.
José y Carlos nunca dominaron bien el español y cuando hablaban nuestro idioma, no podían desprenderse de su tono y acento árabe.
Muchas historias se tejieron alrededor de la muerte de Yusef Mohamad Ahmad Musa Ilayán.
Pero los juicios y los procesos judiciales de los hombres son provisionales y equívocos, plenos de soberbia, rencores y emociones.
Solo Jehová,como dice La Biblia, juzgará nuestros actos en su justa dimensión y colocará a cada quien en el sitial que le corresponde.
A vivos y muertos.
Todo lo demás es solo un intento por acercarse a la verdad y darle, como decía Simónides el griego, a cada quien lo suyo.
Pero en ese ejercicio, en ese camino. el hombre nunca encuentra qué es lo suyo de cada quien.
Porque en cada juicio campea la mentira, el odio y el deseo de destruir, no de hacer justicia.
Y como los jueces están absolutamente imposibilitados de conocer a verdad, se aferran a una prueba como de un clavo ardiendo, para justificar sus sentencias.
Piensan que una golondrina hace verano. Que una prueba perdida en el desierto les conduce a la verdad.
Tan mal andamos en eso que los juristas han confeccionado el concepto de Verdad Histórica y Verdad Formal.
El primero es para aceptar que hubo hechos a los cuales no podrán acercarse ni tener acceso, en franco reconocimiento a la imposibilidad de llegar a la verdad.
Y el segundo, para justificar sus sentencias, elaboradas exclusivamente con lo que tienen a la mano en los expedientes.
Yo digo que si hombres y mujeres habláramos con la verdad no habría juicios, no habría procesos, y solo se dictarían sentencias.
Pero es ése un sueño guajiro que jamás se cumplirá mientras exista la lengua y la falta de integridad para asumir enteramente los actos que realizamos.
El Rey Salomón le pidió a Dios un corazón obediente y sabiduría para discernir entre lo bueno y lo malo.
Se le concedió.
Su fama se extendió por todo el mundo árabe, su reino creció y los demás a su alrededor vivieron en armonía sujetos a la recta vara de la justicia que descansaba en sus manos.
El caso que le dio la vuelta al mundo, fue el de las dos prostitutas que vivían juntas, cada quien con un hijo pequeño.
En la mañana uno de los niñitos amaneció muerto.
Las dos mujeres dijeron que era el hijo de la otra y que por consiguiente era suyo el pequeño que estaba vivo.
Era obvio que una de las dos mentía.
Cuando el asunto llegó a Salomón, con la virtud que Jehová le había obsequiado, les dijo que como las dos reclamaban ser la madre, ordenaría que partieran en dos al niño y les dieran una mitad del cuerpecito a cada una.
Una de las mujeres empezó a llorar y le dijo al Rey que el menor era de la otra mujer, que se lo diera a ésa, pero vivo, que no le matara.
En cambio la otra, llena de odio y resentimiento, invadida por el pecado de la mentira, gritaba: ni ella ni yo, lo justo es que sea una mitad para cada una, que lo partan.
Entonces el Rey Salomón tuvo claro que la verdadera madre era la mujer que ofreció el sacrificio de perder a su hijo a cambio de que éste siguiera vivo.
Pero esa virtud no podemos pedírsela y menos aún exigírsela a nuestros Jueces y nuestros Magistrados.
Ni la obediencia ni la sabiduría están en sus corazones.
Ellos viven inmersos en la avaricia, la pereza y la ambición de escalar peldaños y atesorar riquezas.
Su mente está ocupada en pensar en el siguiente fin de semana, en las vacaciones que se aproximan, en el sándwich de las diez de la mañana y en el candidato que más posibilidades tiene de ganar la elección.
En honor a la verdad, les vale madre la justicia.
Se inmiscuyen en los juicios como si fueran la contra parte y dictan autos para perjudicar o favorecer a la Parte Actora o la Parte Demandada.
En el mejor de los casos, se dejan llevar por sus propios emociones que les arrastran a ponerse de un lado y combatir el otro.
Acomodan las normas jurídicas a sus anchas y a su antojo y un día interpretan un artículo a su conveniencia, para salir del paso, y al otro le valoran justamente al contrario.
En su interpretación, las normas tienen dos caras en una misma moneda, que pueden usar según les convenga.
Por eso juzgar es una tarea divina.
La nuestra es un juego de niños, un caminar con los ojos vendados, dar palos de ciego o andar en la oscuridad sin luz que nos guíe.
En un desayuno reciente que tuve con Mario Trevizo, Sergio Facio y Luis Rubén Maldonado, abordamos el tema de las sentencias elaboradas con la llamada Inteligencia Artificial.
Mario Trevizo, que es litigante y ha ocupado puestos como Director de la Facultad de Derecho de la Uach, una Diputación Local, la Presidencia del PRI estatal, la Consejería Jurídica estatal y la Secretaría General de Gobierno, explicó el asunto.
Hombre cerebral, estudioso y analítico, nos dijo que una computadora podría ser alimentada con todo el marco normativo de leyes, toda la jurisprudencia existente, la doctrina y los criterios jurídicos habidos y por haber.
Sería ésta la Premisa Mayor.
Luego en un segundo cajón, a manera de silogismo cibernético, se introducirían todos los datos de un expediente: demanda, contestación, audiencias, promociones, autos, pruebas ofrecidas y pruebas desahogadas y, en fin, todo el legajo que conforma un juicio.
Al final, en forma de conclusión, se le pediría a la computadora y su inteligencia artificial, mediante un algoritmo previamente establecido, aflorar una sentencia objetiva, imparcial y desprovista de emociones, intereses y pasiones humanas.
En algunos países nórdicos, se comentó en esa reunión, ya se empezó a desarrollar el tema.
A ver qué sucede.
Pero, por lo pronto, juzgar es difícil y más aún si ni siquiera están a nuestro alcance los hechos y las pruebas revelan apenas una pequeña parcela de la realidad.
Así que, mientras tanto, los genes de Yusef y Carlos andan por ahí, de brinco en brinco, en la ciudad de Chihuahua y otras.
A todos nos llega un momento en el cual nos cuestionamos nuestro origen.
Es una duda humana y razonable que invade la mente en cierta etapa de nuestra existencia.
Es ésa la razón de este epílogo; se tata de una confesión que explica la motivación de un texto que aspira únicamente a colmar esa duda existencial.
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