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  • Por Editor R

Por Osbaldo Salvador Ang.- “¡Es que no se sabe lo que va a pasar!”, dijo La Cónsul al explotar, desesperada.

Me recibió apenas en la Embajada de México en Jordania. La casa está ubicada en Port Saeed St 52. Afuera está un policía árabe uniformado. Desde su pequeña caseta, vigila y atiende. En su espalda, con grandes letras de color blanco sobre la camisa azul, dice: Police.

La Cónsul me atendió de pie. Ni siquiera duró diez minutos la conversación. Parecía que tenía prisa porque me fuera del lugar.

Se movía de un lado a otro. Abría y cerraba la cortina. Se asomaba por la ventana a la calle, constantemente, para ver si alguien quería entrar.

Era como si temiera un asalto.

Esa mujer era un manojo de nervios.

Pregunté por el Embajador pero respondió que no había por el momento. La Embajada mexicana está acéfala por el cambio de gobierno en nuestro país.

Ni a la Presidenta Sheinbaum ni a su Secretario de Relaciones Exteriores, Juan Ramón de la Fuente, les interesa por lo pronto el reino kachemita de Jordania.

El embajador anterior, simplemente tomó sus maletas y se fue del Medio Oriente, en cuando López Obrador concluyó su sexenio. Qué rara institucionalidad.

El Embajador saliente es Roberto Rodríguez Hernández, quien estuvo en Amman desde julio de 2019. Entre sus múltiples cargos diplomáticos, ocupó el Consulado de El Paso, Texas, del 2007 al 2012.

La Cónsul estaba acompañada por un joven árabe, delgado y muy alto, de larga barba y pocas palabras,que seguía la conversación en silencio.

-¿Qué anda haciendo usted aquí? -me preguntó ella, un tanto desesperada.

-Conociendo y reporteando -le respondí.

Le sacó una copia a mi pasaporte, me hizo llenar un formato de registro de visitantes, me dio los números telefónicos de la Embajada y me dio a entender que me fuera.

-¡Está muy delicada la situación? Inquirí. Fue cuando contestó que no se sabía qué iba a suceder. 

En eso llegaron a la Embajada dos jovencitas árabes que hablaban muy bien el español. Eran colaboradoras de La Cónsul. 

Me explicó que ya sabían quién era el nuevo embajador pero que no podía decirlo hasta que llegara y se ocupara del puesto.

Mientras, atendían un funcionario llamado Jefe de Negocios y ella misma en su calidad de titular del Consulado.

-¿Hay muchos mexicanos en Jordania? -averigüé.

-Ahorita solo son mujeres que se casaron con jordanos- indicó.

Luego me dijo que yo era, por el momento, el único mexicano turista en Amman. 

La mujer era de cabello castaño tirándole a rubio, de tez blanca y estatura mediana. Estaba vestida con un pantalón beige y un saco ligero de colores.

Ni un vaso de agua me ofreció. 

No quiso dar entrevistas, no quiso darme su nombre y no quiso nada de nada.

No entendí qué hacía esa mujer en el Consulado de nuestro país en Jordania.

Así que tomé mi poderosa Canon Rebel T7, con sus lentes -de 300 y de 200 X- y me retiré del lugar.

Afuera capté unas fotos de la fachada. El policía me vio y me dijo: no fotos, pero no le hice caso.

Las cosas están del cocol. Las autoridades de Qatar se negaron a seguir en calidad de intermediarias entre ambas partes.

El argumento fue que ni Israel ni Palestina toman las cosas con seriedad porque en realidad no desean poner fin al conflicto.

Como dije en otra crónica, esta guerra épica pareciera un Juicio de Paternidad entablado entre los dos rivales para adjudicarse ser congénitamente los descendientes de Jehová.

Se disputan la genealogía divina. 

Para llegar a la Embajada mexicana tuve que caminar como dos horas porque el google me traía vueltas y vueltas.

Deberían crear el Google Walking para los peatones que buscan alguna ubicación.

El tráfico en Amman está bien regulado. Manejan fuerte pero bien. Los carros, en especial los taxis amarillos, pitan por todo. Pitan por pitar. Los taxis hacen sonar el claxon en cuanto miran a alguien caminar por las banquetas para avisar que están libres.

Los conductores no respetan los pasos peatonales. Están muy bien pintaditos pero nadie se para, aunque mire una persona cruzando.

De regreso, tomé un taxi al hotel. El conductor me cobró cuatro Dinares Jordanos. Era un hombre pelirrojo nacido en Amman pero descendiente de rusos. 

“Mis abuelos llegaron aquí hace cien años”, expresó.

Iba con grandes carcajadas, quién sabe de qué, platicando sus andanzas y diciendo que amaba más que nada a Jordania y que era feliz en la capital, Amman.

Tenía pura cara de vago y parecía un cosaco irlandés.

Me preguntó si yo era católico y le dije que en México la mayoría lo eran pero a medias.

Le comenté que yo leía la Biblia en forma lineal -además de hacer algunos estudios temáticos transversales- y ennumeré los libros que he terminado:

-Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio (los cinco de El Pentateuco), Josué, Jueces, Ruth y Samuel -le dije.

En este último fui sorprendido cuando los israelíes le dijeron a Samuel que les impusiera un Rey para ser igual que las demás naciones. 

Eran gobernados por Jueces, en un clima de libertad e igualdad, por así decirlo. Pero exigieron un Rey que les impondría tributos, restringiría sus libertades y les ataría a la monarquía.

Jehová le dijo a Samuel que les diera un Rey, porque no se le estaban rebelando a él sino al propio Dios. El Antiguo Testamento parece ser la cronología de los rebeliones del pueblo de Israel contra la Ley de Dios. 

Jehová le dice a Samuel:

“Escucha todo lo que el pueblo te dice. No es a ti a quien han rechazado, sino a mi para que no sea su rey”. 

Desde aquella época, los israelíes eran más grillos que nada. Tanto lo eran, que hasta con Dios hacían política y a sus espaldas creían grillarlo.

Cuando terminé de citar los libros que he leído íntegramente de la Biblia, el taxista me miró con los ojos nublados, se golpeó dos veces el corazón con el puño y me extendió la mano.

Después empezó a reírse como loco y a decir que Amman es la mejor ciudad del mundo para vivir.

Al legar al hotel pude ver en la TV que el Presidente de EU, Joe Biden, había recibido en la Casa Blanca al Presidente de Israel, Isaac Herzog. 

Este último regaló a Biden un resto arqueológico del Templo del Monte de Jesús, en el que se lee el nombre de Yosef. 

Le llamó a Biden “amigo de Israel por décadas” y le agradeció su ayuda y apoyo en la época más oscura de la historia judía.  

Pero ni Biden ni Herzog tocaron el tema del bloqueo internacional de ayuda humanitaria que sufren en la Franja de Gaza.

Biden se veía en TV más allá del bien y del mal, aunque según los medios internacionales, ha declarado ser sionista.

Parecia ido. Como si flotara en la nubes de la transición y ya no le importara nada.

En instantes se creería que ni siquiera escuchaba la incesante verborrea de Herzog.

Incluso, con una ligera sonrisa, le alentaba a seguir hablando sin interrupciones.

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