Espectáculos

Lente Oscuro por Susana Rodríguez. El Gran Hotel de Budapest, un buen regalo de mayo

  • Por José Oswaldo

Debo confesar que el título de esta película me sedujo por experiencias vividas en esas dos mágicas ciudades: Buda y Pest, en donde el famoso gulasch(platillo muy parecido a nuestro caldillo norteño) vuelve adicto a cualquiera y cuya belleza y blancura de su parlamento lo deja a uno perplejo.

Quería ir a verla, empeñada en redescubrir el emblemático Danubio –con sus hermosos y bombardeados puentes que sobrevivieron a los aviones de guerra nazis –, pero, ¡oh sorpresa!, en “El Gran Hotel de Budapest” nada tiene que ver con una cinta preciosista, en la que acaso logramos ver unas cuantas montañas nevadas y todo lo demás se desarrolla en interiores.

Sin embargo, mis egoístas anhelos desaparecieron a los 5 minutos de adentrarme en una excelente historia, cuyos personajes “budapestianos” son algunos, involuntariamente, divertidos, irónicos, cínicos y hasta tontos, muy a la Quentin Tarantino (lo que para mí es ya una garantía).

La película, dirigida por Wes Anderson, cuenta las aventuras de Gustave H, el encargado de un famoso hotel, “El Budapest” (donde por cierto se come delicioso y al que acudían en el pasado los intelectuales a departir y tomar café), y también las de Zero Moustafa, un botones inmigrante que se convierte en su protegido y en quien más confía.

La historia recurre a la fórmula infalible del figuríny su Patiño, algo así como Viruta y Capulina, o el Gordo y el Flaco, etcétera, en un hotel donde al parecer todo marcha en relativo orden, hasta que se produce el robo de una valiosa pintura renacentista. La pintura en cuestión es muy, pero muy importante, por lo que se ocasiona un gran revuelo para encontrarla.

Al mismo tiempo, se genera también en el hotel una tremenda disputa familiar por una fortuna; todos los miembros se enfrentan entre sí, sin que ninguno de ellos esté dispuesto a ceder en su empeño…

No puedo contarles más de esta anécdota divertida, cuyo humor en muchas de las escenas me evoca, como dije, el estilo de Quentin Tarantino, con personajes descarados, tontos, que rayan en lo absurdo como en la casi perfecta e inmemorable "Bastardos sin Gloria".

La historia es dinámica, con arte, vestuario y maquillaje impecables, enmarcada en la época de entreguerras, si bien su mayor valor es que resulta muy divertida.

“El Gran Hotel de Budapest” es un respiro "una joya" en medio de una cartelera repleta de películas densas y dramáticas, cuando no malas, a las cuales en estos momentos de verdad rehúyo…

Y como dicen que la risa y el buen humor retrasa las arrugas, vayan a verla y ahórrense el botox… ¡Hasta la próxima, y por favor tómense un buen caldillo a mi salud!

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