Multaban con 5 mil pesos a comunidad Lgbt en Torreón
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- Durante las administraciones municipales de 1999 a 2005 estuvo vigente el Artículo 75 del Reglamento de Salud Municipal. Dicho artículo prohibía las muestras de afecto en público entre personas del mismo sexo.
En Torreón, durante las administraciones municipales de 1999 a 2005 —es decir, la última de Jorge Zermeño Infante (1997–1999), la de Salomón Juan Marco (2000–2002) y la de Guillermo Anaya Llamas (2003–2005)— estuvo vigente el Artículo 75 del Reglamento de Salud Municipal.
Dicho artículo prohibía las muestras de afecto en público entre personas del mismo sexo y permitía el sometimiento a pruebas de VIH sin consentimiento.
En esos años, la comunidad LGBT vivió una persecución institucionalizada, legalizada por reglamentos y ejecutada por las autoridades.
Fue hasta el 28 de junio de 2005, luego de que el primer director de Censida, Jorge Saavedra López, envió una recomendación al entonces alcalde Guillermo Anaya Llamas, que el artículo fue finalmente derogado.
Pero mientras el reglamento estuvo vigente, las calles eran campos minados para quienes osaban amar diferente, maquillarse o usar ropa que escapara del molde. La persecución fue real. Y sus heridas, aún abiertas.
“Por andar vestidas como mujer éramos perseguidas y detenidas”
Yadira Elizabeth es una de esas mujeres trans que no solo enfrentó la discriminación con valentía, sino que tuvo el respaldo incondicional de su madre, quien la acompañó en los momentos más oscuros. Momentos como aquellos en que no llegaba a casa porque la habían encerrado por el simple hecho de vestirse como mujer.
La rutina era conocida: patrullas, arrestos, golpes, humillaciones. Su madre, valiente, iba a sacarla de los separos municipales. Ambas sabían que, más que un delito, el “crimen” era ser trans en una ciudad que no las quería visibles.
“Una no podía ir a convivir vestida porque de inmediato nos caía la poli y nos cargaban en la patrulla. Así que para salir teníamos que vestirnos como hombres. Cuando nos atrevíamos a ir al antro llegaba la policía y era de quitarnos las zapatillas para poder correr. La gente de prevención social nos pasaba las manos por la cara para verificar si traíamos maquillaje”, recuerda.
Salían del bar como quien sale de la guerra: con miedo, alerta, listas para correr
Las 72 horas que una vez pasó Yadira en la cárcel le parecieron eternas: insulto tras insulto.
“Si bien la homofobia sigue existiendo, en aquellos años era horrible vivir en Torreón. Al más pequeño detalle, nos detenían, nos insultaban, nos agredían físicamente. Había mucho machismo. Sigue existiendo, pero al menos ya nos respetan más.”
Dos décadas después, hay avances: pacto de solidaridad, matrimonio igualitario, adopción entre parejas del mismo sexo, cambio de nombre y género.
Derechos ganados a pulso, en las calles, en las marchas, en los juzgados y también en las trincheras personales de mujeres como Yadira, quien aún recuerda que no hace mucho no la dejaron entrar a su centro de trabajo por ir vestida de mujer, a pesar de ser técnica en urgencias médicas y ejercer su profesión.
Considera que se ha logrado mucho gracias a las marchas y al apoyo de activistas como Raymundo Valadez, quien no ha dejado de luchar por los derechos de la comunidad LGBT.
Hoy se siente reconocida, libre y orgullosa de ser una mujer trans. Aún falta mucho por hacer, pero hay que seguir en la lucha.
“La visibilidad que hoy tenemos, la tenemos porque hemos luchado bastante, hemos sido resilientes y aquí seguimos en la lucha", comenta.
Yadira fue de las primeras mujeres trans con hijos. Actualmente tiene dos hijas: una de 19 y otra de 9 años. Su pareja es una mujer lesbiana. Juntas, han formado una familia.
“La libertad total será cuando dejemos de ocultarnos y empecemos a querernos, respetarnos y amarnos como lo que somos.”
Una cacería de brujas
Hace más de 20 años, la vida de Hilary, mujer trans, transcurría entre redadas, cárceles y humillaciones públicas. El argumento oficial era que el artículo 75 no permitía que las personas homosexuales se maquillaran o se vistieran con prendas del género opuesto. La legalidad sirvió de excusa para perseguir con saña.
“Una vez en el centro me agarraron, me subieron a la patrulla como si me hubiera robado algo, pero los mismos oficiales de la patrulla me decían que dijera que era del estado de Nuevo León, porque solamente así me podían bajar y así lo dije, tenía que mentir para que no me llevaran a la cárcel.
"Parecía una cacería de brujas, no podíamos acudir a comprar algo al centro de la ciudad, porque parecía que nos estaban esperando para detenernos", lamenta.
El apoyo de su familia ha sido un factor importante para que Hilary enfrentara las agresiones vividas.
Recuerda que en reiteradas ocasiones fue detenida y enviada a la cárcel municipal solo por estar maquillada, traer alguna prenda femenina o mostrar afecto en pareja en la vía pública.
Las agresiones en esos años no provenían únicamente de los policías municipales, sino también del Ejército Mexicano y de la sociedad en general, acota.
“En una ocasión estaba con mi pareja y al demostrarnos cariño, llegaron los polis y me treparon a la patrulla. A mi pareja lo golpearon hasta que se cansaron, le gritaban maricón, entre otras barbaridades, mientras que a mí me decían que si así me gustaba. En ese tiempo yo tenía 19 años.”
En el antro donde se reunían instalaban un farol que se prendía cuando llegaba personal de Prevención Social. Era el aviso para correr al baño y desmaquillarse.
“Teníamos que correr al baño porque llegaban de imprevisto y nos pasaban toallitas por la cara, y si la toallita se manchaba de maquillaje, nos encarcelaban.”
El temor a ser detenidas las obligaba a vestirse como hombres, muy a su pesar.
“Teníamos que andar vestidos de hombre, nada de colores rosas, la camisa tenía que ser muy varonil, nada de uñas pintadas, brillo en la boca, ni siquiera ese que es para labios resecos.”
Las multas hace 20 años por ser detenida por andar vestida o por “parecer” homosexual eran de 5 mil pesos.
Para Hilary, su madre era lo más importante, así que para no preocuparla, le decía que se había quedado con una amiga, ocultándose que había estado en la cárcel.
“Mi mamá se preocupaba porque había días que no llegaba. Yo tenía que ocultarle que estuve en la cárcel y le decía que me había quedado en casa de mi amiga, pero uno no hacía cosas graves, solo el hecho de andar con alguna prenda femenina.”
Asegura que las marchas les han servido para luchar por sus derechos, que poco a poco las puertas se han ido abriendo, no solo para ellas, sino también para las siguientes generaciones. A lo largo de 20 años la sociedad ha cambiado.
“Lo primero que agradezco a Dios es que hayan quitado ese reglamento. Ahora hay más respeto hacia nosotras, ya somos menos agredidas e insultadas en la vía pública cuando andamos vestidas.
“Cuando yo subía al transporte público tenía que correr hasta los asientos de atrás porque las mujeres me veían como juzgándome, y los hombres decían: ‘Ahí va el puñal, ahí va el maricón’.”
Actualmente, Hilary trabaja en una maquiladora como auditora de calidad y asegura que, como toda persona, es respetada por sus compañeros de trabajo.
“Soy una chica de 44 años y me siento más libre y muy orgullosa de ser de las pioneras en abrir el camino a las nuevas generaciones.”
“Fue difícil porque teníamos que hacer fiestas clandestinas”
Debido a la persecución que sufrían, se vieron obligadas a emigrar al estado de Durango, donde realizaban reuniones y fiestas, ya que en la parte de Coahuila, y en particular en la ciudad de Torreón, eran detenidas.
Yeyo Jones asegura que fue una época difícil para todas, porque no podían divertirse ni salir libremente a las calles. No solo perseguían a quienes se vestían de mujer, sino también a los hombres sorprendidos con algún rastro de maquillaje.
Además, se les obligaba a realizarse pruebas de VIH-Sida sin su consentimiento.
“Los hombres que trajeran poquito maquillaje, los llevaban a la cárcel, los esposaban y obligaban a realizarse el examen. Fue algo muy difícil porque teníamos que escondernos e irnos a otros lugares a divertirnos sanamente por el simple hecho de ser.”
Con el argumento de que andar vestidas y maquilladas era una violación a la ley, eran llevadas a la cárcel municipal, en donde en ocasiones permanecían hasta 72 horas.
“Teníamos que hacer fiestas clandestinas en casas, en quintas cerradas, y al momento que llegaba la patrulla, a correr las que podían, y las que no, pues las pescaban”, señala.
Aunque la comunidad LGBT ha logrado avances importantes, reconoce que aún existen tabúes relacionados con la diversidad sexual y de género.
“Hoy me siento libre, gozoso y feliz, porque es otra época en donde se vive con más libertad.”
(Información de Milenio)
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