Civil War de Alex Garland nos dice sobre el fuego que ya arde en Los Ángeles
- Por Héctor De Ezkauriatza
Por: Héctor De Ezkauriatza.
A veces el cine no inventa futuros; simplemente pone una linterna sobre los caminos oscuros que ya estamos recorriendo.
Así sucede con Civil War, la inquietante película que Alex Garland estrenó este año. Su retrato de un Estados Unidos roto por la violencia interna resonaba, en principio, como distopía. Pero hoy —con las calles de Los Ángeles convertidas en campo de batalla tras las protestas por la política migratoria – la pregunta incomoda: ¿seguimos viendo cine, o ya empezamos a vivirlo?
En Civil War, Garland elude los discursos fáciles. No se detiene en quién tiene razón, ni en por qué estalló el conflicto. Muestra un país fragmentado, donde la lealtad a la bandera ya no significa lo mismo para todos. California y Texas se han rebelado contra un gobierno federal que endureció su control; los periodistas recorren un territorio donde las instituciones ya no protegen y la violencia marca cada carretera.
Más que una película sobre política, es un viaje a través del vacío que queda cuando desaparece el pacto social. Y lo más escalofriante es que no resulta inverosímil.
Desde el pasado 6 de junio, Los Ángeles vive su propio estallido. Las redadas masivas de ICE en el centro de la ciudad encendieron la chispa: miles de personas se lanzaron a la calle para protestar. Lo que siguió parecía calcado de otras latitudes: gases lacrimógenos, enfrentamientos con el LAPD, algunos saqueos aislados… y, sobre todo, la entrada en escena de la Guardia Nacional y los Marines, enviados desde Washington sin el aval del gobierno californiano.
El conflicto escaló a niveles políticos. Mientras el gobernador lleva el caso a los tribunales, desde el gobierno federal se habla abiertamente de insurrección. Las narrativas se radicalizan y, en medio, la ciudadanía vuelve a sentir que el suelo tiembla bajo sus pies.
El cineasta no buscaba ofrecer profecías, pero sí advertencias. La película muestra cómo, una vez que los gobiernos normalizan el uso militar para sofocar a su propia población, el tejido institucional se deshilacha más rápido de lo que creemos.
Por ahora, la diferencia entre la pantalla y la realidad es evidente. Los Ángeles no está viviendo una guerra civil. Sin embargo, la combinación de polarización, militarización, desconfianza institucional y violencia callejera se parece demasiado a los ingredientes que Garland pone en su olla a presión cinematográfica.
La lección es clara: cuando la política se cierra y la fuerza ocupa su lugar, no hay héroes ni soluciones simples. Solo ciudadanos que pagan el precio.
Aún estamos a tiempo. La democracia se sostiene en parte por las leyes, pero sobre todo por la confianza de la gente en que las instituciones les pertenecen. Cada despliegue militar no solicitado, cada periodista agredido, cada intento de silenciar el disenso erosiona ese frágil vínculo.
Civil War nos recuerda que el abismo nunca llega de golpe. Se construye a pequeños pasos, casi siempre disfrazados de respuestas urgentes. Y el verdadero desafío es no acostumbrarse a ellos.
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