El muralismo como voz política: el arte que no calla
- Por Guadalupe Hernández Herrera.
Por: Guadalupe Hernández Herrera.
“La gráfica no es un objeto de lujo, es una trinchera de combate” — Leopoldo Méndez
En México, el arte ha sido más que estética; ha figurado como un vehículo de resistencia, denuncia y transformación social. Desde los muralistas del siglo XX, hasta los artistas contemporáneos, el muralismo ha reflejado las tensiones políticas, sociales y culturales del país.
En la primera mitad del siglo XX, México vivió una efervescencia artistica impulsada por la Revolución Mexicana. Los muralistas, como Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, utilizaron los muros públicos para plasmar las luchas sociales y políticas del pueblo mexicano. Por ejemplo, Diego Rivera: En su mural "Del porfirismo a la Revolución" (1957-1964), ubicado en el Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, Rivera representa la opresión del régimen de Porfirio Díaz y el despertar del pueblo hacia la lucha revolucionaria. José Clemente Orozco: Su obra "Katharsis" en el Palacio de Bellas Artes es una crítica a la sociedad industrializada y alienada, mostrando la lucha interna del individuo frente a un mundo caótico. David Alfaro Siqueiros: En "La nueva democracia" (1944), Siqueiros presenta a una mujer rompiendo cadenas, simbolizando la liberación del pueblo mexicano del yugo opresor. Estas obras no solo embellecieron espacios públicos, sino que también educaron y movilizaron a la población, convirtiéndose en manifiestos visuales de la época.
El muralismo en México ha sido, y sigue siendo, una herramienta poderosa para la resistencia y la transformación social. Desde los trazos durante la Revolución Mexicana hasta las expresiones contemporáneas, el arte ha dado voz a los silenciados, ha cuestionado el poder y ha exigido alternativas. En un contexto donde la violencia, la desigualdad y la injusticia persisten, el arte continúa siendo un acto de valentía, lucha y entereza.
Si bien, el muralismo surgió como una herramienta estatal, en los años posteriores a la Revolución Mexicana, también fue apropiado por movimientos ciudadanos y artistas independientes que buscaban, hacer visible sus protestas. El muralismo comunitario actual recupera esa idea de arte accesible, pero con un enfoque crítico (emisor de lucha social) y horizontal.
“El arte tiene la capacidad de hacer visible lo invisible, de poner en palabras lo que no puede decirse”, escribe la teórica cultural Bell Hooks, en Ciudad Juárez, esta capacidad que propicia el arte se vuelve urgente y política: el muralismo feminista emerge como una forma de resistencia colectiva frente a la violencia de género y el olvido institucional, donde los feminicidios han dejado una herida abierta desde hace más de tres décadas; el arte urbano se ha convertido en una forma de resistencia y memoria. Más allá de las paredes y el color, el muralismo feminista en esta ciudad fronteriza es un grito visual que denuncia, honra y exige justicia.
Durante años, colectivos de mujeres, artistas independientes y organizaciones sociales han intervenido muros en barrios populares, avenidas y espacios públicos, para visibilizar la violencia de género y reclamar un espacio en la narrativa urbana. Cada mural, en Juárez, es una declaración política: retratos de mujeres desaparecidas, frases icónicas como “Ni una más” o “Vivas nos queremos” y símbolos como cruces rosas y flores de cempasúchil reaparecen una y otra vez, resistiendo al olvido, la censura e indiferencia.
Uno de los ejemplos más presentes, es el mural colectivo realizado en el fraccionamiento Riberas del Bravo, donde se representa a víctimas de feminicidio junto a madres buscadoras. Allí, el rostro de Rubí Marisol Frayre Escobedo, se une a decenas de nombres, envuelto en colores intensos que recuerdan que el duelo no es silencioso e individualista, sino combativo y colectivo.
Artistas independientes como Martha Ibarra, el colectivo Resistencias Feministas Fronterizas, y colaboraciones con grupos que han mostrado sus luchas mediante murales, como Chiquitraca, han demostrado que el arte puede ser, tanto consuelo como protesta. Para muchas mujeres, pintar un mural no es sólo un acto creativo, sino una forma de tomar el espacio público que históricamente les ha sido negado, una herramienta política que disputa el espacio público, resignifica la memoria colectiva y confronta estructuras de poder profundamente arraigadas. En contextos donde la violencia de género ha sido sistemáticamente invisibilizada por instituciones y medios, el arte adquiere un papel estratégico: vuelve visible lo que se quiere ocultar.
Pintar no borra el dolor, pero lo convierte en lucha, en una ciudad, donde el miedo se ha normalizado, el tejido social se ha fracturado y las mujeres siguen siendo el blanco de los depredadores, el muralismo feminista ofrece una nueva narrativa: la de la esperanza activa, la sororidad y la construcción de memoria desde las voces oprimidas.
Como afirma la escritora feminista Rita Segato, “la memoria es un campo de disputa política”; En Ciudad Juárez, los muros pintados por mujeres no solo resisten al olvido y la falta de empatia: transforman el dolor en fuerza y el espacio público en territorio de justicia. En un país donde ser mujer implica vivir con miedo y pelear por lo básico —el derecho a existir—, el muralismo feminista no es un adorno urbano: es una herramienta de resistencia, un acto de memoria y una exigencia de justicia. Porque cuando el Estado calla, el arte puede gritar .
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