Opinión

El sacrificio de Hidalgo

  • Por José Oswaldo

Por Francisco Rodríguez Pérez

Anoche (martes 30 de julio), en el Palacio de Gobierno, frente al Altar de la Patria y con la presencia del pueblo y sus autoridades, se realizó la representación del fusilamiento y muerte de Don Miguel Hidalgo en conmemoración del 202 aniversario de este hecho histórico.

Si bien los chihuahuenses, en general, cargamos con la responsabilidad de que aquella generación haya liquidado a los líderes insurgentes “en defensa de las instituciones”, apenas iniciada la lucha por la Independencia, también valoramos el sacrificio y aquilatamos el legado de Hidalgo y los rebeldes, revolucionarios y visionarios que con él fueron sacrificados.

Por eso resultan relevantes el recuerdo y la memoria de Hidalgo, en este Día de Luto Nacional, pero también de esperanza, para entender las fuerzas de la historia en la actualidad.

Hay que celebrar, entonces, la vigencia de las ideas y las luchas de un hombre que al separar dos culturas y dos países, unió en una sola patria, en una sola nación, a todos los mexicanos.

Que la tradición de representar el juicio, fusilamiento y muerte de Hidalgo siga siendo un ejemplo y una lección de civismo no sólo para los chihuahuenses, sino para todos los mexicanos.

Así sea de manera sucinta, en ocasión de esta fecha, recordemos la imprescindible presencia de Hidalgo en la Historia de México.

La Historia registra que Miguel Hidalgo y Costilla nació el 8 de mayo de 1753 en la Hacienda de Corralejo, en Guanajuato. Fue el segundo hijo de Cristóbal Hidalgo y Costilla, administrador de Corralejo, y de Ana Gallaga y Villaseñor.

Estudió en el Colegio de San Nicolás, en Valladolid, hoy Morelia, donde también impartió clases y ocupó varios cargos, entre ellos el de rector en 1791. En la Ciudad de México obtuvo el bachillerato en Teología por la Real y Pontificia Universidad de México.

Su biografía señala que en 1778 fue ordenado sacerdote y desempeñó sus actividades en varios curatos hasta que en 1802 fue nombrado cura en Dolores. Se exalta que desde sus actividades religiosas enseñó a los habitantes apicultura, propagó el plantío de moreras para la cría del gusano de seda y el cultivo de la uva, además de alfabetizar y adiestrar en diversos oficios y artes a los campesinos y artesanos.

Luego llegaría su inserción plena como Padre de una Patria que contribuyó a forjar, apoyado por personajes como el corregidor de Querétaro, Miguel Domínguez, y su esposa Josefa Ortíz, el capitán Ignacio Allende, el teniente Mariano Abasolo, con quienes iniciara la conspiración en contra del gobierno de España para  lograr luego la independencia nacional.

El 15 de septiembre de 1810, llegaría el llamado para Hidalgo, su hermano Mariano, Juan Aldama, Ignacio Allende, José Santos Villa, Mariano Balleza y una decena de insurgentes. La histórica madrugada del 16 de septiembre, Hidalgo congregó en la parroquia a sus feligreses para instarlos a unirse a la lucha independentista, con un ejército que inició con 300 combatientes.

En menos de 15 días, el Ejército Libertador, compuesto ya por 50 mil personas, ocupó Guanajuato.

Las primeras incursiones rebeldes fueron exitosas, a pesar de las deserciones, traiciones y malentendidos. Siendo Hidalgo el Generalísimo del Movimiento, estableció el primer gobierno independiente en Guadalajara, con medidas tan apreciadas como el decreto de la abolición de la esclavitud, la derogación de los tributos pagados por las castas y las contribuciones de los indígenas, el nombramiento de la representación en los Estados Unidos y la publicación de El Despertador Americano, primer periódico insurgente.

Pero desde principios de 1811 empezaron los descalabros que llevaron al cambio en la Jefatura del Ejército y, finalmente, en marzo, a la aprehensión de los líderes insurgentes.

Desde  Acatita de Baján, en el actual municipio de Castaños, Coahuila, fueron aprehendidos Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama, Mariano Abasolo, Mariano Jiménez y todos los hombres que los acompañaban, para ser trasladados a Monclova, y de allí traídos a Chihuahua para ser juzgados y sentenciados.

Entonces viene la historia que se representó anoche. A las siete de la mañana del 30 de julio de 1811, Hidalgo, acompañado por algunos sacerdotes, fue conducido al paredón.

Dice la crónica histórica que Hidalgo caminó con paso firme y en silencio, con un libro en la mano derecha y un crucifijo en la izquierda.

Tras entregar el libro a un sacerdote, le fueron vendados los ojos para ser fusilado. Una de las balas que le dispararon se alojó en su corazón. Después le decapitaron y enterraron su cuerpo. Las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez fueron llevadas a Guanajuato y colocadas en jaulas de hierro en los cuatro ángulos de la Alhóndiga de Granaditas.

El 30 de julio es Día de Luto y Solemnidad para toda nuestra Nación, pero también lo es para el recuerdo, para reivindicar los ideales de justicia social, libertad y democracia que nos legaron Hidalgo y los insurgentes. ¡Hasta siempre!

 

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