Nombrar al ausente: Francia reconoce a Palestina
- Por Miguel A. Ramírez-López
Por Miguel A. Ramírez-López
La historia no sucede, se acumula. A veces sangra. A veces espera. El anuncio de Francia, en días pasados, de que reconocerá oficialmente al Estado Palestino durante la Asamblea General de la ONU en septiembre, no es sólo un acto de política exterior, es un gesto que toca el hueso del siglo. El presidente Emmanuel Macron, con una carta dirigida a Mahmud Abás, decidió romper el letargo diplomático de Europa y pronunciar el nombre que el mundo ha evitado por décadas: Palestina.
Este reconocimiento no llega en el vacío. Desde 1948, tras la creación del Estado de Israel y la expulsión de más de 700 mil palestinos durante la Nakba, la lucha por el reconocimiento internacional ha sido intermitente, dolorosa, cercada por guerras, tratados rotos y promesas incumplidas. En 1988, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) proclamó la independencia desde Argel, y más de 130 países la reconocieron. Sin embargo, las grandes potencias occidentales —Estados Unidos, Reino Unido, Alemania y Francia— se mantuvieron al margen.
Ahora, por primera vez, una nación del G7 se atreve a romper esa inercia. En medio de una guerra prolongada en Gaza, con miles de muertos, ciudades arrasadas y una generación entera naciendo bajo ocupación y hambre, Francia ha decidido dar un paso simbólico, pero potente: nombrar al ausente.
Julia Kristeva escribió que la extranjería no es una condición geográfica, sino psíquica. El palestino no es extranjero por estar fuera de casa, sino porque el mundo entero le ha negado el derecho a existir como sujeto político. No se le ha exiliado de un territorio, sino del lenguaje. Por eso, el reconocimiento francés es más que diplomacia, es también una tentativa de reintegrar a Palestina al espacio simbólico de lo humano.
Anne Dufourmantelle decía que la hospitalidad verdadera exige riesgo. No se trata de aceptar al otro cuando conviene, sino de abrirse a lo imprevisible, incluso al conflicto. Francia no es inocente, su historia colonial en Medio Oriente, su apoyo intermitente a Israel, su papel en Líbano y Argelia…, todo pesa. Y, sin embargo, al nombrar a Palestina, pone en riesgo su propia coherencia diplomática. Quizá por eso el gesto es, en este instante, relevante.
Pero hay que tener cuidado. Byung-Chul Han nos advierte que vivimos una época donde la moral ha sido estetizada. Los gestos públicos pueden anestesiar más que despertar. ¿Es este reconocimiento un acto de justicia o un maquillaje simbólico para tranquilizar conciencias? ¿No es Francia también responsable del abandono sistemático de la causa palestina durante décadas?
Aun así, hay un resquicio de posibilidad. Gilbert Simondon pensaba que la individuación no ocurre de una vez, sino por capas, por crisis, por emergencia de formas. Palestina también se constituye así, como proceso abierto, sujeto colectivo en devenir. No es un Estado terminado, ni una causa cerrada, ni una identidad pura. Es una constelación en construcción. Reconocerla es aceptar esa incompletud, esa indeterminación constitutiva.
Hay más de 140 países que ya han reconocido a Palestina como Estado. Pero el valor de que lo haga Francia, miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, reside en su capacidad de romper con la parálisis discursiva del llamado “Occidente democrático”. El gesto francés no detendrá las bombas, pero puede modificar el terreno simbólico del conflicto.
Georges Didi-Huberman escribió que hay imágenes que nos miran: ojos de niños en Gaza, cuerpos bajo los escombros, ancianos sin tierra ni refugio. Esas imágenes no nos piden compasión. Nos interpelan. Nos exigen. Nos preguntan por qué el mundo sigue sin nombrar al ausente. Y por qué, cuando por fin se le nombra, se hace con tanto temor.
Francia ha nombrado. No es suficiente, pero es algo. En un mundo donde las palabras se diluyen, recuperar el poder de nombrar al otro es ya un acto subversivo. Palestina no ha sido plenamente reconocida, pero ha sido invocada. Ha dejado de ser fantasma para ser herida visible. Y una herida, cuando se nombra, comienza a ser historia.
Comentarios