¿Quién le teme al arte incómodo? La trampa estética del siglo XXI
- Por Guadalupe Hernández Herrera.
Por: Guadalupe Hernández Herrera.
En un país lleno de violencia, desigualdad y rabia, ¿por qué el arte contemporáneo parece tan limpio, tan bello, tan inofensivo?
En México, el arte ha sido históricamente una herramienta de resistencia y crítica social. Desde los muralistas como Diego Rivera o David Alfaro Siqueiros hasta el arte chicano y el performance político, las expresiones artísticas han desafiado al poder. Pero en el siglo XXI, el terreno ha cambiado: hoy el arte también se juega en ferias, redes sociales y algoritmos. ¿Estamos frente a un renacimiento del arte crítico o simplemente a su estetización dentro de un mercado de lujo? La pregunta no es retórica. En galerías de la Roma-Condesa, en ferias como ZsONAMACO o en Instagram, el arte circula como objeto de deseo, mientras miles de creadores trabajan desde los márgenes, sin becas, sin curadores y sin visibilidad. El arte mexicano actual se debate entre dos fuerzas: la necesidad de expresión crítica y la presión de encajar en circuitos de validación elitistas o digitales.
"No basta con tener una obra poderosa. Si no conoces a los curadores, si no te mueves en ciertos círculos, no existes", dice Mariana Velázquez, artista visual independiente que lleva 12 años exponiendo en espacios alternativos. Su testimonio refleja una realidad dolorosa: el sistema del arte contemporáneo funciona, muchas veces, como un club cerrado.
Las ferias de arte, los museos públicos y las colecciones privadas suelen trabajar con un grupo reducido de artistas. El nepotismo y la "endogamia cultural" son prácticas comúnmente denunciadas, pero raramente discutidas en medios oficiales. En contraste, colectivos autónomos como Morras Help Morras, Casa Gomorra o Cráter Invertido crean arte desde la periferia geográfica y simbólica. "Nos interesa el arte como herramienta, no como decoración para el depa de un coleccionista extranjero", dice el colectivo BembaLab.
El boom del arte digital ha multiplicado las audiencias, pero también ha generado nuevas tensiones. Muchos artistas emergentes encuentran en Instagram y TikTok una plataforma de visibilidad. Sin embargo, el algoritmo premia lo estéticamente seductor, no lo conceptualmente desafiante. "Me ha tocado suavizar mi discurso para que el contenido no sea censurado o ignorado por el algoritmo", confiesa Luis Escobedo, artista queer y performancero. "Terminas haciendo arte para la vista rápida, no para la reflexión lenta." Esto ha generado una nueva forma de censura blanda: lo que no vende o no se adapta a los códigos virales queda fuera. Así, el arte crítico se convierte en una estética más dentro del feed, vaciada de su potencia política.
México está lleno de talento, de voces urgentes, de propuestas artísticas potentes que no pasan por las galerías ni por los hashtags. Pero el sistema del arte necesita una sacudida: más inclusión, más crítica, menos simulación. El reto está en construir espacios de autonomía, fomentar la curaduría independiente, diversificar los modelos de financiamiento y repensar el rol de las instituciones.
Como espectadores, también podemos elegir: apoyar artistas fuera del circuito, asistir a espacios alternativos, compartir obras que incomoden en lugar de solo adornar. Porque si el arte mexicano se rinde ante el algoritmo o se somete a la lógica de los “influencers”, perderá su filo histórico. Pero si logra recuperar su vocación crítica desde lo independiente y colectivo, podrá volver a ser, como antes, un espejo brutal de lo que somos y una propuesta poderosa de lo que podríamos ser.
Actualmente y desde mi trinchera, afirmó que, el arte mexicano corre el riesgo de volverse irrelevante no por falta de talento, sino por exceso de complacencia. Nos estamos acostumbrando a un arte cómodo, domesticado, que prefiere el aplauso del algoritmo al rugido de la verdad. Un arte que decora paredes, pero no incomoda conciencias. Que acumula likes, pero no levanta preguntas. Mientras las instituciones cultivan una estética políticamente correcta y los curadores se reparten los mismos apellidos una y otra vez, miles de artistas siguen creando desde el margen, sin dinero, sin galardones, sin Instagram verificado… pero con una urgencia real y un mensaje sensible. Y desde mi particular perspectiva; si el arte ya no molesta, ya no es arte: es ornamento.
Lo que México necesita no es más arte viral, es más arte visceral. Más artistas que hablen desde la herida y menos que jueguen a la crítica con discursos prestados. Más espacios que incomoden al poder y menos selfies con copas de vino en inauguraciones vacías. Porque al final, un país que silencia su arte más incómodo no solo censura a sus artistas: se condena a sí mismo al olvido estético y a la mediocridad cultural.
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