Opinión

Periodistas de estado

  • Por José Oswaldo
Periodistas de estado

Almajuarense

Por Francisco Rodríguez Pérez

En la anterior colaboración me he referido a los “Ejecutivos de Estado”. Ante los cambios realizados en la “Coordinación de Comunicación Social” del Gobierno del Estado, creo necesario acompañar el relevo de personal con un bagaje profesional, especializado, diferente a lo que hasta ahora nos tienen acostumbrados y que, para ser francos, no había funcionado.

No se trata de privilegiar el derroche de recursos públicos vía los convenios de la publicidad, que en ocasiones se convierten en verdaderas extorsiones de los medios a los diferentes ámbitos de gobierno. Mucho menos cabe aquí la prensa vendida, esos medios, ese “periodismo” complaciente hasta la vulgaridad o cómplice hasta la ignominia.

Frente a las muy limitadas “oficinas de comunicación social” (sueño de tanto reportero o periodista, novel o consagrado) un bien definido y mejor estructurado Periodismo de Estado, Periodismo de Gobierno, puede actuar mediante el ejercicio de comunicadores al servicio de las instituciones.

No estoy descubriendo el hilo negro. Hace 35 años, Manuel Buendía planteaba algunas advertencias y algunas definiciones al respecto. Lo que sigue está basada en sus ideas.

La primera confusión consiste en decir, en creer que es lo mismo “Periodismo de Estado” que periodismo “oficial” o peor aún “oficialista” u “oficialesco”.

Los que así piensan y/o actúan confunden el Periodismo de Estado, con un cuestionable periodismo que sirve incondicionalmente, acríticamente a  los propósitos del gobierno (generalmente marcados por la inmediatez y la poca claridad en cuanto a su validez) y ya ni siquiera del gobierno en su conjunto, sino de ciertas áreas de la administración pública y todavía peor, de determinados funcionarios, señala Buendía.

Ese periodismo oficialista u oficialesco, que suele practicarse en las llamadas “oficinas de prensa” o de “comunicación social” (y que frecuentemente se extiende a los medios convencionales) va degradando más y más el concepto.

Buendía opinaba que bien le iría a ese falso periodismo, si los funcionarios a quienes sirve fueran servidores públicos, cuya conducta y quehacer estuvieran enmarcados, al menos, por la claridad y la legitimidad en cuanto al cumplimiento de las funciones desde el punto de vista de la eficacia, la eficiencia y la honestidad. Al menos…

Ese periodismo que hace alianzas circunstanciales con políticos, con funcionarios –incluyendo algunos de muy dudosa calidad– es por lo general un periodismo llevado al despeñadero del descrédito, frente a un público que contrario a lo que suponen ciertos “comunicadores”, se vuelve cada vez más crítico y por lo tanto más impermeable al ejercicio del panfletismo publicitario, propagandístico o publirrelacionista, a duras penas disfrazado de periodismo oficialista.

El Periodismo de Estado –suponemos con Buendía–tiene que ser y es algo muy distinto que la simple propaganda a favor de políticos y funcionarios.

Algo muy distinto y de mucho más elevado rango que el copal (porque ni al incienso llega) que se quema ante las efigies de estas figuras de nuestro mundo oficial.

También es algo radicalmente diferente al disimulo y convalidación de los errores y corruptelas que se cometen desde las dependencias del gobierno.

Por supuesto que, desde esta perspectiva, el Periodismo de Estado tiene que ser y es lo opuesto a un medio o instrumento de despolitización, de desmovilización social y política a favor de los intereses de grupos oligárquicos.

De esa tan clara manera llegamos a una definición propuesta por Manuel Buendía.

Por Periodismo de Estado debemos entender, entonces, “el conjunto de los recursos humanos y técnicos de esta profesión puestos al servicio de la gestión democrática de la sociedad, desde los puntos de vista del Estado, a través de las pautas, de los caminos, de las estrategias del Estado, para contribuir a la salvaguarda de los principios fundamentales del propio Estado”.

Entre esos principios resaltan la lucha por la independencia política y económica; la protección de los recursos naturales contra la depredación interna y los apetitos de conquista por fuerzas extrañas; la difusión de las esencias culturales del pueblo; el afianzamiento de su identidad histórica y su compromiso por la paz con dignidad, basada en la justicia y en el respeto a todos, entre otros.

Así concebido, “el Periodismo de Estado no es una actividad vergonzante sino enaltecedora de nuestra profesión y demanda periodistas mucho más aptos, mucho más estudiosos –permanentemente estudiosos– más comprometidos consigo mismos y con la sociedad”.

El Periodista de Estado “no es ajeno a la crítica al gobierno ni amputado de la obligación de analizar seriamente todas y cada una de las acciones de los funcionarios y los hechos que se originan y trascienden desde el ámbito de los partidos políticos y de los sindicatos, de las agrupaciones de campesinos, de profesionales, de consumidores, etc.

“El periodismo de Estado puede y debe contribuir a combatir la corrupción en el gobierno, en los sindicatos, en los partidos, en las asociaciones de comerciantes, de industriales, de productores, de capitalistas, etc. En suma, tiene que ser profundamente crítico, profundamente cuestionador de la realidad social que observa, traduce y difunde cotidianamente.”

El ejercicio de este tipo especializado de periodismo presupone la existencia de una política de comunicación en el gobierno como instrumentador, conductor y realizador de los principios del Estado.

Ahora una advertencia, una profecía de Buendía: la política de comunicación y el Periodismo de Estado “son elementos constitutivos del poder, y ya sabemos que en el poder la ausencia de uno de sus elementos constitutivos crea lo que se llama un vacío de poder, vacío que, prácticamente se llena de modo inmediato por elementos apócrifos y aun adversarios a los intereses del gobierno y del Estado.

“En tanto que los gobernantes y funcionarios no entiendan que la comunicación es una fuerza, es un elemento constitutivo del poder mismo, no estarán en aptitud de acceder a los profundos, trascendentes significados de esta integración, de este manejo de fuerzas que se engloban bajo el concepto de la comunicación de Estado.”

Frente a los argumentos, resulta fácil estar de acuerdo con Buendía: “Es preciso señalar, enfatizar con todo rigor, con todo empeño, que una tarea políticamente tan importante como la del periodista de Estado no debiera darse fuera del contexto de una política de comunicación”.

Al considerar todos estos elementos, podemos concluir que el Gobierno del Estado ha carecido de una estrategia general de medios de información. Si parafraseamos a Buendía, Chihuahua vive y actúa en la no política de comunicación; a lo más, lo que alcanza a descubrirse es una serie de acciones tácticas, aisladas, que se realizan con más o menos infortunio según el destino de que mal debe terminar lo que mal empieza. Varios ejemplos, varias lecciones, como el desfile de “coordinadores de comunicación social” así lo atestiguan.

Hablar de Periodistas de Estado y de la muy vaga noción de “comunicadores sociales” era en cierto modo usar sinónimos o ideas afines, pero hoy sabemos que como en el país, en el estado y en los municipios sobran, pululan y se reproducen periodistas convencionales –incluyendo muchos de los académicamente formados y hasta posgraduados– pero faltan comunicadores al servicio de las instituciones es decir, Periodistas de Estado, con los suficientes grados de imaginación, creatividad y especialización como para cumplir digna y honestamente sus tareas y funciones. ¡Hasta siempre!