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El nortexit

  • Por Redacción1

(The Washington Post) La República del Río Grande es uno de los capítulos más olvidados en la formación de lo que hoy conocemos como la República Mexicana: en 1840, una rebelión de los estados norteños de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas para independizarse del gobierno de Antonio López de Santa Anna fue aplastada.
La bandera independentista de tres franjas y tres estrellas, que se usó hace casi dos siglos, ha aparecido en redes sociales las últimas semanas cada vez que los actuales gobernadores de esos estados se han reunido para coordinar una respuesta regional a la pandemia de COVID-19. Sus medidas han ido más allá de las planteadas por el gobierno federal e incluyen la restricción del tránsito entre los tres estados, que tienen una estrecha relación comercial y migratoria.
El desahogo regionalista se ha manifestado sobre todo en Twitter, donde ha sido trending topic con la etiqueta #Nortexit. Algunos dirían que es una moda pasajera, pero tiene mucho de fondo.
Los memes y ocurrencias en redes sociales han ido a la par de llamados de empresarios norteños a no pagar impuestos y de pronunciamientos formales de gobernadores —no nada más de la frontera, sino de otros estados como Jalisco— para replantear el pacto fiscal federal ante lo que consideran una respuesta débil y poco equitativa del gobierno federal a la pandemia, tanto en lo sanitario como en lo económico.
En la superficie está una disputa política: los gobernadores más críticos en el tema económico son de partidos opositores a Morena, el partido del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Pero en el fondo es un debate de décadas: los estados del norte señalan que reciben menos dinero que el que aportan a la federación y, al ser las entidades más industrializadas, subsidian el desarrollo en el sur del país. La naturaleza del pacto fiscal mexicano es juntar las aportaciones de cada estado y redistribuirlas no sólo de acuerdo con lo que entregan, sino también a su nivel de desarrollo, para compensar las disparidades.
Es un debate con muchos matices, pues las entidades que más aportan al Producto Interno Bruto nacional son Ciudad de México y Estado de México. Pero los seis estados de la frontera norte (Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas) tienen algunos de los mejores indicadores económicos.
Cinco de los seis estados fronterizos (excepto Tamaulipas) están entre los 10 estados con menor tasa de pobreza. Los mismos cinco están entre las entidades con mayor nivel de ingreso en los hogares. Y Baja California, Chihuahua, Tamaulipas y Nuevo León están entre los estados que más impuestos tributan a la federación.
Estos datos reflejan una brecha creciente entre el norte y el sur del país y, a nivel político, alimentan la percepción de que el norte subsidia el desarrollo de otros estados. A nivel social, la sensación de una redistribución inequitativa se había mantenido soterrada, pero la actual crisis sanitaria y la crisis económica que se vislumbra, han sacado el descontento a la superficie.
El bloque de gobernadores incorporó dos un poco más al sur (Durango y Michoacán) para reforzar el discurso contra el centralismo fiscal, pero el tema va mucho más allá de las élites políticas.
El “Nortexit” es un meme, pues ningún gobernador o empresario en su sano juicio hablaría abiertamente de dejar la federación, pero hay razones para pensar que, en su centralismo, el gobierno federal está desconectado de los estados.
Un ejemplo es el de la infraestructura para diagnosticar el COVID-19: de los 37 laboratorios del sector público autorizados para hacer pruebas, seis de ellos están en Ciudad de México y los 31 estados solo tienen uno. Es absurdo que tengan que enviarse pruebas a la capital si los gobiernos locales cuentan con capacidad para aplicarlas. Esta falta de coordinación provocó, por ejemplo, que el Instituto Mexicano del Seguro Social confirmara hasta el 22 de abril un caso positivo en una persona que había fallecido en Coahuila tres semanas antes.
Los gobernadores de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas han cuestionado que la salida del confinamiento en algunos municipios pueda ser a principios de mayo, como ha señalado el gobierno federal, al asegurar que su información “está fuera de la realidad”.
Otro ejemplo es la respuesta federal a la crisis económica. En la región noreste, donde se ha desarrollado una planta productiva atada a cadenas de suministro globales —que va desde acero hasta alimentos, y de automóviles a electrónica—, resulta desconcertante que el gobierno federal se niegue a entregar incentivos a las empresas, cuando en otros países sí lo han hecho.
Quizás el tema que más enfurece es que no se entreguen incentivos, pero se mantengan proyectos multimillonarios cuyo impacto en el norte es dudoso, como la refinería de Dos Bocas o el Tren Maya. La idea de enviar impuestos para financiar proyectos que en esta crisis económica se consideran superfluos, es difícil de digerir.
El norte no está exento de aportar calamidades al país: la mayoría de los cárteles del narcotráfico tienen origen norteño y ha producido a algunos de los gobernadores corruptos más famosos como César Duarte, Humberto Moreira, Eugenio Hernández o Guillermo Padrés.
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El rechazo a esa corrupción fue una de las razones por las que el norte votó abrumadoramente por López Obrador hace dos años. Fue esta reserva de votos de hartazgo, que le había sido negada al presidente en las elecciones presidenciales de 2006 y 2012, la que le permitió llegar al poder. Pero no fue un mandato para privilegiar a los estados del sur, aun cuando se reconoce la enorme brecha que hay entre las economías de las dos regiones.
Es cierto que hay comentarios en redes sociales sobre el “Nortexit” llenos de clasismo y discriminación, que muestran la creciente distancia social y económica entre el norte y el sur. Pero los comentarios también reflejan una molestia con la respuesta del gobierno federal ante la epidemia, que no ha tenido la rapidez y coordinación que la emergencia amerita.
Esto puede verse como un desahogo pasajero en redes sociales, o como el anticipo de un problema mayor: que los mexicanos salgamos de esta crisis más divididos, más atentos a lo que nos separa que lo que nos une.

 

tomado de El Washington Post

escrito por Javier Garza Ramos

 

 

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