Fuentes Mares no descansa
- Por José Oswaldo
Chihuahua (Por Héctor Arriaga).- Sentado en su pedestal, el escritor José Fuentes Mares no descansa. El hombre quien alguna vez se propuso “no morir sin intentar cuanto pueda, mientras pueda”, el chihuahuense que como pocos otros fue viajero y buscador, aún muerto sigue peregrinando y lo hace de nicho en nicho, de parque en parque y de plaza en plaza sin que las autoridades, depositarias de su metálica efigie, parezcan saber cuál es el lugar ideal para que repose.
Con su peculiar bigote dominándole el rostro y enfundado en un traje de plomo que no se arruga pese a la lluvia ni con el sol, pudimos verlo durante años en la pequeña plaza ubicada en Paseo Bolívar y Cuarta donde a falta de libreta y pluma, porque el escultor olvidó poner una y otra en sus manos, no pudo seguir escribiendo.
Ya había dejado para la posteridad libros que aunque son recordados comienzan también a perderse en la memoria común, con títulos como “Biografía de una Nación”, “Santa Ana, aurora y ocaso de un comediante”, el incomparable “Las mil y una noche Mexicanas”, o el considerado como su mejor trabajo … “Y México se refugió en el Desierto”.
El maestro Fuentes, como lo llamaron algunos de sus alumnos, duró en aquel parquecito hasta fines del siglo pasado cuando a nuevas administraciones de nivel estatal y municipal, de esas que cuando llegan todo quieren cambiar pero que cuando terminan su ciclo las cosas siguen igual o peor de como estaban, se les ocurrió que no era el sitio adecuado y planearon su traslado.
Así, y pese a que el monumento ya había echado raíces profundas en el suelo que lo acogió, y no obstante que la gente se había acostumbrado a verlo estático y erguido mirando a la distancia, una mañana trabajadores anónimos se presentaron para iniciar el desmantelamiento de nicho y estatua.
A un chihuahuense del tamaño de Fuentes Mares había que tenerlo donde se merecía, por lo tanto el monumento a su memoria fue llevado ¡qué mejor! a la avenida que lleva su nombre al sur de la ciudad. Pero antes, vestido de traje como estaba, fue metido en una oscura bodega donde seguramente se aburrió.
Fue así como semanas más tarde su efigie, siempre sobria, fue sacada de su encierro para aparecer en la intersección de Pacheco y Fuentes Mares. Lo dejaron en un rinconcito discreto y casi invisible, semi cubierto por árboles y palmas paradójicamente a un lado del estacionamiento del mercado Walmart, fiero competidor de los de casa, de los Mares sin Fuente.
Una vez más, el autor de “Historia del Conflicto México-España”, de “Las memorias de Blas Pavón”, o de “Génesis del expansionismo norteamericano”, hubo de conformarse con ser testigo mudo del acontecer de la ciudad, escuchando la charla de señoras quejándose de los altos precios, de ancianos rememorando aquello que dejaron atrás o de gente simple que al pasar leyendo periódicos, los dejaban sobre el suelo para que el maestro pudiera enterarse.
Fuentes Mares, el de la capa dragona, no se hizo viejo pero comenzó a enmohecerse.
Pasaron más años y Javier Garfio Pacheco se convirtió en alcalde. Su administración decidió, sabia como todas, que el para muchos máximo escritor del terruño no debía ser muy feliz de estar lejos y pasar inadvertido por tanto, había que regresarlo.
Pero esta vez las cosas se hicieron mejor y en el proyecto participó la familia. Se eligió un lugar céntrico, bonito y elegante, acorde a su prosapia. Fue el Paseo Bolívar de nuevo la selección, con sus casas añejas, sus jardines coloridos, su urbanismo arcaico. Fuentes Mares le cantó a Juárez y a su época y para hacerlo sentir en casa fue seleccionada la avenida más bella y victoriana de la ciudad.
Hoy podemos verlo sentado y melancólico, aunque con el rostro serio, casi adusto. El hombre que viajó por el mundo, el que alguna vez fuese agregado cultural de la Embajada de México en España durante el sexenio de López Portillo, aquel que conoció de vinos y tapas, de libros y prosa, ya no come, ya no lee, ya no viaja. La calma en la que vive se la ha ganado y posiblemente espera, porque el amor todo lo puede, a que coloquen algún día, ahí cerca, la efigie de su Emma querida.
Por lo menos, hasta que otra autoridad, en otra época, decida volver a moverlo.
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