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Abusan curas de niños en nombre de Dios y luego se amparan

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Le sucedió saliendo de la escuela. Él recuerda que llegó al templo para darle aviso al cura de que ya no apoyaría más en las labores de la iglesia; pero el abuso al que sobrevivió fue cometido en la misma casa parroquial del padre Felipe Guzmán.

Corría el año 2015. “Me voy a quedar solo”, fue lo que dijo al principio el sacerdote Felipe, intentando chantajearlo cuando conoció la decisión del muchacho. Conversaban en la casita contigua a la iglesia, donde suelen vivir muchos de los sacerdotes en México.

Abusos del padre Felipe Guzmán
Luego el padre Felipe se puso violento: le dio unos aventones, luego unos jaloneos de ropa, cuando sintió las manos del agresor, el jovencito de 16 años entró en estado de shock y apenas atinó a decir.

—¿Por qué hace eso? 

—Es un juego —respondió el sacerdote, que para ese entonces ya tenía el semblante adusto, marcado por una arruga en el entrecejo.

El padre Felipe lo aventó contra el sillón y se le abalanzó encima, tomó sus manos a la fuerza para evitar que el jovencito se safara quien le insistía desesperado: “no voy a decir nada”, mientras le pedía que lo dejara ir.

“Sentía que no podía agredir físicamente para defenderme”, porque el agresor era, precisamente, un sacerdote y en teoría se encontraba muy cerca de Dios.
Cuando Guzmán terminó el asalto sexual, le pidió un taxi y lo acompañó a la salida como si nada hubiera pasado. El jovencito caminaba, pero seguía en shock. Eran las 23:00 horas de cuando llegó a su casa.

Pasados los meses se enteró de que el padre Felipe seguía preguntando por él, lo que le hizo sentir terror. No podía ocultar más lo sucedido. Contó a sus padres lo que el cura le había hecho. Y fueron a la iglesia a confrontarlo.

Entre pretextos, el cura finalmente reconoció que lo que había sucedido “fue una tentación del demonio”.

Pederastas se justifican en Dios
Muchos años antes, en Guanajuato, otro sacerdote había dicho lo mismo cuando abusó de una niña monaguilla de tan sólo nueve años de edad.

Estos relatos –cuyos nombres omitieron las autoridades judiciales para proteger a las víctimas– forman parte de 21 expedientes judiciales que MILENIO pudo revisar, procesos contra sacerdotes de la Iglesia Católica mexicana que abusaron de niños y jovencitos durante los últimos 20 años (2005 - 2025).

En el buscador de sentencias del Poder Judicial se localizaron 17 amparos presentados por los curas acusados y cuatro por familiares de víctimas de violación equiparada, pederastia y corrupción de menores, entre otros relacionados. En 14 casos las autoridades judiciales les negaron el amparo de la justicia y en tres se los concedieron.

La mayoría de las víctimas eran niños cuyos familiares confiaron en los curas para que los convirtieran en monaguillos. Se encontraron al menos tres casos en los cuales los niños tenían apenas siete años de edad cuando fueron violentados.

Los estados donde se cometieron los delitos fueron: Estado de México, Nuevo León, Querétaro, Puebla, Nayarit, Jalisco, Chihuahua, Tabasco, San Luis Potosí y Guanajuato.


​“Yo sentía miedo, no sabía qué decir”

Los primeros casos de abusos que aparecen en el sistema de búsqueda del Poder Judicial de la Federación se remontan a 2005, aunque las denuncias se hicieron muchos años después.

El caso más antiguo es el de la niña de nueve años, a quien el párroco de la iglesia coaccionó para cometer abusos contra ella.

Es ella la que precisamente recuerda que por aquel entonces su tía era sacristana de la iglesia y ayudaba a abrir y cerrar el templo. La niña fue nombrada monaguilla junto a sus primos y hermanos, pero el sacerdote, quien ya era un hombre mayor, comenzó a tener detalles con ella que con los demás no: le regaló un teléfono celular, al que le enviaba textos cada vez que ella faltaba a misa.

—¿Por que no viniste? Te extrañé mucho —le reprochaba el cura en los mensajes.

—Me confundía que él era sacerdote y yo era una niña —diría años después ante las autoridades del Ministerio Público.

Cuando nadie lo veía, hacía pasar a la niña a su cuarto, la acostaba sobre la cama y se tendía encima para abusar sexualmente de ella. “Yo sentía miedo, no sabía qué decir”.

Después la niña entró a la secundaria y el cura fue trasladado a otra parroquia. Pero este logró que los parientes de la niña la llevaran a la nueva casa parroquial y así pudo continuar con sus abusos.

En la narración también dice que los asaltos sexuales fueron forzados por la región anal, porque el padre le decía que “así no iba a quedar embarazada”. Cuando finalizaba con esa violencia física, procedía a las humillaciones: la llamaba “perra”, con lo que el daño psicológico se hizo aún más profundo.

Tanto, que la chica empezó a pensar en el suicidio.

En 2011, confesó por primera vez la brutalidad con la que estaba siendo abusada. Se acercó a unas monjas que asistían a la parroquia, pero en lugar de ayudarla decidieron ignorarla.

Tendrían que pasar ocho años más, hasta enero del 2020, que se acercó con su madre y le contó lo que había estado guardando desde su niñez. Juntas, la joven y su madre decidieron hacer justicia y empezaron dando aviso al arzobispado de Guanajuato. Y ellos, ahora sí, hicieron lo propio con el Ministerio Público.

Otros escenarios del horror: las casas hogar
Entre los expedientes judiciales hay otro patrón en las violaciones cometidas por sacerdotes de la Iglesia Católica: muchos de los crímenes se cometieron fuera de las iglesias, en casas hogar, que debían funcionar como lugares seguros para niños desprotegidos, pero que durante años fueron escenarios donde sufrieron abusos.

Tal es el caso de Hogar Florecitas, en la colonia Las Granjas Providencia, en La Laja, Zapotlanejo, Jalisco. Aquí una niña de sólo 12 años aseguró que fue abusada por el sacerdote Ramón Lázaro Esnaola, de ascendencia española, que entonces tendría 53 años.

Según el testimonio de las trabajadoras del Hogar Florecitas, el sacerdote acudía todos los viernes supuestamente para dar consuelo a las niñas y en algunas ocasiones, incluso, celebraba la eucaristía. Y lo que también hacía rigurosamente era confesarlas en el cuarto de la televisión. Las hacía pasar una por una.

La niña cuenta que el abuso ocurrió en la Navidad de 2021, a mediodía, al llegar de la escuela. El cura la mandó llamar al cuarto de la televisión. En la habitación había cuatro ventanas y un sillón grande frente a la puerta. El padre Ramón Lázaro Esnaola no se escondía para cometer sus crímenes.

“Recuerdo que yo había terminado de hacer mi tarea y me dieron la indicación de que ya era mi turno de platicar, por lo que me fui a la sala de televisión y fue ahí cuando pasó…”, contó la muchacha.
“Cuando me iba a sentar (en el sillón) el padre me agarró de la cintura con sus manos y me sentó en sus piernas. Me empezó a besar el cuello, sentía su lengua y sus babas yo le decía: 'por qué lo hacía' y él me contestó 'que esa era la manera de darme cariño, por todo lo que me pasaba', yo me quería quitar, pero no podía”.
Se repitió al menos en tres ocasiones, una de estas fue un día antes del 30 de abril, cuando se celebra a las infancias en México, en el llamado Día del Niño y de la Niña. En el relato, la niña menciona el intento que hicieron de contarle a una de las madres todo lo que les hacía el padre Ramón Lázaro, pero fue completamente ignorada.

En la Casa Hogar Florecitas otra niña también fue violentada, ella solo tenía un año más, 13. En el expediente narra que el primero de abril del año 2022 le tocó entrar a platicar con el padre Ramón en el cuarto de televisión. Ahí la abrazó y metió su mano por la fuerza debajo de la ropa de la niña, quien intentó quitárselo de encima.

“Usted solo quiere pelearme y decirme cosas, véase que bonito cuerpo tiene”, le dijo el padre mientras la niña escapaba del lugar.

Un cura y su Castigador
En los expedientes de las víctimas figura otro oscuro orfanato en Salamanca, Guanajuato: Ciudad de los Niños. Sobre él hay narraciones en primera persona de los abusos sexuales que varias víctimas sufrieron en este lugar operado por el sacerdote Pedro Gutiérrez Farías.

Según los testimonios, en este lugar había 80 dormitorios individuales que tenían únicamente una plancha de cemento y una colchoneta que servía de cama, en la que los baños estaban asquerosos y un olor nauseabundo emanaba de cada rincón.

Recibían golpes de un adulto al que le llamaban El Castigador. Cuentan las autoridades en este expediente que incluso “una pequeña hizo mención que le quemaron su manita por haber robado una plastilina”.
En mayo de 2017, un niño reveló las atrocidades que le hacía Pedro Gutiérrez Farías, quien los mandaba llamar por la noche a su oficina o a su habitación.

“Me dirigí a su oficina, llegué con el sacerdote, me quedé parado a unos pasos de la entrada principal, le dije buenas tardes, el sacerdote no me respondió, se acercó a mí y empezó a meter su mano derecha en mi pantalón (...) metió su mano por debajo de mi ropa interior y me comenzó a tocar (...) yo grité y le dije: ‘no’”.
Aunque el niño intentó escapar, fue brutalmente golpeado por un ayudante del sacerdote que entró rápidamente a la oficina cuando escuchó los gritos y le lanzó un puñetazo en el pecho, el niño cayó al suelo y vio cómo el cura se acercaba para decirle: “Aquí se va a hacer lo que yo quiera”.

Aunque el sacerdote Gutiérrez Farías se fue, su ayudante siguió golpeando al niño durante media hora más, hasta que se cansó y lo sacó cargando hasta su dormitorio, en donde lo aventó a su cama.

Este jovencito relató que había niñas que llegaban a la casa hogar y que de pronto estaban embarazadas. Cuando eso pasaba simplemente las desaparecían, y no las volvían a ver.

También declaró que el padre Gutiérrez Farías abusó de él en seis ocasiones más. Y no sólo él fue violentado, también hubo otros niños a quienes tocaba y obligaba a entrar a su cuarto, ubicado justo arriba del pasillo de los baños nauseabundos.

Todas las víctimas tenían entre 10 y 12 años. “Siempre estaban deprimidos y no querían hablar con nadie…”, se lee en los expedientes.

Niños intoxicados por sacerdotes
Cada caso es más brutal que el otro. Los niños relatan cómo confiaron en estas figuras de respeto, a las que consideraban casi padres, cercanos a Dios y que abusaron de ellos de formas inenarrables.

Tal es el caso de un niño que fue violentado en 2017 en una ranchería de Tabasco a la que llaman La Ermita. Según el testimonio, del 6 de agosto de ese año, el chico y su familia, a las 19:00 horas y a insistencia de un señor del poblado, fue enviado a cuidar al sacerdote, pues se decía que estaba enfermo y en cama. La idea era ver si se le ofrecía algo.

Contó que cuando llegó ahí, el hombre que asistía al cura le dio unas pastillitas al niño, quien empezó a sentirse mal, mareado y con un gran ardor de ojos. Entonces el cura le dijo que se acostara con él en la cama.

Le comenzó a acariciar la espalda, la boca y le apretó los cachetes diciéndole que era “su bebé”. Después le quitó el pantalón y lo colocó boca abajo; el jovencito no pudo defenderse, estaba mareado y cansado.

No podía faltar el caso Marcial Maciel
Entre los expedientes también se encuentra la denuncia del presunto hijo de Marcial Maciel, José Raúl González Lara, quien aseguró que fue abusado sexualmente por su padre, el fundador de los Legionarios de Cristo desde los 10 años.

También el caso del padre Gerardo Espinosa Rubí, quien abusó de un niño de siete años en la parroquia de Aquixtla, en Puebla. Según el testimonio del pequeño y de su madre, el 26 de octubre del 2021 acudieron a la parroquia. Ahí, a solas, el sacerdote preguntó al chico si le gustaban los peces.

Al asentir, lo invitó a pasar a su cuarto, donde supuestamente había un pececillo, un banquito para verlo y unos dulces que le daría.

“Yo me asusté mucho porque no vi ni a los peces, ni el banquito chiquito, ni los dulces”, dijo después el niño en el testimonio.

El sacerdote se bajó sus pantalones y la ropa interior mientras se acercaba el niño. Lo sentó en sus piernas mientras le tapaba la boca, lo amenazó asegurándole que si lo acusaba, mataría a su madre y a su tío.

Mientras tanto, su madre lo buscaba por todas las habitaciones de la casa parroquial hasta que vio cómo quitaban el seguro de la puerta del padre, y de esa puerta salió su hijo. Ella alcanzó a ver al sacerdote subiéndose el cierre del pantalón. El cura negó que hubiera pasado algo, pero más tarde el niño contó todo.

En México no existen cifras oficiales y completas que permitan dimensionar la magnitud del abuso sexual cometido por sacerdotes de la iglesia Católica. En 2020 la Conferencia del Episcopado Mexicano reconoció que en la última década se han investigado 271 casos de abusos contra menores, pero al mismo tiempo la iglesia católica admite no contar con un registro del número de víctimas de estos delitos.
 

 

(Información de Milenio)