Opinión

Adolfo

  • Por Cynthia
Adolfo

Por Luis Villegas Montes.

Se dice, y con razón, que todos los seres humanos tenemos un lado femenino y otro masculino. En las mujeres, obvio, su lado femenino predomina; y en los hombres es a la inversa. Pues bien, mi lado femenino es la mamá de Forrest Gump; no porque esté orgullosa de tener un hijo menso, no señor; sino porque cada día está más convencida de que la vida es como una caja de chocolates. Así yo. Además, puedo decir con azoro que, a diferencia de otros años, no necesito vacaciones de las vacaciones; en lo absoluto, estos quince días cumplieron su propósito con creces: Reposé; me dejé ir; me olvidé de todo y me limité a leer, a ver televisión (vi completitas las dos temporadas de Club de Cuervos), comí como pajarito (todo el santo día y los cuatro kilos que había bajado ya los volví a subir), me eché al coleto algunos alipuses y disfruté al Adolfo.

Eso de “disfrutar al Adolfo” aunque no es un decir y sí es completamente auténtica la afirmación, tiene sus asegunes, que conste. Porque cualquiera que nos vea pensará: “Mira esos dos; qué bien se la han de estar pasando; sentados frente a frente con las narices metidas en un libro”; pues ni modo, así es esto de disfrutarnos el Adolfo y yo. Hablamos escuetamente y a ratos de viajes, de películas, de libros, de poesía; discutimos de filosofía o religión; gozamos en silencio nuestra mutua compañía y, por primera vez, se rio de los chistes “pelados” que le conté; antes nada más decía: “Ay, papá, ya vas a empezar”; pero esta vez no; se rio de todos y alguno hasta se lo quiso aprender; para mayores detalles, se trata del conjuro de “El Vampiro Fronterizo”, ese que empieza: “Vampiro Fronterizo que por las noches volarás, a pesar de tus hechizos…”, ése.

Sigue enamorado de Elvira Sastre y me leyó un poema que me mató; les dejo unos cuantos versos: “Si pudiera, // mi amor, // convertiría todo lo que ahora es singular // en plural. Pero no puedo, // así que has de conformarte // con lo único que puedo hacer: // quererte // -no el doble, ni por dos, ni al cuadrado, // sino con la fuerza de un ejército // de tres mil latidos y doscientos litros de sangre // que queriéndote dar más de lo que tiene // te da todo lo que es-” (“3000 mil latidos y 200 litros de sangre”).

Parte de esa agenda calma, todo sea dicho, guarda relación con un hecho climático innegable: Llovió, nevó y cuando no llovía ni nevaba hacía un frío del carajo. Las orejas estuvieron a punto de caérseme en dos o tres ocasiones y otras tantas me puse morado (más); al ver al Adolfo, tan campante en tenis y con una chamarra pinchurrienta, yo que blanco no soy, estuve a un tris de adoptar ese acento caribeño entrañable: “Oye, tú, chico, ¿pero no te’adao cuenta de lo’elao que etá aquí? Tápate, ’oome”. Yo llevaba mallas, camiseta térmica, camiseta, camisa, chaleco, bufanda, guantes, chamarra y unas botas de soldado que en vacaciones sólo me quito para ir a dormir; y pese a ello, me la pasé aterido. Como el chiste del pollito en Alaska, me la pasé diciendo: “Pi, pi, piiiinche frío”.

Pero volvería a ir y me quedaría ahí otra semana o dos o tres; aunque regresara desorejado y sin narices como el Voldemort de Harry Potter. Me encantó ver al Adolfo; constatar que se mueve como pez en el agua por la ciudad entera; que no ha perdido su aire alegre ni su natural ternura (“Ay, papito”, me decía algunas veces, me frotaba la panza y ponía la cabeza bajo mi ala); que la familia con la que vive lo trata de maravilla, que ha hecho un montón de amigos y empieza a abrirse al mundo más confiado y dueño de sí. Por otro lado, del inglés mejor ni hablar. “¿Qué dijo?”, le preguntaba; “No sé. No le entendí nada” y así dos o tres veces; “Mmmm, bonito inglés”, pensaba yo. Vamos a ver qué pasa de aquí a junio.

Por cierto, pese a que no lo admite abiertamente, yo creo que ya se echó novia. Les podría decir que es chaparrita, delgadita, bonita de cara, colombiana y que se llama Evelyn, pero si se los cuento capaz y se enoja o lo balconeo a lo tarugo pues ni andan y ahí estoy yo de hocicón y de hablador (ya ven que no se me da); en fin; no sé si tiene novia o no, pero yo creo que sí; en una de esas me dijo: “Ahí vengo; voy a hablar por teléfono y no quiero que me oigas”. Y estaba hablando con ella. Lo sé porque no pude resistir la tentación y fui despacito detrás de él (sobre todo para fastidiarlo y oírlo reclamarme) y oí parte de sus respuestas; pero ya se me hizo mucho pues no se dio cuenta de mi entrometimiento y mejor respeté su intimidad. Mi duda de si sí andan se justifica porque durante esas dos semanas no lo oí suspirar ni mandar besitos en ninguna ocasión pese a que claramente estaba hablando con ella; y mujeres, perdónenme la generalización y reconozco que habrá sus excepciones, pero ya ven como son de pesadas, por lo menos las latinas, que no dejan colgar a uno el teléfono sin mandar un besito aunque no sea “tronado”.

De Club de Cuervos y de los libros que leí (12), ya les hablaré en otra ocasión: Me enojé con Volpi, me enamoré de Eduardo Sacheri, me desilusioné de Urroz, odié a Palau, conocí a Gyles Brandreth, etc.); sólo basta decir que descansé y que, por primera vez, las vacaciones cumplieron con su cometido; regresé tranquilo y en paz; sin ese ánimo sulfuroso que rebulle en mi interior de manera asaz frecuente; me imagino que esto último guarda relación con el hecho de que no leí ninguna noticia de estas tierras.

Como sea, le deseo a todos mis lectores y lectoras (ya perdí la cuenta en cuántos van o de cuantos quedan con las mermas de las últimas semanas) un estupendo 2017. Que sus deseos se colmen; que la dicha toque a su puerta y lejos de ir de visita se quede ahí de planta; que gocen de mucha salud y Dios nuestro Señor los colme de bendiciones.

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