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¡AY, CHIHUAHUA, CUÁNTO APACHE..!

  • Por lujardo
¡AY, CHIHUAHUA, CUÁNTO APACHE..!

 

Por Ricardo Luján

Los indómitos espíritus de Gerónimo y el indio Ju merodean sigilosamente como fantasmas alrededor de un corralón de la calle Pekín y 14, en la colonia Mirador. Su objetivo: rescatar el alma de su jefe Victorio, atrapada en una estatua semi desmantelada que se deteriora en una bodega del Centro de Acopio de la Dirección de Mantenimiento Urbano del Municipio.

¡Ay Chihuahua, cuánto apache..! Y vaya que -hasta antes de su exterminio- decía verdad esta folclórica expresión conocida en todo México y en medio mundo, vigente desde hace más de tres siglos y hasta octubre de 1880, fecha que como parteaguas histórico marcó el inició del fin de la guerra que la heroica Chihuahua libró contra el pueblo apache, por cuyas venas también corría -y corre- sangre chihuahuense.

Desde los tiempos de la Villa de San Francisco de Cuéllar y del Real de Minas de San Felipe, grandes extensiones de tierra, desde Nuevo México hasta el sur de Chihuahua, eran recorridas por numerosos grupos de apaches diseminados en varias regiones, territorio que ocuparon sus ancestros desde tiempos inmemoriales.

Era común ver en estas latitudes numerosas partidas de indios chiricahuas, navajos, coyoteros, faraones, gileños, jicarillas, lipanes, llaneros, mimbreños, mezcaleros y mogolloneros.

Tantos apaches había en Chihuahua que las ánimas errantes de estos belicosos chihuahuenses hoy en día todavía siguen dando guerra, ya sea espectral o mediática.

La fantasmagórica incursión tiene lugar en el aniversario de la muerte del estratega apache victimado en la desigual batalla de Tres Castillos, Coyame, el 14 de octubre de 1880, donde un grupo de 150 apaches por él comandados, fueron emboscados por una partida de 600 voluntarios al mando del coronel Joaquín Terrazas, entonces llamado el azote de los indios y ahora considerado héroe vencedor de los apaches por obra y gracia de los ganadores que escriben la historia.

A 144 años de aquel certero disparo del riflero tarahumar Mauricio Corredor, vecino de Arisiachi, Guerrero, quien acabó con la vida de Victorio dando inicio a su leyenda, las apariciones continúan, aunque ahora los espectros no claman venganza sino justicia histórica.

Tal vez perseguido por un karma eterno, el destino de Victorio, convertido en monumento, fue ser vandalizado tal como él pasó su vida: destruyendo y asesinado, en una vertiginosa espiral de violencia desatada por los cara pálida, basados ambos en la ley del talión, ojo por ojo y diente por diente, actualizada: cabellera por cabellera.

En la última acción importante de la apachería tuvo lugar en Sátachi, Temósachi, en enero de 1886, donde fue derrotada una partida de chiricahuas que la víspera había asesinado a varios vecinos en una de las múltiples incursiones, la victoria sin embargo se consiguió a muy alto precio con la muerte del capitán Mauricio Corredor, quien 5 años y tres meses atrás diera muerte a Victorio.

 Hoy, a 138 años de aquella postrera derrota, un grupo de chihuahuenses que afirman ser descendientes de chiricahuas volvieron a la carga y, en el 144 aniversario de la llegada de Victorio a la casa del Capitán del Cielo, ponen el dedo en la llaga de la historia, inconformes ante el desprecio de las autoridades hacia su ancestro y el grosero abandono de su monumento.

No obstante que en alguna ocasión fue motivo de “reparaciones” el pillaje nunca dio tregua al grado que pronto le robaron el rifle con todo y brazo, le arrancaron las barbas de botas, desprendieron las riendas del caballo y parte de las patas, así como el letrero con el nombre.

Ni el mismo genio militar de Victorio hubiera sido capaz de imaginar su cruel destino luego del “cuatro” que le pusieron las autoridades, pues decidieron colocar el monumento a ras de suelo, en un parque lineal a un lado de la gaza que conecta la carretera a Aldama con Lombardo Toledano, junto al río Sacramento, zona asolada por modernas hordas de menesterosos que poco a poco lo desmantelaron para vender el metal como chatarra.

Para empezar fue ingrato que lo quitaran de la plaza de la Identidad para reubicarlo en despoblado, a expensas de vándalos, y más gacho aún que ahora permanezca arrumbado en una bodega desde 2022. Bien pudiera mal pensar Victorio que todo fue plan con maña.

Triste ventura para un chihuahuense piel roja con sangre de cara pálida, quien por azares del destino quedó en el lado oscuro de la historia, pues siendo pequeño, a los seis años de edad, fue secuestrado por una partida de indios  -quienes además asesinaron a su madre-, convirtiéndose al galopar de los años en el más temible combatiente de la trilogía apache.

Sabrá Dios si serán o no atendidas las peticiones de estos chihuahuenses que claman por  la reposición de la estatua de su antepasado. 

Ojalá y el monumento lo colocaran en un lugar céntrico, con vigilancia eficiente, y de una vez en un acto de elemental justicia, pusieran a su lado la estatua de  Mauricio Corredor, como símbolo de paz entre estas dos naciones indígenas, una culturalmente extinta y la otra en vías de extinción por su desplazamiento hacia los cinturones de miseria de las ciudades.

Mientras eso sucede, habrá que esperar que los espíritus renegados de Ju y Gerónimo, que merodean las inmediaciones del Centro de Acopio, no se metan en problemas con los tarahumaras incróspidos que deambulan por la Pekín y 14, en el barrio de El Palomar.

(Fuente de datos históricos: Francisco R. Almada y Filiberto Terrazas).